
Jose lanzó un guante. Lo hizo en forma de esquema, dibujado en una pizarra, disparado en un mensaje de Twiter, para ver si alguna de las habladoras pillaban el concepto.
El tumulto se hacía cada vez mayor. Las presentes hablaban y hablaban. Emitían juicios, manifestaban opiniones —estaban en su derecho, decían—, adelantaban acontecimientos. Conocían lo que había pasado porque alguien les había contado alguna pequeña parte de la historia, pero no porque lo hubieran vivido en primera persona o porque fueran expertas en alguno de los temas que ahora estaban de moda.
Entre todas hilvanaban una historia compuesta de creencias personales, ideas sacadas de contexto, habladurías y razonamientos espurios y poco fiables.
Jose las dejó continuar. Les dejaba con su verborréico discurso. De vez en cuando, cuando encontraba un pequeño espacio entre palabra y palabra, les lanzaba un órdago en forma de pregunta, que las pillaba descuidadas y hacía tambalear las bases de la historia que se estaban inventando. Pero ahí seguían. Bla, bla, bla. Argumentando. Bla, bla, bla. Con sus bocazas abiertas emitiendo sus juicios de valor.
Al rato Jose, les contó alguna verdad, vivida en primera persona y que, las de boca la abierta cargada de mentiras, desconocían, pues solo hablaban de oídas. La historia que se inventaban volvía a sacudirse.
Eso no era bastante para detenerlas. Daban un nuevo giro, un nuevo quiebro, una nueva mentira o verdad inventada, porque se las había contado «nosequiencita» y volvían a levantar su castillo de naipes.
En realidad a ellas no les importaba la historia, no les interesaba, solo querían escuchar su bla, bla, bla.
Jose volvió a su pizarra, a su esquema y les dibujó el camino. Así que mejor, si no saben de lo que están hablando, ¡cierren la boca!
Gracias por leerme.