«Los suspiros son aire y van al aire»

«Los suspiros son aire y van al aire»

Se le acaba de emocionar el alma. De su boca se escapó un enorme suspiro que, como decía el mismísimo Bécquer: «Los suspiros son aire y van al aire…». 

Pero los suspiros son algo más, algo más que aire insuflado que se acompaña de un pequeño gemido liberador. Los suspiros son sentimientos, estados de ánimo que dejamos escapar para calmar el interior. A ella le sorprendió escucharlo. Algo le pasa.

Con sumo cuidado para no sobresaltarlo se giró. Contemplarlo e  intentar comprender aquellos sentimientos, aquellos suspiros, era un verdadero placer. Lo era para ambos, aunque en muchas ocasiones se miraban sin que el otro lo supiera. Les gustaba hacerlo mientras se acariciaban, o cuando se hablaban en susurros, aunque estuvieran solos y nadie les escuchara. Acariciarse era uno de los placeres que ocurría siempre que estaban juntos.

En aquella ocasión quería volver a mirarlo por si aquello fuera uno de esos espejismos que ocasiona llevar tiempo en la duermevela. Sonrió. Era verdaderamente increíble sentir su cuerpo tan cerca, tan pegado. Otro suspiro de placer llenó el momento.

Abrió un poco más los ojos. Aún no sabía si aquello era real o seguía soñando con estar con él, aunque solo fuera esa noche. Aprovechó para contemplar los hombros que tanto le gustaban. Acariciarlos. Se arrimó. Pegó su cuerpo con cuidado y colocó la mano, ahora caliente, pues cada vez que estaba con él lo estaban, en su brazo. 

Una vez más inhaló su aroma corporal. Aquel perfume que él utilizaba la volvía loca. Él también la miraba. Su mano fue directamente a acariciar su rostro. No hacía falta decir nada, sabían lo que sentían y aquellos momentos lo aseveraban. Ella lo atrajo hacia su pecho, justo al lugar en el que a él le gustaba perderse y posar su cabeza mientras la acariciaba. Colocó su mano en la nuca y se lo dijo: «No suspires, estoy aquí contigo. Siempre estoy».

Gracias por leerme.

«El silencio que les une»

«El silencio que les une»

Las tardes de domingo están pensadas para estar en calma. Las opciones son múltiples: un cine, un café con amigos, un paseo por el parque… Paula y Miguel, amigos desde siempre, hoy mrrhan decidido coger el coche y hacer kilómetros en busca de un lugar tranquilo. 

El destino, o la casualidad, o quizás el subconsciente de Paula, que era la que conducía,  quiso que terminaran en una vieja finca abandonada donde ella, siendo niña, solía pasar muchos fines de semana, en compañía de sus familiares. La casa, el terreno, el trastero, y hasta la pequeña casa en el árbol, todo, se había perdido. Por el contrario, sus recuerdos afloraron con entusiasmo nada más bajarse del coche y plantarse en la linde del lugar. 

Emocionada se puso a contar a Miguel, las cosas que hacían, dónde estaba la hamaca que tanto le gustaba… Ella narraba todo aquello con mucha pasión, mezclada con algo de tristeza, al ver cómo estaba todo. Se veía correteando por allí con treinta años menos… Ahora reinaba el silencio.

Aquellos recuerdos, tan íntimos, también emocionaron a Miguel que notó como su amiga le contaba, en plena confianza, los recuerdos de su infancia. No pudo por menos que pegarse a ella y abrazarla con cariño. Se sorprendió. Le gustaba mucho el calor de aquel cuerpo. Le alteraba el delicioso aroma que desprendía… Le descolocaba. 

Ella, sin soltarse, ni permitir que él lo hiciera, en silencio, giró su cuerpo para encararse. Se miraron directamente a los ojos, a apenas unos pocos centímetros. No se hablaron, el silencio se adueñó del momento durante un tiempo del todo indefinido para ellos, no pudieron evitar besarse. Ambos sabían que cruzaban una línea difícil de retornar a su lugar, pero, pese a tener  pactado mantener las distancias,  ambos se morían de ganas por los labios de otro. Así lo hicieron. Sabían que estaban en el lugar correcto y con la persona correcta. Otra cosa era lo que les rodeaba.

Gracias por leerme.

«Josué y los muros de Jericó»

Josué conoce las palabras de la Biblia. No cree en ella, pero la ha leído. En sus conversaciones sale a relucir cierto conocimiento de las letras e historias que allí se narran. Ha aprendido de ellas. 

En el momento en el que está, se contempla a sí mismo como si uno de los habitantes del mismísimo Jericó se tratara. Se defiende de sus enemigos con un basto muro de arcilla. Ladrillos que está construyendo con sus manos, a base de amasar su propia confianza, sus deseos y sueños, mensajes positivos y buenos momentos. Pero él no es Jericó y sus intenciones y forma de ser son totalmente distintas a las de esos antiguos seres.

Reconoce que el muro que levanta a su alrededor es invisible. Al menos eso pretende. Aunque es consciente de que ya hay quién ha chocado contra él. 

Por momentos, la pared defensiva, es dura como la piedra. Impide el paso de las malas palabras, de las personas tóxicas, que siempre nos rodean, de los malos recuerdos o de aquellas experiencias que ya amenazan con ser negativas antes de vivirse. Pero entre esas excelentes piedras, se esconde un secreto, y que no era contemplado en el de los habitantes de Jericó.

 Por momentos, entre algunas de las teselas por las que está formado ese muro imaginario, tocando los ladrillos adecuados, o diciendo las palabras correctas, la pared es totalmente permeable, te permite el paso. En esos espacios el muro aparece acuoso, dúctil, maleable. Lo construye así a posta, para que la leyenda pueda cumplirse. Al fin y al cabo, Josúe no pretende aislarse, solo defenderse de unos pocos. Conoce la historia y sabe que, al final, los habitantes de Jericó cayeron vencidos al caer su propio muro. Él no lucha en ninguna batalla contra nadie, bueno, quizás sí, contra sí mismo, se prepara para ser y estar feliz.  

Desde lo alto de la torre principal se puede ver cómo van llegando.  Los que chocan, los que no pueden avanzar, dan vueltas sin saber alrededor del muro. Gritan, chillan, patalean.

También están los otros. Quizás sean lo menos. Pero están. Los ve y los espera. 

En ese grupo Josué te ha colocado. Tú lo sabes. Él puede ver como te apartas del bullicio para que nadie te vea. Con cariño, con cuidado, tal y como sabes hacerlo, haces tocar la trompeta y el muro se abre. Lo hace sólo para tí. Te permite entrar, pues eres de esas personas que valen la pena. Las que aportan, las que a él le importan. 

Josúe te abraza. Tú recoges el calor de su cuerpo, devolviéndole el apretón. Agradeces ese beso en la frente. También le besas. Juntos más fuertes, juntos para siempre. 

Gracias por leerme.

«Una camiseta para dos»

«Una camiseta para dos»

Esta tarde llueve. Lo hace con ganas. Julia llega empapada a casa. En la puerta es recibida por Antón, como siempre, con mucho mimo. Nada más verla le acerca unos calcetines calentitos, para que pueda descalzarse, una toalla para que pueda secarse el pelo y una camiseta de manga larga, de las de él, la que a ella le gusta, para que pueda desvestirse. Esa relación que tienen les permite ciertos privilegios que en otros casos ninguno de los dos se atrevería a asumir. 

Igual de mimada que es recibida en el umbral, también lo es en el resto de la casa. Julia accede al cuarto de baño, no sin antes acariciarle la mejilla a Antón, darle un beso y agradecer la bienvenida, no solo por la ropa para el cambio, sino por haber preparado la mesa y tener todo listo para recibirla: velas, mantel, un centro de flores, dos copas de vino, algo de comer… música ambiente.

Al salir del cuarto de baño, ella se queda parada en la puerta. Lo contempla. Sonríe, mientras asombrada mueve la cabeza negando sus propios sentimientos. Piensa: «Qué voy a hacer contigo». Él, sentado cómodamente en el sofá, anda distraído con el móvil, no se da cuenta de lo sucedido y de que Julia, con su cotidiano sigilo, se acerca. 

Justo cuando está frente de él, Antón contempla aquel par de piernas que la larga camiseta no es capaz de tapar. Sorprendido levanta la cabeza. la mira directamente a los ojos. También le sonríe. La desea y ella lo sabe. 

Julia lo despoja del móvil, que deja suavemente sobre la mesa y, a horcajadas se sienta sobre él. Vuelve a acariciarle el rostro. Él, apocado, se deja hacer. Con suavidad coloca sus manos y acaricia los muslos que ahora han quedado al descubierto. Ella lo abraza con fuerza. Ël responde de la misma manera. Ninguno de los dos dice nada. No hace falta. Saben qué es lo que quieren.

Julia se despega. Con tranquilidad le besa la oreja, el cuello, lame su cachete, para después besarlo con pasión e introducir su lengua en su boca, buscando la humedad de la de él. Antón cierra los ojos. Es incapaz de abrirlos. Quiere disfrutar de ese maravilloso momento en el que ella deja caer su pelo sobre su cara. Le chifla ese hormigueo, le gusta cómo le eriza todo el cuerpo. Sus manos buscan la espalda. La cosquillea paseando las yemas de sus dedos sobre la ahora cálida piel de su pareja. Ella se arquea. Su cuerpo se excita y le deja hacer. Sus manos exploran el cuerpo mientras continúan besándose. 

Los olores y sabores de aquellos dos cuerpos se entremezclan. La única testigo de aquel encuentro será aquella larga camiseta, que a partir de aquel momento, deseará volver a ocupar el cuerpo de su nueva dueña para revivir los apasionados momentos.   

Gracias por leerme.