«Buenas noches»

«Buenas noches»

Me gusta dar las buenas noches. Pero de esas que se dan de manera apretada, con las yemas de los dedos acariciando la espalda, de arriba a abajo, o acariciando ese pequeño hueco que se forma al final de ella. 

Para conseguir esto hay que estar preparado y, sin duda, preparar el ambiente. Para ello, antes de ir a la cama, debes asegurarte de que la habitación está limpia, ordenada y cómoda. Añadir algunas luces suaves o velas para crear una atmósfera relajante, es un detalle importante que puedes dejar de lado. Perfumar la almohada, con ese espray aroma lavanda,  que te regalaron, contribuirá a que ambos se sientan más relajados y felices.

Elige sábanas suaves y cómodas y asegúrate de que la temperatura de la habitación sea agradable para ambos, para que no haya distracciones por frío o calor.

El siguiente paso puede ser elegir la posición adecuada, esa que puede marcar la diferencia. Sin duda, para mi gusto, lo mejor es aquella que permita a ambos abrazarse de manera natural. La posición de la cuchara suele ser popular para esto, pero también puedes buscar otras opciones.

Por lo que sé me consta que antes de dormir es costumbre visitar las redes sociales, dar “likes” y retuitear comentarios. Si me lo permites creo que es el momento de desconectar todos los dispositivos, disminuir la exposición a pantallas para así permitir concentrarse el uno en el otro. Si quieres léele algo en voz alta, ¿esta historia?

Es el momento de dedicar unos minutos el uno al otro, de relajarse juntos, de hablar de lo que les depara el día de mañana, de compartir pensamientos agradables o simplemente disfrutar del silencio. Eso sí, abrazados, con esas cosquillitas en la espalda que me consta que tanto les gusta a ambos. De esta manera verán que poco a poco llega el abrazo sincero, el que  libera oxitocina, la «hormona del amor», la que promueve la felicidad y reduce el estrés.

También sé que no hace falta, pero dale las gracias, por ser la persona que es, por estar siempre ahí, por no dejarte en ningún momento, por su apoyo, por su disconformidad. 

Parece que ya está cerrando los ojos. Deja que duerma. Bésale en la frente y acompaña sus sueños. Estoy seguro que mañana tendrán un lindo despertar.

Gracias por leerme.

«Con 150 monedas de oro»

«Con 150 monedas de oro»

Desde que Judas traicionó a Jesús, por treinta monedas de plata, la historia no ha cambiado mucho. El dinero, probablemente más que entonces, sigue emponzoñando los corazones de las personas, que, cuanto más tienen, más quieren. 

Alejandro vive a la sombra de una dama, de esas dueñas de vastas tierras y poseedora de una gran fortuna. Su mirada fría y su voz firme resuena en cada rincón del pueblo que administra, pues cada día ordena y solicita, a todos los que están a su alrededor y bajo su yugo, todo aquello que le apetece. 

Por el contrario, Alejandro, es un hombre tranquilo con ojos llenos de anhelos y espíritu inquebrantable, que sueña con ganar su espacio y mejorar su vida. 

Alejandro trabajaba incansablemente para la Señora. Un día logró escapar de aquel territorio, pero para poder conseguir sus propósitos necesitaba que le fuera concedida la libertad. 

A pesar de sus años de leal servicio, no lograba que lo dejaran ir. Él era como una posesión, un peón en su extenso tablero de ajedrez, que daba poder a la Señora. 

Un día, mientras caminaba por el mercado, Alejandro se encontró con un anciano que narraba la leyenda de unas monedas de la libertad. El muchacho paró y el viejo le contó la historia sobre aquellos dineros cuyo precio era alto: 150 monedas de oro, de las cuales él sólo tendría que poner la mitad, y su Señora, la otra parte. 

Alejandro, con ganas de romper las cadenas que lo ataban, decidió hablar con ella, y solicitar el otro cincuenta por ciento. La mitad le fue negada. 

Con determinación, Alejandro trabajó aún más duro, ahorrando cada moneda de oro que podía encontrar. Vendió sus pertenencias y ayudó a trabajos adicionales en el pueblo. Eventualmente, después de mucho esfuerzo, reunió las otras 75 monedas de oro que le faltaban y le entregó el total de las 150 monedas al anciano.

Alejandro regresó a la mansión de la Señora, le enseñó los documentos que le otorgaban la libertad. Con ese espíritu de ilusión que le caracterizaba, Alejandro le mantuvo la mirada y le dijo: “No se preocupe mi señora, por mi culpa usted no perderá ni una sola de sus riquezas, a esta ronda invito yo, pero ahí se queda.”

En ese momento, Alejandro sintió que las cadenas que lo habían atado durante tanto tiempo comenzaban a aflojarse.

A medida que caminaba hacia su ansiada libertad, sintió la dulce y preciosa brisa acariciar su rostro, como una mano suave que consuela y da calma y refugio en lo momentos que más se necesitan, agradecido por haber pagado el precio necesario para recuperar su vida, sin tener que suplicarla. Pero aún le quedaba camino por recorrer, y sabía que no lo haría solo, pues siempre estaría acompañado.

Gracias por leerme.

«Un cosquilleo en la piel»

«Un cosquilleo en la piel»

Mi amiga Rosa trabaja con Daniel, desde hace algún tiempo, en un gran estudio de arquitectura. Hasta el momento sólo habían intercambiado un par de frases, al cruzarse en el ascensor o en el café. No habían tenido la oportunidad de intimar algo más.

En la última reunión de coordinación de todo el equipo, para sorpresa de ambos, el jefe los seleccionó para colaborar en un ambicioso proyecto de diseño de un rascacielos innovador. Ese fue el pistoletazo de salida para la formación de un gran equipo. la consigna que les dieron fue: ¡Que erice la piel del que lo vea!

A medida que pasaban horas juntos, sus vidas también comenzaron a entrelazarse pues era inevitable hablar de todo un poco. Así,  aquella relación especial comenzó a florecer.

Rosa, que ocupa el puesto de líder del proyecto, es una arquitecta talentosa, conocida por su creatividad, dedicación, compromiso y atención a los detalles. Daniel, por su parte, es un ingeniero estructural que aporta una perspectiva técnica y sólida al proyecto. A medida que trabajan juntos, han empezado a darse cuenta de que sus habilidades se  complementan de una manera asombrosa, creándose una química entre ellos cada vez más evidente. Comparten conversaciones, sueños, esperanzas y desafíos. Cada día, su vínculo se fortalece más, y comienzan a apoyarse el uno del otro, no sólo en términos profesionales, sino también emocionales. 

Rosa me cuenta que, en una de esas largas jornadas de trabajo, sus manos se rozaron de manera accidental. Fue un contacto inesperado, fugaz, pero ese simple roce desató una avalancha de emociones. Ambos sintieron un cosquilleo eléctrico en la piel y se miraron sorprendidos por la intensidad de la conexión. Se dieron cuenta de los sentimientos que habían estado creciendo entre ambos eran mutuos, y que no podían ignorar lo que estaba sucediendo entre ellos. 

Así que, a medida que avanzaban en el proyecto, sus manos se rozaban cada vez con más frecuencia, ya no de manera accidental. Cada contacto era como una chispa que encendía una llama más ardiente en sus corazones. 

Cuando completaron su proyecto, el rascacielos que habían diseñado juntos, vieron que aquello era una representación física de su conexión y su colaboración. Pero lo más importante es que habían construido un vínculo, sólido y duradero, que trascendía las estructuras de acero y hormigón. Sus manos, que una vez se habían rozado de manera accidental en la oficina, ahora se entrelazan de manera intencional, creando un lazo que perdurará mucho más allá de cualquier proyecto arquitectónico.

Rosa y Daniel descubrieron que el contacto de sus manos no solo genera un cosquilleo en la piel, sino también un calor en el corazón que los mantiene unidos para siempre.

Gracias por leerme.

«Hacerle el amor al aire»

«Hacerle el amor al aire»

El tiempo está loco y hace mucho calor. El aire está caliente y apenas estar en la sombra me da un respiro; así que hoy he decidido salir a dar un paseo a media tarde. 

Llevo un rato sentado en esta terraza, solo, leyendo tranquilo, tomando una caña y unas aceitunas, para soportar la temperatura, viendo a la gente pasar. De repente, siento como el calor ha aumentado o eso al menos me parece a mí, cuando observó el final de la calle peatonal, desde lejos adivino tu caminar.

Desde ese momento me desconcentro, no puedo seguir leyendo. Mis ojos se dedican sólo a contemplar cada uno tus movimientos, el ritmo de las curvas de tu cuerpo hacen al acometer ese paso que llevas tan seguro. Es asombroso, todo baila a tu alrededor. A tu son. 

Desde aquí te veo y solo pienso en que yo también quiero bailar contigo, pues me quedo lelo al contemplar el movimiento de tus caderas, el ritmo de tus piernas y el acompañamiento sincopado de tus brazos. Haces que todo tiemble, que el mundo cambie, que mi corazón palpite al mismo ritmo que marcas.

Levantas los ojos, me miras. Te acercas y sé, con exactitud, que ya te has percatado de mi presencia. Has descubierto dónde estoy y te sonrojas al descubrir que mi mirada es solo para tí. Siento que temes que los demás lo descubran. Pero a mi nadie me mira, tú los atraes. 

Soy consciente de que te haces la despistada, girando la mirada, como sin querer, hacia el lado contrario, pero no lo soportas, tardas apenas unos segundos en volver a mirarme. Te gusta saber que te observo, eso te ayuda a recuperar el paso y la seguridad en tí. Creo en tí 

Cuando ya estás a apenas unos pocos metros de mi, me miras a los ojos. Nuestras miradas se entrecruzan, nos mantenemos la mirada y, con total descaro, te muerdes el labio inferior. Acabas de matarme, lo sabes. Me vuelve loco cuando haces ese gesto. 

Todo me tambalea. El calor ambiental aumenta. Miro a mi alrededor y contemplo cómo te miran. 

Es increíble, solo tu caminar, tu presencia, tu saber estar, tus gestos y tu sonrisa al pasar a mi lado es suficiente para que todo en mi vida se descoloque, o se ponga en el sitio que le corresponde. 

La temperatura sube, sí que hay calor, pero por tu paso, porque solo tú tienes la habilidad de hacerle el amor al aire, y eso le da calentura a cualquiera. 

Sigues de largo. Te sigo mirando. Imagino que sonríes. Quizás otro día te quedes a mi lado. 

Gracias por leerme.

«Una triste soledad»

«Una triste soledad»

Aunque muchos no lo creen, Juan es un hombre con el alma solitaria. Apenas lo demuestra, pues casi todo el día está embutido en una bulliciosa actividad, en la que se coloca una especie de máscara y disimula su existencia. 

Vive en un pequeño apartamento, rodeado de otros pequeños apartamentos habitados por personas que no conoce, con las que a veces se tropieza en el ascensor y con las que no habla nada más allá de un simple saludo o una triste despedida. 

Aunque la ciudad en la que vive está llena de vida y muchos consideran que Juan tiene una gran actividad, lo que yo sé de él, es que Juan se siente aislado y solo.

Ese sentimiento comenzó años atrás. Sin un motivo aparente, sino fruto del día a día, que le encaminó a tener, fuera del ámbito laboral, una existencia monótona y vacía.

Pasa sus días trabajando en la oficina, y cuando por las noches regresa a su casa lo hace en solitario. Se abraza a esa soledad y deja que su cabeza viaje por el mundo de los sueños y los deseos, que, de alguna manera, le aportan ilusión. 

Recostado en su sofá recuerda como hace tiempo la había mirado con ternura deseando conocerla, y eso logró hacerlo. Con el paso de los años llegaron a hacerse amigos, de esos que nunca se abandonan, de los que basta una mirada para saber que algo pasa y que el otro necesita ayuda; entonces se juntaban.

Llegaron a enamorarse, a enamorarse mucho, si eso es posible grduarlo. Pasaban horas acurrucados, hablando, riendo, noches en vela y en una conversación constante. Juan pensó que todo aquello era un sueño. 

Ahora que no puede llegar a ella, sigue soñando con hacerlo, pero acompañado de su soledad, esa que nadie conoce, esa que cada mañana disfraza y esconde, esperando recuperar la conexión que siempre han tenido, que se mantiene oculta a la vuelta de la esquina, esperando, y que ambos saben que puede traerles luz, paz y calor a esos corazones que ahora se sienten solos, en una triste soledad.

Gracias por leerme.

«Me gusta que te fijes en mí»

«Me gusta que te fijes en mí»

Me he dado cuenta, me miras de reojo. Sabes que yo también lo hago, pues, en no pocas ocasiones, nuestras miradas se han tropezado y ambos hemos intentado huir del emocionante brillo que sentimos, sí, ese destello que se pone en nuestras pupilas cuando nos acercamos. Ese sentimiento hace que sea casi imposible separarnos, pero en tan solo un par de segundos, nos sonreímos, con cierta picardía, y apartamos la vista. Luego seguro que volverá a ocurrir. 

Hoy has ido un poco más allá. Me has dejado descolocado, pero muy emocionado, me gusta que te fijes en mí. Me gusta que me lo hagas saber, como yo mismo suelo hacerlo contigo. 

Has levantado la vista y te has dado cuenta de que me corté el pelo. Te he gustado y eso se nota. Además, no te has avergonzado de lo que sientes y me has dicho lo guapo que estoy. Gracias. Tú también lo estás. 

Por si fuera poco, al cabo de un rato, tu mirada ha recorrido mi cuerpo y me has piropeado por cómo voy vestido. Sin duda esta forma de vestir, la que ahora le dicen casual, me favorece, y a tí te ha gustado. 

Me asombraste cuando te fijaste en mis nuevas gafas de color. No pensé que te darías cuenta del cambio que hice y, sin duda, estas que ahora llevo son las que más te gustan. 

Además de todo eso, y por si fuera poco, hoy me has felicitado por lo bien que lo he hecho en el trabajo, por lo fantástico que estoy siendo contigo, por lo agradable que ha sido nuestra conversación, por nuestra mensajería cómplice cargada de emoción y, a veces, de erotismo, por nuestras risas y la confianza que tenemos en nuestras confidencias. Me has agradecido el esfuerzo que estoy haciendo. Gracias a tí también. Te las mereces. 

Ahora entiendo el motivo por el que siempre estaremos juntos. Hoy estamos a la par, estamos en paz. Me encanta cuando me cuido, me trato bien y me digo cosas bonitas. 

Gracias por leerme.

«¡Sorpresa!»

«¡Sorpresa!»

Los lunes tienen un sabor especial, ¿qué te voy a contar yo que tú no sepas ya? Aquella mañana, de aquel lunes cualquiera, de aquel mes cualquiera, en una empresa cualquiera, Alejandra se acercaba con resignación a su puesto. 

Ella era una trabajadora incansable que siempre se esforzaba al máximo por sacar el trabajo adelante e intentaba llevarlo al día. Apenas se levantaba de su asiento. Cada lunes, comenzaba una nueva semana de duro trabajo en la oficina, organizaba los pedidos, ordenaba pagos, distribuía visitas, consultas, informes… 

Aunque amaba lo que hacía, a veces la rutina se volvía abrumadora. Pero hoy, nada más acercarse a su escritorio, notó que algo inusual estaba destinado a suceder. Sobre su mesa  había algo fuera de lo común: una pequeña caja envuelta con un papel de regalo azul brillante.

Confundida, miró alrededor. El resto de compañeros y compañeras estaban incorporándose a sus puestos. Nadie parecía haberse dado cuenta de aquella misteriosa caja. Con curiosidad, y de manera cuidadosa, comenzó a desatar el lazo. Al abrirla, se encontró con una nota que decía: «Para Alejandra, para que empieces la semana con una hermosa sonrisa».

Su corazón comenzó a latir de manera acelerada. ¿Quién podría haber dejado ese regalo en su escritorio? No tenía idea. 

Con cuidado, sacó el contenido de la caja y descubrió una sencilla bolsa de caramelos de todos los colores que, sin duda, la habían hecho sonreír de oreja a oreja. No sabía qué hacer, estaba asombrada. No podía creer que alguien se hubiera tomado el tiempo de hacerle ese hermoso y sencillo regalo sólo para verla sonreír. 

Durante el resto de la semana, no dejó de pensar en el misterioso regalo y en quién podría haberlo dejado en su escritorio. La sorpresa y la intriga se habían apoderado de ella, pero también se sintió profundamente agradecida y feliz.

En todas las ocasiones, dar una pequeña sorpresa y hacer sonreír a alguien, es la mejor arma para emocionar y agradecer a los que nos rodean, el gran favor que nos hacen por regalarnos su amistad, confianza y compañía, generando espacios para la felicidad y el bienestar de ambos.

Gracias por leerme.

P.D.: Ya no me quedan del sabor que me gusta.

«Con ese beso en la frente»

«Con ese beso en la frente»

Mi abuela siempre me contó que quién besa en la frente ama de verdad, incluso cuando no hay más remedio que seguir amando para siempre. 

Tras compartir toda una vida juntos Valeria y Andrés, con una preciosa historia de años a sus espaldas, riendo, llorando y enfrentándose juntos a todas las adversidades que la vida les había presentado, se tropezaron con el nuevo reto que se les había puesto por delante. Era el momento de volver a demostrar que su amor era profundo y verdadero. Había llegado el momento definitivo en el que sentir y demostrar que era verdad que se habían convertido en el apoyo mutuo que anhelaban y que necesitan para sobrellevar los desafíos del tiempo.

Pero, como suele suceder en la vida, los caminos de ambos tomaron un rumbo inesperado. Andrés había recibido una oportunidad única de trabajo en el extranjero. Era un sueño hecho realidad, pero también significaba dejar atrás todo lo que conocía y amaba. Valeria, aunque emocionada por él, sintió un nudo en la garganta al enterarse, pues sabía que la relación de ambos podría sufrir cambios irremediablemente.

El día de la despedida llegó. Sus manos entrelazadas y sus miradas llenas de amor reflejaban la tristeza que sentían en su interior. 

El tiempo pareció detenerse mientras esperaban en silencio la llamada para embarcar. No querían dejar ir ese momento, querían detener el tiempo y permanecer juntos para siempre, como tantas veces habían hecho. Pero la realidad era implacable y el anuncio de la salida del vuelo finalmente llegó.

Con lágrimas en los ojos, Andrés se giró hacia Valeria y la abrazó con fuerza. Sus corazones latían al unísono, compartiendo el dolor de la despedida. Sus palabras se ahogaron en un mar de emociones, y solo pudieron susurrar promesas de amor eterno.

El último abrazo se volvió un recuerdo imborrable. Sus ojos se encontraron y, en ese instante, supieron que era hora de decir adiós. Con manos temblorosas, Andrés se inclinó hacia adelante y depositó un profundo beso en la frente de Valeria. Sus labios rozaron su piel una última vez, llenos de amor y tristeza.

Valeria abrió los ojos débilmente y miró a Andrés con ternura. Sabía que ese beso era una despedida, un último acto de amor antes de partir. Sin decir una palabra, sus ojos hablaron por ellos, comunicando el agradecimiento por el amor compartido y la promesa de que siempre estarían conectados. Nada, ni el tiempo ni la distancia les robaría aquel amor eterno. 

Gracias por leerme.

P.D.: Llega el momento de darte ese beso en la frente. Es hora de descansar y desconectar un poco. Si todo va bien, regresaré en septiembre por esta esquina. Si te apetece nos vemos entonces. FELIZ VERANO.

«Hasta las trancas»

Hoy he vuelto a brindar por la vida y la felicidad de las personas. He quedado para tomar café con mi amiga Sofía. Creo que en una entrada anterior ya les hablé de ella, de su historia, de su relación. La verdad es que no estoy muy seguro, porque, por aquello de la Ley de protección de datos personales, le cambié el nombre –o lo estoy haciendo ahora–, el género, la edad, el lugar de residencia.

Me resulta muy simpático que tengamos este tipo de quedadas para hablar, ya que ella no bebe café. A veces se toma un vino, un Martini o un Mojito, pero nunca café.

La cosa es que hemos quedado para hablar. Sofía está enamorada hasta las trancas. Él también lo está de ella. Llevan así mucho tiempo juntos, separados, revueltos, distanciados…, pero hasta las trancas.

Se quieren a su manera, a veces como pueden, otras como les dejan, pues cada uno tiene su propia historia que ya les conté. Pero ya les digo que enamorados, lo que se dice enamorados, el uno del otro, lo están, e insisto, hasta las trancas. Por eso hoy quiero dedicarles esta entrada, sobre todo a ella, que se ha sincerado conmigo y contado los sentimientos tan sorprendentes que tiene con él –suponiendo que en esta historia sea él y no ella o ella y no él–, hasta ha llorado. 

Ella me cuenta que tiene los ojos llenos de miradas que le dedica; que nada más encontrarlo, se le llena la boca, los labios y la lengua, de besos que quiere darle; las manos de caricias, que necesitan ser repartidas por todo su cuerpo, haciendo un especial hincapié en sus sonrojadas mejillas, que acaricia con calma cuando están a solas; me narra cómo en sus brazos se le acumulan apretados achuchones que quiere darle contra su cuerpo. Me describe cómo el alma le palpita y se le acelera el cuerpo cuando lo siente cerca. Me sorprende con las ganas locas que tiene de estar con él todo el día, sin poder hacerlo, y de volver a estarlo nada más separarse. Alucino con lo que me detalla sobre las cosas que se dicen, las conversaciones que tienen, algunas a mitad de la noche, los sueños que se dedican, las quedadas a escondidas, las escapadas por sorpresa. Me encanta cuando me dice que tiene miles de pasos de baile, guardados en sus pies para danzar juntos, siempre, toda la vida.

Por todo ello, estoy convencido que hoy es un bonito día para brindar por esa gente que está enamorada hasta las trancas.

Gracias por leerme.

«Amor en silencio»

«Amor en silencio»

Tiene su dedo índice colocado en posición perpendicular apoyado contra sus labios. Los sella con ese gesto que todos conocemos. Lo hace para no seguir hablando, para no seguir haciendo daño a la persona que, en estos momentos, tiene delante. Por triste que parezca acaba de comprometerse a seguir con su amor en silencio, en la oscuridad.

Ahora su alma está negra como la noche, le duele, está arrugada, como cuando se estrangulan los folios usados, con ideas excluidas, antes de ser lanzados con rabia hacia la papelera. 

Aunque mantiene los labios clausurados, en estos momentos no puede apartar la mirada de la persona que ama. La tiene enfrente. Escucha lo que le cuenta, los motivos por los que le pide distancia y calma. Lo entiende. Comprende. Se avergüenza. Le presiona el alma. Mira hacia su interior. Quiere hablar, pero solo asiente en silencio, quiere responder pero solo escucha, quiere abrazar, pero sabe que no puede tocar. 

Una lluvia de sentimientos vuelven a caer sobre su cuerpo. No es la primera vez que esto ocurre. Algo ha aprendido. Sabe que el castigo será sufrir su amor en silencio, por un tiempo prolongado, o tal vez eternamente, sin poder hacer nada por cambiar esta situación. 

En su reflexión personal reconoce que no es justo, que no es lo que se merece. Ahora le toca remontar, recuperarse, en la oscuridad, en su silencio, pues no puede compartirlo con nadie más. No lo entenderían. Solo esta persona que tiene delante, y que siente lo mismo, es capaz de hacerlo, es su apoyo, quizás el único, el que se prometieron para siempre.

Se mira en el espejo de su propia alma. Cierra los ojos y ve la oscuridad. Imagina ser quien besa. Eso duele. Sabe que será otra persona la que lo haga, o la que le coja de la mano, calme sus malos momentos o escuche sus lamentos al terminar el día. 

Es hora de abrir los ojos. De ver que la oscuridad existe, que tendrá que aprender a mirar de otra manera, seguir triste, si quiere sobrevivir. No puede. Vuelve a cerrarlos. Reconoce que imaginar es menos doloroso que mirar, que será duro amar en silencio, guardar ese profundo e increíble sentimiento entre pecho y mente, con su estómago revolviéndose, siendo cada noche su último pensamiento del día. También el primero de la mañana. 

Así seguirá, en silencio, con ese hondo amor escondido en el interior, silenciado para no perder lo que le queda, aunque duela, desplazado, abandonado, a buen recaudo en su alma, pues no hay amor más luminoso y brillante que el que vive en la oscuridad, dando la esperanza de que quizás, algún día, una luz les ilumine y puedan gritarlo a los cuatro vientos.

Gracias por leerme.