«Piensa en mí»

«Piensa en mí»

El día amanece normal. Su despertador conecta la música y suena la increíble y desgarrada voz de Luz Casal “Si tienes un hondo penar / piensa en mí; / si tienes ganas de llorar / Piensa en mí…” Inevitablemente su primer pensamiento, incluso antes de salir de cama, es viajar hasta ella. No era por culpa de la canción, eso fue pura coincidencia, estas ensoñaciones también son algo normal. Sin saber muy bien cómo, o el motivo, desde hace tiempo, desde hace bastante tiempo, ese es un sentimiento cotidiano. 

Según llega al trabajo la rutina laboral lo embarga. Su mente se transforma en una máquina eficaz de elevar informes, cuadrar balances, establecer relaciones, enlazar valoraciones y establecer coordinaciones. Toda su mente está preparada para dar lo mejor de sí, en su ámbito laboral. Hasta que ella vuelve a su mente, otra vez en forma de canción “Ya ves que venero / tu imagen divina, / tu párvula boca / que siendo tan niña, / me enseñó a besar…”

Es en ese momento cuando se descoloca. Necesita coger aire y volver a concentrarse. Se da cuenta de que acaba de llegar el momento de ir a la cafetería de la esquina, sentarse en la terraza y esperar a que le traigan su desayuno, que ya no necesita pedir, pues la camarera conoce sus gustos. 

Nada más hacerlo algo vuelve a activar sus sentidos. “…Piensa en mí / cuando sufras, / cuando llores / también piensa en mí…”. De forma inesperada la voz de Luz vuelve a sonar y con ella el perfume que más le gusta. Ella vuelve a aparecer. 

–¿Puedo sentarme? 

–Sabes que sí. 

–¿Cómo sabías que iba a venir?

–Llevo toda la mañana presintiéndote. Te estaba esperando. Porque cada vez que intentamos alejarnos, nos unimos más.

Y así fue, como aquella tarde terminó tal y como comenzó la mañana, pensando el uno en el otro, deseando retomar la letra de su canción: “…cuando quieras / quitarme la vida, / no la quiero para nada, / para nada me sirve sin ti.”

Gracias por leerme.

«La visita soñada»

«La visita soñada»

No sé de dónde vienes a estas horas. Me has sorprendido. Si te soy sincero esta noche no te esperaba. Tampoco me sobresalto cuando siento que me despiertas acariciando mi cara. No puede ser otra persona más que tú. Así que, aquí estás. Has venido sin esperarte, sin avisar, sin anunciarte. No hace falta que lo hagas. Lo sabes. Tu espacio, tu burbuja, siempre tiene las puertas abiertas a la espera de que quieras cruzar el umbral. Aquí te relajas, aquí eres, aquí estás, aquí somos. 

Abro los ojos para verte. Hablas en un susurro por lo que no te escucho bien, pero entiendo que dices que tenías ganas de estar a mi lado, de pasar la noche tranquila, relajada y alejada de los problemas habituales. 

Encendes la pequeña luz de la mesita de noche, me encandilas, aún así me regocijo en la apasionante visión que es contemplar cómo te desvistes. Lo haces despacio, disfrutando del momento, de mi mirada. No has traído pijama. Ya veo que has improvisado totalmente esta visita. Sabes dónde tengo los míos, por lo que no me sorprende que decidas abrir la gaveta para coger una de mis partes de arriba. Te observo con detalle. Me gusta cuando haces estas cosas y te dejas llevar por el erotismo que sabes me provoca tu cuerpo y tu persona.

Siento cómo te agachas y retomas, en silencio, ese que siempre hace que nos besemos, la caricia de mi cara. Siento tus labios sobre los míos.

Con suavidad me musitas que te haga hueco en mi lecho. Normalmente te acuestas del otro lado de la cama, pero esta noche, no se bien el motivo, te apetece meterte en mi lado. No hay problema. Eso también me gusta. Con tranquilidad me aparto para dejar el espacio que me solicitas. Siento el frío del otro lado en mi espalda, hace que vuelva en mi, ya veo que lo que te apetecía era el calor.

Pero una noche más todo se desvanece, y lo que parecía un sueño, se confirma como triste realidad.

Gracias por leerme.

«Una camiseta para dos»

«Una camiseta para dos»

Esta tarde llueve. Lo hace con ganas. Julia llega empapada a casa. En la puerta es recibida por Antón, como siempre, con mucho mimo. Nada más verla le acerca unos calcetines calentitos, para que pueda descalzarse, una toalla para que pueda secarse el pelo y una camiseta de manga larga, de las de él, la que a ella le gusta, para que pueda desvestirse. Esa relación que tienen les permite ciertos privilegios que en otros casos ninguno de los dos se atrevería a asumir. 

Igual de mimada que es recibida en el umbral, también lo es en el resto de la casa. Julia accede al cuarto de baño, no sin antes acariciarle la mejilla a Antón, darle un beso y agradecer la bienvenida, no solo por la ropa para el cambio, sino por haber preparado la mesa y tener todo listo para recibirla: velas, mantel, un centro de flores, dos copas de vino, algo de comer… música ambiente.

Al salir del cuarto de baño, ella se queda parada en la puerta. Lo contempla. Sonríe, mientras asombrada mueve la cabeza negando sus propios sentimientos. Piensa: «Qué voy a hacer contigo». Él, sentado cómodamente en el sofá, anda distraído con el móvil, no se da cuenta de lo sucedido y de que Julia, con su cotidiano sigilo, se acerca. 

Justo cuando está frente de él, Antón contempla aquel par de piernas que la larga camiseta no es capaz de tapar. Sorprendido levanta la cabeza. la mira directamente a los ojos. También le sonríe. La desea y ella lo sabe. 

Julia lo despoja del móvil, que deja suavemente sobre la mesa y, a horcajadas se sienta sobre él. Vuelve a acariciarle el rostro. Él, apocado, se deja hacer. Con suavidad coloca sus manos y acaricia los muslos que ahora han quedado al descubierto. Ella lo abraza con fuerza. Ël responde de la misma manera. Ninguno de los dos dice nada. No hace falta. Saben qué es lo que quieren.

Julia se despega. Con tranquilidad le besa la oreja, el cuello, lame su cachete, para después besarlo con pasión e introducir su lengua en su boca, buscando la humedad de la de él. Antón cierra los ojos. Es incapaz de abrirlos. Quiere disfrutar de ese maravilloso momento en el que ella deja caer su pelo sobre su cara. Le chifla ese hormigueo, le gusta cómo le eriza todo el cuerpo. Sus manos buscan la espalda. La cosquillea paseando las yemas de sus dedos sobre la ahora cálida piel de su pareja. Ella se arquea. Su cuerpo se excita y le deja hacer. Sus manos exploran el cuerpo mientras continúan besándose. 

Los olores y sabores de aquellos dos cuerpos se entremezclan. La única testigo de aquel encuentro será aquella larga camiseta, que a partir de aquel momento, deseará volver a ocupar el cuerpo de su nueva dueña para revivir los apasionados momentos.   

Gracias por leerme.

«Un regalo pendiente de entregar»

«Un regalo pendiente de entregar»

El día de Navidad el árbol apareció lleno de regalos. Cada uno de ellos tenía su nombre, su propietario. Cada uno de ellos guardaba en su interior un deseo, una sorpresa o una ilusión que se concedía a su destinatario. 

Se repartieron en un santiamén. Los niños jugaban animadamente con sus nuevas adquisiciones, mientras los adultos disfrutaban, de manera más sosegada, de la apertura de los paquetes, de las caras de felicidad o sorpresa al abrirlos. Ella también disfrutaba del momento. 

Cuando la casa quedó tranquila y todos se marcharon Lucía contempló las ramas del abeto. Todo estaba en su sitio. Era el momento de colocar el detalle que faltaba. 

Con su sonrisita picarona, sabedora de la sorpresa que ocultaba, metió la mano por la parte de detrás del mueble, con la finalidad de poder rescatar la bolsa que allí escondía. Sabía que ninguno de los miembros de la familia conocía aquel enjuto espacio, solo apto para su fina mano y para albergar pequeños secretos como aquel. El envoltorio salió sin esfuerzo. 

Ya una vez en su poder abrió la fea bolsa marrón y así poder confirmar que el pequeño secreto que guardaba se mantenía intacto. Sonrió. Todo estaba en su sitio. 

 Ahora necesitaba envolverlo y preparar aquel regalo tan especial. Buscó el papel naranja, del que también había escondido un pedacito en el fondo del armario, lo envolvió con mucho cuidado y lo cerró. Para rematar la faena de aquella sorpresa, decidió colocar un lazo de color verde, como símbolo de la esperanza que guardaba al entregar ese presente. 

Una vez lo tuvo todo empaquetado le buscó un sitio especial. Con su teléfono móvil sacó un video y lo envió a la persona para la cual estaba reservado, acompañado de un escueto mensaje: «Parece que Papá Noel se ha acordado de tí». Dicho aquello,  y con el objetivo de no ser descubierta por la familia, devolvió el regalo a su escondrijo. Ahora espera ser entregado, verlo colocado en su sitio como símbolo de que un pedazo de su corazón también lo regala en él, para siempre.

Gracias por leerme.

PD: Este relato participa en el Séptimo concurso de Cuentos de Navidad que organiza www.zendalibros.com, por lo que, si buscas el #CuentosdeNavidad2022, le puedes dar muchos likes y compartirlo. Igual así lo leen más personas. Gracias.

«El farero de Isla Corazón»

«El farero de Isla Corazón»

A Alberto siempre le atrajeron los faros. Hace un par de años se compró un libro, un pequeño atlas ilustrado, que explica la geolocalización e historia de algunos de los faros más emblemáticos del mundo. En ese momento supo que no le importaría pasar una temporada trabajando en uno de ellos. Evidentemente no podía ser en aquellos faros expuestos en el libro, tan lejos y peligrosos, así que “se conformó” con hacerlo en el faro de Isla Corazón, cuya plaza había quedado vacante. 

Ese es un faro pequeño, levantado en la cara norte de un islote con esa más que evidente forma, que a su vez está situada en la parte más saliente de unos peligrosos arrecifes. 

La pequeña isla, a sotavento, tiene un pequeño atracadero, hecho de piedra, bien protegido de los azotes del mar y el fuerte viento reinante,  en el interior de una pequeña y cerrada cala rodeada de altos acantilados. Un estrecho y empinado sendero une esos dos únicos puntos de relevancia de Isla Corazón. 

Una vez en semana, una pequeña falúa se acerca, si el mar lo permite, para llevar provisiones a Alberto. Ese momento, y su más que fallida conexión a internet, son los contactos que el farero tiene con el mundo exterior. 

El día a día pasa rápido. Las labores de mantenimiento, del hogar, la hora de gimnasia diaria, la lectura, y el ratito que se conecta a Instagram para contestar a sus seguidores, hacen que el tiempo pase ágil. En soledad, pero ágil. Aún así Alberto reconoce que es muy duro estar solo, pero su necesidad de vivir una aventura le pudo. 

En tierra firme mantiene una historia real. Uno de esos corazones, con los que marcan sus fotos, corresponde a la persona que quiere que él regrese, que se mantenga a su lado, que deje esa vida. Él también lo está deseando. Esperan el día en el que ambos estén preparados y sabe que, el día menos pensado, esa falúa de suministros llevará un corazón rojo en proa, indicando que ya es el momento de dejarlo todo por ella

Gracias por leerme.

«Una copa medio vacía»

«Una copa medio vacía»

Creo que Matías no es como tu o como yo. El siempre ve la copa media vacía. O eso me cuenta. 

Ayer quedé con él. Me llamó. Tenía ganas de hablar, de no estar solo, de contarme las cosas que está viviendo. Yo estaba en las mismas, así que, ¿por qué no?

Pasamos un par de horas de cháchara. Tranquilas, disfrutando de un vino, la tranquilidad de la tarde, con alguna risa y con un montón de historias con las que ponernos al día. Después de escucharlo y, una vez en la distancia de mi propia soledad, creo que su perspectiva es diferente y, a lo mejor, es buena idea esa suya de ver la copa medio vacía. 

Había mandado la foto a María –menos mal que ella no me lee, o eso creemos, pues la reconocería–, en un momento de silencio y tristeza por no estar con ella, intentando que le reaccionara con un «Yo también te echo de menos», «Me gustaría estar contigo», «Espérame que voy» «Abre que estoy aquí»… Según me dice, se conforma con poco. 

En el mensaje, además, le recordaba lo felices que habían sido en la complicidad de su espacio, el día anterior, los días anteriores, cada vez que se ven. Como si a ella le hiciera falta ese recordatorio. En fin, imagino que Matías también tiene sus miedos y sus propios fantasmas que lo atormentan cuando está solo. Ella ahora está fuera y no puede acompañarlo. Él lo sabe, lo entiende, disfruta, a duras penas, de la copa medio vacía, la piensa, la desea.

Según me contó, la echa mucho de menos, aunque sabe que no pueden estar juntos todo lo que ellos quisieran. Así es la vida. En esas enciende la vela, por eso media la copa. Para él, cada vez que se unen, cae una gota en la copa, cada vez que se envían un mensaje, cae una gota en la copa; cuando se abrazan, caen varias gotas; cuando se besan, caen varias gotas; cuando comparten sus cosas, caen varias gotas… Por eso le gusta servir y ver la copa medio vacia, para poder llenarla cuando está con ella, eso sí, con el vino que a los dos le gusta, el que cambia de sabor y mejora notablemente, en cuanto lo comparten con sus labios, en un beso largo, tranquilo y sensual, que casi siempre pretende ser el último y que casi nunca lo es, pues les cuesta separarse. 

Para Matías, la copa medio vacía, es la vida que le queda con María, toda una vida. Ahora, que en la tranquilidad de mi soledad, pienso en sus palabras…, me serviré mi propia media copa de vino y brindaré por ellos, por su amor casi imposible, para que logren llenar sus vidas con besos, más momentos, abrazos, confidencias, amistad…, o mantenerlas medio vacías de igual manera, con besos, más momentos, abrazos, confidencias, amistad…

Gracias por leerme.

«Tocar La Luna»

«Tocar La Luna»

El efecto que La Luna hace en su persona era algo que ya conocía. Ver aquella luna tatuada sobre aquel hombro le despertó deseos parecidos a los que le ejerce el satélite: querer tocarla, volar hasta ella y flotar en el espacio en un intento de aferrarse en sus curvas. 

Como si del verdadero satélite se tratara ella se movió a su alrededor dibujando una elipse, a modo de órbita, sin apartar la mirada, pero sin permitir el más mínimo roce. 

Así estuvieron buena parte del tiempo. Bailaron un rato, hablaron otro tanto y se rieron de la vida y de sus propias personas de manera entretenida.

Ligeramente avanzada la noche, ella, sin mediar palabra, ni una mínima despedida con la mano, ni tan siquiera una mirada furtiva, como si de un eclipse se tratara, simplemente desapareció. No se volvieron a ver, pero aquella luna quedó en su retina.

Semanas después de la experiencia la volvió a ver. Ella, su hombro y la media luna tatuada volvían a mostrarse, ocupando, eso sí, el espacio estelar de otra persona. Pero allí estaba, riendo, confesando buenos, malos e íntimos momentos. Se reconocieron y saludaron. 

Desde su observatorio él se quedó contemplando. No le quedaba duda de que era el ser con el que le gustaría compartir sueños, noches y estrellas. Aquella casualidad era la que le había descubierto la manera de acercarse para intentar volver a conectar.

Conocía el ciclo de los movimientos de la persona en común, por lo que le bastaba con esperar y dejarse ver. No tardó. Le contó lo que le había ocurrido, lo que había sentido y la amiga, quizás conocedora de algún otro dato, facilitó el reencuentro. 

La noche brilló. La conexión fue instantánea. Tras asegurarse de que los sentimientos podían ser mutuos. Bastó con enseñarle la impresión de la tierra, que se había hecho en su hombro izquierdo, para hacerle entender que aquella luna, la que ella lucía en el mismo lugar, y que tanto le había atraído, ya nunca más iba a estar sola.

Desde aquel momento ella pasó a ser la persona que movía sus mareas, la que alteraba su sueño en las noches de plenitud y la que le ayudaba a soñar con tocar La Luna cada noche.

  Gracias por leerme.

«Las palabras que el viento te lleva»

«Las palabras que el viento te lleva»
¿Qué le pides al viento?

Aunque ya estamos en otoño parece que el viento aún no quiere acompañarlos. Alberto lo necesita, sabe que es así, utilizándolo, como lo hacían los antiguos, la mejor manera que, a partir de este momento, va a tener para comunicarse con Ella. 

Alberto está en su coche, aparcado en aquel mirador que un día significó algo. Está tranquilo, esperando, viendo el cielo y deseando que por fin sople la brisa para poder enviar un deseado mensaje. 

Con los ojos abiertos, y el corazón alterado, como le ocurre cuando están juntos, sueña con que, cuando el suave ulular crepite sobre la ventana de la casa de Ella,  pueda decirle que él está allí, esperándola. Pero el viento no hace caso. Hoy no quiere soplar. 

Sin esperarlo el aroma de su perfume llega a su olfato de manera sutil. Es Ella. Alberto intuye que Ella se ha asomado al balcón. Esa ligera brisa que proveniente del mar se la acerca.

Abre la puerta y se baja para poder hablar mejor. De esta manera espera que cada una de las palabras que quiere decirle le lleguen sin cortes ni interferencias. Confía en el viento, ya no le queda otra forma de hablarle. 

Son muchas las cosas que quiere decirle, pero lo más importante es que, a la melodiosa brisa, le pide que a Ella le permita seguir sintiendo las suaves mariposas que le revolotean en el estómago cuando cada mañana se saludan. Le solicita ayuda para recibir el beso volado o el deseo de una abrazo furtivo, a la espera de encontrar el mejor momento, para hacerlo como a ambos les gusta.

Pero el viento es puñetero y, a veces, sin previo aviso, rola dificultando el rumbo que tenía previsto, o simplemente cesa y dejando al pairo cualquier maniobra. Alberto no sabe si, en esta ocasión, el viento cumplió su trabajo. O si ella sonríe al escuchar su suave susurrar en sus oídos con tantas palabras aún por decir. Tendrá que esperar a que Ella le diga algo. 

Gracias por leerme.

«Un deseo para toda la vida»

«Un deseo para toda la vida»
Hay personas que, sin querer, nos gustaría que estuvieran a nuestro lado.

Las últimas horas del sol de otoño nos permiten acercarnos a la playa a jugar y descansar, sin tostarnos o pasar mucho frío. Eso había pensado MaríCarmen cuando se le ocurrió coger todos los bártulos y llevar a su hija a la orilla del mar aquella tarde. 

La semana había sido agotadora y necesitaba tomar aire a la vez que la niña se entretenía. La playa era la solución perfecta ya que las dos podrían disfrutar de un momento de tranquilidad y, lo normal, era que Sonia jugara con su cubo y su pala, sin dar mucha lata. 

Así fue, según estiraron la toalla sobre la cálida arena, la niña pareció entrar en un trance de felicidad y se puso a construir un castillo de arena mientras su madre se tumbaba sin quitarse la chaqueta del chándal, para así tomar el sol, al menos en las piernas. Ninguna de las dos había reparado en la presencia de aquel hombre que se encontraba tumbado leyendo en la arena. Él sí se había fijado en ellas. 

No hizo falta que pasara mucho tiempo para que la respiración de MariCarmen cambiara. El cansancio había podido con ella y, con la ayuda de la suave brisa y el calorcito del sol, se había quedado dormida. La niña, de apenas tres o cuatro años, a su lado, se dio cuenta, esperó a que estuviera dormida para coger el cubo y, sin decir nada, dirigirse a la orilla para llenarlo de agua. Julián fue tras ella. 

Pasaron apenas veinte minutos. MariCarmen despertó. Adormilada, sin saber muy bien cómo, se encontró rodeada de un círculo de piedras y Sonia no estaba a su lado. Tras el sobresalto inicial, el aturdimiento que provoca despertar de un sueño inesperado y el susto por no encontrar a la niña, escuchó aquella voz masculina: «Tranquila, la niña está ahí cogiendo más piedras.» 

Ella se levantó sin saber qué había pasado. Sonia, al verla, gritó de alegría y corriendo parecía que se dirigía hacia ella. Su madre se agachó para recibirla entre abrazos, pero la niña se lanzó sobre Julián. «Gracias por ayudarme», le dijo dándole un abrazo. El hombre, sorprendido, acarició la cabeza de la niña, miró a MariCarmen y le contó lo maravilloso que había sido aquel rato. 

Julián se marchó con una sonrisa, MariCarmen no salía de su asombro y Sonia contó a su madre que aquel hombre la había salvado, que era su Ángel de la guarda, que quería estar siempre con él.

Los tres volvieron a verse, también en la playa, pero ya la historia avanzó en la relación entre los dos adultos, con la niña de testigo perenne. 

Gracias por leerme.

«Un libro para Carlos»

Un libro sirve para algo más.

Las nuevas redes sociales llevan su tiempo de aprendizaje. Carlos lo intenta a ratos, como buenamente puede y siempre gracias al ensayo error –no es que se le dan muy bien estas cosas–, publicando algunas fotos de sus actividades, brindando likes a sus contactos y añadiendo algún que otro comentario a las mismas.

Aquel día se sorprendió al recibir una solicitud de amistad, de una tal Ana82. Era algo a lo que no estaba nada acostumbrado, pues conocía personalmente a todas sus amistades en la red y, además, intentaba mantener un contacto estrecho con cada una de ellas. Nunca aceptaba a gente que él definía como “de paso”. 

En aquella ocasión, sin saber muy bien el motivo, la solicitud le llamó la atención y se atrevió a romper con su costumbre e intentar descubrir el motivo por el que aquella preciosa mujer –suponiendo que la foto fuera real–, quería contactar con él. 

Entre las averiguaciones que pudo hacer vio que tenía una amistad en común, Ratona19, así que, decidió contactar con ella para ver quién era la solicitante. 

Todas las referencias eran fabulosas. La historia es que Ratona19 y Ana82 se conocían desde hace tiempo y hacía unos pocos días habían estado cenando y de copas juntas. La conversación entre las dos chicas hizo que Ratona19 le contara cosas de su amigo Carlos. Ana82 sintió curiosidad y, sin motivo aparente, y envalentonada por el exceso de gintonics, los vítores y los lances de su amiga, allí mismo le pidió amistad, pues según su amiga, son muchas las cosas que tienen en común.

Al ver el mensaje de Carlos, Ratona19 hizo de buena vendedora, o quizás de  casamentera, pero lo cierto es que el chico aceptó la amistad. Es más, se la solicitó a ella también.

Hoy, precisamente hoy, es el día en el que se verán físicamente por primera vez.

Han quedado para tomar un café, aunque a Carlos no le gusta nada, es más de cerveza, pero no quería dar sensación de borracho. 

Para reconocerse, por la cercanía del pasado día del libro, y para así poder hablar de algo, en caso de no tener tema de conversación, han decidido llevar bajo el brazo un libro, que tendrán que presentar y prestar al otro.

En caso de gustarse esta será una buena excusa para volverse a ver. Carlos no sabe qué libro llevar. 

Es tu turno: ¿Cuál le recomendarías?, ¿puedes explicar el motivo? Que sepas que no valen los míos, ambos se los han leído. Es una de las cosas que tienen en común y espero verlos a ambos, y a tí, este fin de semana en la FERIA DEL LIBRO del PARQUE GARCÍA SANABRIA.

Gracias por leerme.