«El hombre de la poción mágica»

«El hombre de la poción mágica»

Hay pueblos que tienen una vida muy bulliciosa, en los que, además, viven personajes curiosos que producen un efecto increíble, dando de qué hablar y generando chismes entre sus habitantes, que sin duda alientan esas vivencias. Pedro es uno de esos habitantes, de uno de esos pueblos. 

Aunque te parezca un poco locura, la vida de nuestro Pedro cambió, de manera sorprendente, cuando se bebió, de un solo trago, una antigua poción mágica que se encontró apartada en una tienda de curiosidades. él pensaba que era un licor, pero en realidad era un bebedizo con el que mejorar su suerte en el amor. 

Tan pronto como bebió aquel mejunje, Pedro notó un cambio instantáneo en su vida amorosa. Todas las mujeres del pueblo parecían enamorarse locamente de él. Se tropezaban entre sí por la oportunidad de compartir un momento con el nuevo y encantador Pedro. 

Pedro, que antes luchaba por conseguir una cita, ahora tenía un dilema diferente: ¡demasiadas citas! Las mujeres lo invitaban a cenar, a pasear, e incluso lo perseguían por el mercado, la fama de Pedro se propagó rápidamente. 

Sin embargo, entre el tumulto de admiradoras, había una mujer, Clara, que siempre había tenido un lugar especial en su corazón para Pedro. Desde hacía mucho tiempo, la mujer había guardado en secreto su amor, pero ahora, con la poción haciendo estragos en el pueblo, sentía que su oportunidad estaba perdida.

Mientras las otras mujeres se peleaban por la atención de Pedro, Clara observaba desde la distancia. Ella sabía que el corazón de Pedro no podía ser conquistado tan fácilmente.

Clara decidió tomarse aquel asunto con humor y comenzó a organizar pequeñas sorpresas con las que sorprenderlo: le dejaba mensajes en su mesa, le dedicaba alguna canción, lo sorprendía con caramelos…

Aunque todas las mujeres estaban cautivadas por el encanto de Pedro, él no podía dejar de notar las ocurrencias de Clara que simplemente se divertía siendo ella misma.

Una vez libre del efecto de la poción, Pedro se dio cuenta de que lo que realmente buscaba no era la atención masiva, sino una conexión auténtica. Se río de la ironía del destino y recibió el amor de Clara, agradecido de tener a alguien que lo apoyara, ayudara y amara,  por quien realmente era.

Desde ese momento, en aquel pintoresco pueblo, la historia de Pedro y Clara se convirtió en la comedia romántica más comentada y cuchicheada de todas, donde el encanto y la conexión verdadera supera cualquier poción mágica.

Gracias por leerme.

«Una llave bajo el felpudo»

«Una llave bajo el felpudo»

Le había dicho mil veces que siempre tendría la puerta de su casa abierta para ella. Le dejaba señales, le indicaba opciones, la invitaba a café o a estar un rato juntos. Nada de aquello surtía el efecto deseado. Uno de aquellos días le señaló el felpudo situado en la entrada, mostrándole el pequeño agujero dónde él había escondido una llave de la puerta de su casa. Ella podía usarla cada vez que quisiera.  

Los días pasaban. Él se sentía nervioso, quería que ella se sintiera cómoda visitándolo y se preguntaba si ella simplemente había pasado por alto acudir a verlo. El tiempo se le hizo eterno mientras imaginaba diferentes motivos en su cabeza por los que ella ya no quería estar con él. 

Finalmente, después de una semana dura de trabajo, desmotivado por el tiempo que llevaban sin estar juntos, agobiado por el día a día, y superado por el sentimiento de soledad, al abrir la puerta de su casa, se encontró con un escenario que bien podría estar sacado de uno de sus propios sueños. 

El salón estaba decorado con velas, la mesa central tenía colocado su mantel favorito y una botella de vino, acompañada por dos copas, que la presidían, 

Una música suave –aquella famosa lista de Spotify que a ambos les gustaba –  llenaba el aire, y en el centro de la sala, estaba ella, preciosa, como siempre, con esa radiante sonrisa que a él tanto le cautivaba.

Se acercó a ella, sin palabras, no hacían falta, para abrazarla con fuerza. La emoción y el amor llenaron la habitación mientras los dos se miraban a los ojos. Se besaron.

En ese momento, ambos confirmaron lo que ya sabían, que su amor era especial, que era distinto a todos los demás. 

La llave bajo el felpudo no solo había abierto la puerta de su apartamento, sino también la de sus propios corazones. Había aprendido la importancia de tomar riesgos y de confiar el uno en el otro. 

El tiempo les llevó a continuar con su historia de amor. Cada vez que podían buscaban la manera de sorprenderse el uno al otro, pues aquella era la chispa que los unía. 

A partir de aquel encuentro, siempre recordaron aquel momento mágico en el que una llave bajo el felpudo abrió las puertas hacia su amor inquebrantable.

Gracias por leerme.

«Hasta las trancas»

Hoy he vuelto a brindar por la vida y la felicidad de las personas. He quedado para tomar café con mi amiga Sofía. Creo que en una entrada anterior ya les hablé de ella, de su historia, de su relación. La verdad es que no estoy muy seguro, porque, por aquello de la Ley de protección de datos personales, le cambié el nombre –o lo estoy haciendo ahora–, el género, la edad, el lugar de residencia.

Me resulta muy simpático que tengamos este tipo de quedadas para hablar, ya que ella no bebe café. A veces se toma un vino, un Martini o un Mojito, pero nunca café.

La cosa es que hemos quedado para hablar. Sofía está enamorada hasta las trancas. Él también lo está de ella. Llevan así mucho tiempo juntos, separados, revueltos, distanciados…, pero hasta las trancas.

Se quieren a su manera, a veces como pueden, otras como les dejan, pues cada uno tiene su propia historia que ya les conté. Pero ya les digo que enamorados, lo que se dice enamorados, el uno del otro, lo están, e insisto, hasta las trancas. Por eso hoy quiero dedicarles esta entrada, sobre todo a ella, que se ha sincerado conmigo y contado los sentimientos tan sorprendentes que tiene con él –suponiendo que en esta historia sea él y no ella o ella y no él–, hasta ha llorado. 

Ella me cuenta que tiene los ojos llenos de miradas que le dedica; que nada más encontrarlo, se le llena la boca, los labios y la lengua, de besos que quiere darle; las manos de caricias, que necesitan ser repartidas por todo su cuerpo, haciendo un especial hincapié en sus sonrojadas mejillas, que acaricia con calma cuando están a solas; me narra cómo en sus brazos se le acumulan apretados achuchones que quiere darle contra su cuerpo. Me describe cómo el alma le palpita y se le acelera el cuerpo cuando lo siente cerca. Me sorprende con las ganas locas que tiene de estar con él todo el día, sin poder hacerlo, y de volver a estarlo nada más separarse. Alucino con lo que me detalla sobre las cosas que se dicen, las conversaciones que tienen, algunas a mitad de la noche, los sueños que se dedican, las quedadas a escondidas, las escapadas por sorpresa. Me encanta cuando me dice que tiene miles de pasos de baile, guardados en sus pies para danzar juntos, siempre, toda la vida.

Por todo ello, estoy convencido que hoy es un bonito día para brindar por esa gente que está enamorada hasta las trancas.

Gracias por leerme.

«Sueños con sabor al color de tus ojos»

«Sueños con sabor al color de tus ojos»

Hoy quería contarte una cosa. Imagino que no te la esperas, aunque sí hace mucho que lo sabes, pero las palabras, al menos las que salen de la boca, siempre cuestan más decirlas por miedo al error. 

Después de pensar mucho, de darle muchas vueltas a mi cabeza, veo que tus ojos pardos tienen cierto parecido al color de la miel. 

Ayer mismo, anoche sin ir más lejos, soñé con ellos. Quería tenerlos cerca para no dejar de mirarlos, para poder acariciarlos con cada pestañeo. Soñé que podía besarlos toda la noche, que nada nos paraba ni nos lo impedía. 

La sorpresa fue al despertar. Era de madrugada, aún el sol no se había despertado y el silencio reinaba. Evidentemente tú no estabas, pero mi boca, mis labios, sabían al mismísimo néctar que había comido de tu boca, y de tus ojos, apenas unas horas antes.  

Ahora ya es otro momento, otro instante. Vuelvo a soñar con tenerte a mi lado, con acariciar tu mejilla sonrosada, con fundirme en ese color de tus ojos y que tu mirada se enrolle en tu cabello buscando mis labios, creando esa cortina de pasión. 

Rememorar el momento hace que el dulzor vuelva a mi boca, quizá porque el corazón sabe cosas que aún no ha querido contarnos, quizás porque conoce ese sabor tan delicioso que dejas en mi.

Así estamos. Deseando que llegue el momento del próximo encuentro, la hora de volverte a ver, de volver a juntarnos porque la vida es una y queremos vivirla. No me conformo, no, lucho por ello con pasión y todas las ganas; no me rindo.

Mientras eso ocurre solo espero que te envuelvas en las palabras, en los mismos deseos, en que el mismo sabor dulce de tus ojos y tus labios te lleguen para poder soñar y descansar hasta que cumplamos el próximo sueño.

Gracias por leerme.

«El silencio que les une»

«El silencio que les une»

Las tardes de domingo están pensadas para estar en calma. Las opciones son múltiples: un cine, un café con amigos, un paseo por el parque… Paula y Miguel, amigos desde siempre, hoy mrrhan decidido coger el coche y hacer kilómetros en busca de un lugar tranquilo. 

El destino, o la casualidad, o quizás el subconsciente de Paula, que era la que conducía,  quiso que terminaran en una vieja finca abandonada donde ella, siendo niña, solía pasar muchos fines de semana, en compañía de sus familiares. La casa, el terreno, el trastero, y hasta la pequeña casa en el árbol, todo, se había perdido. Por el contrario, sus recuerdos afloraron con entusiasmo nada más bajarse del coche y plantarse en la linde del lugar. 

Emocionada se puso a contar a Miguel, las cosas que hacían, dónde estaba la hamaca que tanto le gustaba… Ella narraba todo aquello con mucha pasión, mezclada con algo de tristeza, al ver cómo estaba todo. Se veía correteando por allí con treinta años menos… Ahora reinaba el silencio.

Aquellos recuerdos, tan íntimos, también emocionaron a Miguel que notó como su amiga le contaba, en plena confianza, los recuerdos de su infancia. No pudo por menos que pegarse a ella y abrazarla con cariño. Se sorprendió. Le gustaba mucho el calor de aquel cuerpo. Le alteraba el delicioso aroma que desprendía… Le descolocaba. 

Ella, sin soltarse, ni permitir que él lo hiciera, en silencio, giró su cuerpo para encararse. Se miraron directamente a los ojos, a apenas unos pocos centímetros. No se hablaron, el silencio se adueñó del momento durante un tiempo del todo indefinido para ellos, no pudieron evitar besarse. Ambos sabían que cruzaban una línea difícil de retornar a su lugar, pero, pese a tener  pactado mantener las distancias,  ambos se morían de ganas por los labios de otro. Así lo hicieron. Sabían que estaban en el lugar correcto y con la persona correcta. Otra cosa era lo que les rodeaba.

Gracias por leerme.

«Poder hablar»

«Poder hablar»

Hay momentos en los que uno debe saber cuándo es buen momento para callarse. Hay otros en los que hay que responder. Luis lo sabía. Por eso, cuando Claudia lo había convocado para  tomar un café acudió extrañado a la cita, pues sabía que no era muy normal la insistencia de ella por quedar. Tenían una conversación pendiente y sospechaba que ella había decidido que ese era el momento para acometerla.

Tras un rato de hablar sobre temas banales, Claudia atacó. Comenzó a echarle en cara sus más que plausibles intenciones de mantener relaciones con Clara, su amiga. 

Luis intentó hablar, exponer su postura, su forma de ver lo ocurrido. No pudo. Fue entonces cuando decidió callar. Aguantó los argumentos basados en frases sacadas de contexto, en suposiciones, en comparaciones…, pues sabía que de nada servía que él narrara el porqué de aquellas palabras o aquellos comentarios, pues ella ya había tomado partido y había acudido a aquella cita para desahogarse y contar lo que le estaba molestando. 

A Luis le dolió cuando Claudia le dijo que ahora dudaba de las cosas que tiempo atrás él le había dicho. Todas habían sido sinceras y, sin que ella lo supiera, aún tenían plena validez, pues sus sentimientos, pese al tiempo transcurrido, en nada habían cambiado. 

Se quedó con las ganas de decirle que el intento de relación con Clara no tenía los visos y la oscura intencionalidad que ella le estaba dando. Se quedó con las ganas de comentarle que la única pasión que tenía era ella y que, Clara, aunque sonara mal, era solo una excusa para poder acercarse más a ella.

Por esos derroteros fue el café que Luis se tomó conmigo. Descargó, me contó lo que no puedo contarle a Claudia y me soltó las cosas que no se atrevió a narrarle a ella. Quizás lo hizo para desahogarse pero creo que él quiso que yo lo contará. Espero que puedan volver a hablar. 

Gracias por leerme.

«La sonrisa de Papá Noel»

El frío es considerable. Fuera de la casa hay una fuerte ventisca que los meteorólogos, como es habitual, no supieron predecir. Según habían comentado en el telediario “la confabulación de una serie de circunstancias particulares y poco comunes han producido esta situación de baja presiones y, por lo tanto…”, aquella tremenda tormenta de nieve y viento.

Todo estaba preparado. El trineo de Papá Noél estaba cargado hasta los topes, los renos peinados y engarzados en sus posiciones. Rudolf, como guía de todos ellos, se mostraba impaciente, pues sabía que un retraso de aquella magnitud podría provocar una catástrofe a nivel mundial.

En el puesto de mando los elfos encargados de autorizar el despegue suspiraban y daban pequeños golpecitos a las pantallas y radares de la base, a la espera de descubrir, o incluso provocar con su toque mágico, una pequeña ventana de buen tiempo, que permitiera la salida y el comienzo del gran reparto de regalos de Papá Noel. Por el momento, esa situación no se daba. La preocupación era inmensa.

En la gran cabaña, el ambiente era otro. El viejo barbudo, conocedor de la inclemencia del tiempo y de las pocas posibilidades que tenía de volar, se arrimó a mamá Noel y buscó su calor. Parecía mentira cómo, aún con los años que habían pasado juntos, era capaz de seducir y realizar aquellas singulares posturas. 

Tras el escarceo amoroso, Papá Noel, comenzó a silbar y su adorable esposa comprendió que había llegado el momento. Solo tenía un minuto para el despegue, así que no le importó hacer el viaje con los pantalones como los llevaba, del revés, pese al gran cachondeo y vítores que les profirieron todos los elfos tras el gran beso, con lengua, que se dieron como despedida en el portal de su casa. La gran sonrisa posorgasmo era la señal.¡Despegaban! La magia daba comienzo.

Gracias por leerme. ¡FELIZ NAVIDAD! 

#cuentosdeNavidad

«El caballito de mar»

«El caballito de mar»
Escondido, solo para tus ojos está el caballito de mar.

Me gusta surfear las olas. Hace que me sienta libre. Sentir el calor del sol sobre los hombros mientras los pies permanecen fríos, son un binomio de sensaciones que no a todas las personas nos gusta sentir.

Tú te relajas en la arena, leyendo, escuchando música, sobre la ajada toalla que siempre llevamos en el coche. No importa el tiempo que haga. Disfrutas de la tranquilidad de la tarde, del calor del sol o del fresco de la tarde, mientras a mi me dejas cabalgar sobre la espuma blanca. Tu caballito de mar me llamas.

Ya hace frío. El gemelo derecho empieza a darme avisos de que es hora de retirarme, si no quiero sufrir uno de esos dolorosos calambres que tanto perjudican dentro del agua.

Desde la distancia del mar te miro. Andas paseando en la playa. Me buscas de soslayo. Imagino que también tienes ganas de marcharte. No hay tiempo que perder, yo también tengo ganas de ir a buscarte. Sin esperarlo viene una serie perfecta para dejar un buen sabor de boca y cerrar el día. Cabalgo esa última ola que me llevará hasta tu lado.

Me esperas como lo haces siempre, con la toalla abierta y tus brazos dispuestos para recibirme con un fuerte apretón que me recompensa del esfuerzo hecho. Eres genial. Tu cuerpo hace que vuelva a sentir el calor dentro de mi. Una vez más susurras con sumo cariño ese apodo que me has puesto “mi caballito de mar”, mientras retiras mi melena para ayudarme a quitar el traje de neopreno. 

En tu muñeca veo el tatoo que nos une. Como siempre, espero a que tus manos me sequen y tu dedo busque el roce de mi tatuaje, escondido bajo mi bikini. Ese que solo ves tú.

Gracias por leerme. 

«La señal de la felicidad está en el meñique»

«La señal de la felicidad está en el meñique»
Ese hilo rojo que nos une, pero que a la vez nos permite movilidad.

Siento un pequeño tirón invisible en mi dedo. Noto que me buscas con tu mirada. Así que levanto la cabeza y hago lo mismo. Allí estás, mostrándome lo que, desde esta distancia, parece ser una camiseta. Alzo mi mano y la abano en señal de que me gusta.

Ahora que me desconcentré te sigo unos instantes. Tú te giras. Vuelves a mirarme. Me mandas un beso. Yo babeo mientras acaricio mi dedo meñique.

Desde que llegaste a mi vida siento que no puedo perderte de vista ni un momento. Hemos descubierto que el famoso hilo de color rojo, del que habla la tradición japonesa, une nuestros dedos meñiques y nos atrae con fuerza. 

Caminas, te pierdes entre el barullo y yo vuelvo a mi escrito.

Venimos de vidas distintas, de espacios y momentos distantes, que, por aquello de ese hilo o por una jugada del destino —me da igual como quieran llamarlo—, nos hemos unido. 

Hoy nos apetecía pasar un día diferente, aprovechar el buen tiempo, disfrutar del aire libre, de nuestra libertad, tú de tus amigas y yo de mi escritura, pero juntos. Así que aquí estoy.

Vuelvo a levantar la vista. Te observo desde la distancia, sentado en esta terraza de bar, mientras tú, y las locas de tus amigas, aprovechan el mercadillo de este hermoso pueblo para pasar un par de horas rebuscando y rebuscando, entre estand y estand de artesano del cuero, cobre, cristal, oro, plata, bronce, lana, cartón… ¡Qué se yo!, para mi la lista es interminable.

Sin duda eso te divierte. A mi no me gusta nada. Me aburre, como a ti lo hace que yo me quede aquí sentado escribiendo y leyendo estas y otras lineas. Pero así estamos, disfrutando cada uno de su espacio. Eso me encanta. El hilo que nos une, también nos deja espacio para movernos.

Lo que mas me gusta es mirarte. No me importa decírtelo. Me encanta ver cómo disfrutas probándote todos esos pendientes, argollas, anillos y pulseras; revolviendo toda esa ropa; descolocando todos esos bolsos…, para después comprar poco o nada, y hacer lo mismo en el siguiente puesto, y en el otro, y en el otro…

Me gusta que te gires, que me busques con tu mirada, que me enseñes tu meñique para indicarme que quieres un beso, que me muestres lo que vas a comprarte. Me gusta que me busques con la mirada, aunque yo no te vea, para comprobar que yo también estoy disfrutando de mi momento. Pero lo que más me gusta es cuando regresas, cuando agarras uno de mis dedos meñiques, o ambos, para pedirme que levante mi cara y así darme un beso de bienvenida. 

Gracias por leerme. 

«Espejito, espejito mágico»

«Espejito, espejito mágico»
Los espejos siempre encierran secretos.

Lucía siempre escuchó cuentos de brujas y hadas. Tanto fue así que consiguió su propio espejo mágico. ¡Si!, uno de esos que vive en los cuentos, que devuelve a su dueña la imagen que quiere, o la que tiene que ver, aunque en realidad…

Cada mañana, nada más levantarse, Lucía se mira, se deleita, se saluda con mucho cariño. Cada noche se sienta frente a él y comienza el ritual de cepillarse el pelo, al menos cien pasadas por cada lado, tal como le hacían a Blancanieves, o la princesa de…, da igual. Eso que tanto había visto y escuchado en los cuentos.

A su espejo le hacía sus preguntas, consultaba sus movimientos, buscaba su sueño. Por fin consiguió que un chico se convirtiera en su pretendiente. Parecía el típico príncipe azul: atractivo, trabajador, con futuro, simpático, hacendoso…

Ella lo fue engatusando. Las armas de mujer eran su especialidad y, cada mañana y cada tarde, recargaba sus energías contemplándose en aquel espejo, que le devolvía las instrucciones necesarias para poder tejer la fina tela de araña con que atraparlo. 

Los días pasaban con sosiego. Ella conseguía quedar con él un día, para después dejarlo olvidado durante cinco, escribir un mensaje alentador al sexto y… Era una auténtica experta en el arte del enamoramiento.

El día llegó. Él no dejaba de pensar en ella y de aquella propuesta de cena que sin duda se presentaba como la culminación de la fase de enamoramiento en la que estaban viviendo para, a partir de aquel día, empezar una auténtica relación. 

La invitación era en casa de ella. Él tenía que llevar el vino y, según las propias palabras de Lucía, ella lo ponía todo, incluso el postre. Esto último se lo dijo usando un tono lujurioso.

Cuando llegó a su casa cumplió con el protocolo. En todo momento se comportó como el caballero que era. Sirvió el vino, degustó de la sabrosa cena que Lucía le había preparado. Ella se insinuó y con pequeños juegos y artimañas lo llevó hasta su habitación. 

Tras el primer beso, las constantes carantoñas y abrazos, Lucía descubrió que había olvidado tapar su espejo mágico y, como ocurre en todos los cuentos, este devolvió su verdadera imagen. 

El chico se percató enseguida y, como si de una cenicienta se tratara, salió corriendo de la casa, al descubrir que, en realidad, su tan apreciada lucía, era una víbora dispuesta a todo por conseguirlo. 

Logró escapar de sus brazos, sabe que no le convenía mantener esa relación con ella, pero, aún en día, la sigue añorando, no ha logrado olvidarla, ni saber dónde perdió uno de sus zapatos. 

Gracias por leerme.