«El gilipollas que vive arriba»

«El gilipollas que vive arriba»
El pobre pato no tiene la culpa

Pues no me cabe la menor duda de que el que vive arriba, en muchas ocasiones, es un auténtico gilipollas. Pero tranquilidad, no armemos alboroto, creo, estoy casi seguro al cien por cien, de que él lo sabe. Además se acepta. O se aguanta como puede.  

Como buen gilipollas, parece creerse más que nadie. Se pasea por el barrio, bien arreglado y contoneándose como si en aquel triste paseo le fuera la vida. Camina erguido y colma de caricias a todo aquel que lo alaga y regocija, campando a sus anchas, puede que hasta sin saberlo o sin creerlo, pues piensa que esas lisonjeras palabras y gestos vacíos de contenido son dados por su ser, en vez de por su interés. 

Pero ahí va el gilipollas, caminando entre fantasmagóricas ocurrencias y sueños inalcanzables, a los que él cree que va a poder llegar. Yo lo vigilo desde mi privilegiada situación. Intento avisarle, mandarle mensajes de advertencia para que pueda solucionar esa triste situación, pues considero que es de urgencia hacerle caer en la agónica situación de soledad en la que está inscrito y de la que no se ha dado cuenta, por su propia gilipollez.

Lo peor no es que te traten como si fueras un gilipollas, sino que acabes creyéndote que eres gilipollas. De esta manera, serás un gilipollas.

Créeme cuando te digo que estoy totalmente seguro de que él lo sabe; pues ese gilipollas ya te he dicho que vive arriba, en mi cabeza y lo soporto todos los días. Ya ves, menudo panorama. A ver como coño arreglo yo esto, o al menos, a ver si consigo disimularlo, para que tú no me lo notes, que para gilipolladas ya tengo las mías andando a sus anchas por mi triste totorota.

Gracias por leerme.

«La evolución de los Pokemon»

«La evolución de los Pokemon»
Me han llamado Pokemon.

Acompañar todas las mañanas al alumnado más pequeño a sus clases te coloca en el punto de mira de todos ellos. Debes estar dispuesto y preparado a la mayor de las espontanidades y comentarios curiosos. 

—¡Buenos días Pokemón! —me saluda la niña que entra pizpireta todas las mañanas. Yo la miro con estracheza, para nada esperaba un saludo así, pero antes de preguntarle a qué viene el apelativo, levanta el brazo, abre su mano y muestra la aplastada campanilla violeta que lleva en su interior.  

—¿Te gusta esta flor? Pues no es para tí. ¡Es para mi maestra! —se ríe con picardía, pues sabe que le voy a poner morritos, y sigue su camino. La madre levanta los hombros, en señal de asombro, me sonríe algo azorada y me dice que después me cuenta.

Comenzamos a caminar. En cuanto me incorporo a la fila, escucho ¡pitas, pitas, pitas! Me río. Es la broma que tengo con ellos, como si fueran pollitos, para que caminen. Se lo han aprendido y me están vacilando. Así, ¿cómo mantengo el orden?

La pequeña vuelve. Se pega a mi y me mira atenta. 

—Director, menos mal que no te pareces a Pikachu —espero de esta poder enterarme de la fijación por los Pokemon.

—Pues no lo sabía, ¿eso es bueno o es malo? 

—Yo creo que es bueno. Ese es el Pokemon más bobo del mundo.

Sale corriendo. Logro que me escuche antes de que la pierda de vista. Me contesta a trompicones.

—Porque Pikachu siempre dice pika pika y nunca se rasca.

Me quedo como estaba. Sin duda me hace gracia. Deduzco que mezcló mis pitas, pitas, con el pika, pika. 

A la salida, la madre es una de las primeras. La niña se acerca, en cuanto su maestra le da permiso. Besa a su madre y me mira. La madre se dirige a mi.

—Que sepas que lo de Pokemon es un piropo. Ella dice que en este mundo solo hay dos de esos bichos que todo lo pueden, su abuelo y el director de su cole, que es una evolución superpoderosa.

—¡Sí! —interviene la niña, mientras tira del brazo de su madre para marcharse, algo avergonzada porque la madre ha desvelado su secreto—, pero las flores son para mi maestra.

Ambos adultos reímos. Ellas se marchan y yo me quedo con mis poderes plantado en la puerta. 

Gracias por leerme.