
Pues no me cabe la menor duda de que el que vive arriba, en muchas ocasiones, es un auténtico gilipollas. Pero tranquilidad, no armemos alboroto, creo, estoy casi seguro al cien por cien, de que él lo sabe. Además se acepta. O se aguanta como puede.
Como buen gilipollas, parece creerse más que nadie. Se pasea por el barrio, bien arreglado y contoneándose como si en aquel triste paseo le fuera la vida. Camina erguido y colma de caricias a todo aquel que lo alaga y regocija, campando a sus anchas, puede que hasta sin saberlo o sin creerlo, pues piensa que esas lisonjeras palabras y gestos vacíos de contenido son dados por su ser, en vez de por su interés.
Pero ahí va el gilipollas, caminando entre fantasmagóricas ocurrencias y sueños inalcanzables, a los que él cree que va a poder llegar. Yo lo vigilo desde mi privilegiada situación. Intento avisarle, mandarle mensajes de advertencia para que pueda solucionar esa triste situación, pues considero que es de urgencia hacerle caer en la agónica situación de soledad en la que está inscrito y de la que no se ha dado cuenta, por su propia gilipollez.
Lo peor no es que te traten como si fueras un gilipollas, sino que acabes creyéndote que eres gilipollas. De esta manera, serás un gilipollas.
Créeme cuando te digo que estoy totalmente seguro de que él lo sabe; pues ese gilipollas ya te he dicho que vive arriba, en mi cabeza y lo soporto todos los días. Ya ves, menudo panorama. A ver como coño arreglo yo esto, o al menos, a ver si consigo disimularlo, para que tú no me lo notes, que para gilipolladas ya tengo las mías andando a sus anchas por mi triste totorota.
Gracias por leerme.