«Una llave bajo el felpudo»

«Una llave bajo el felpudo»

Le había dicho mil veces que siempre tendría la puerta de su casa abierta para ella. Le dejaba señales, le indicaba opciones, la invitaba a café o a estar un rato juntos. Nada de aquello surtía el efecto deseado. Uno de aquellos días le señaló el felpudo situado en la entrada, mostrándole el pequeño agujero dónde él había escondido una llave de la puerta de su casa. Ella podía usarla cada vez que quisiera.  

Los días pasaban. Él se sentía nervioso, quería que ella se sintiera cómoda visitándolo y se preguntaba si ella simplemente había pasado por alto acudir a verlo. El tiempo se le hizo eterno mientras imaginaba diferentes motivos en su cabeza por los que ella ya no quería estar con él. 

Finalmente, después de una semana dura de trabajo, desmotivado por el tiempo que llevaban sin estar juntos, agobiado por el día a día, y superado por el sentimiento de soledad, al abrir la puerta de su casa, se encontró con un escenario que bien podría estar sacado de uno de sus propios sueños. 

El salón estaba decorado con velas, la mesa central tenía colocado su mantel favorito y una botella de vino, acompañada por dos copas, que la presidían, 

Una música suave –aquella famosa lista de Spotify que a ambos les gustaba –  llenaba el aire, y en el centro de la sala, estaba ella, preciosa, como siempre, con esa radiante sonrisa que a él tanto le cautivaba.

Se acercó a ella, sin palabras, no hacían falta, para abrazarla con fuerza. La emoción y el amor llenaron la habitación mientras los dos se miraban a los ojos. Se besaron.

En ese momento, ambos confirmaron lo que ya sabían, que su amor era especial, que era distinto a todos los demás. 

La llave bajo el felpudo no solo había abierto la puerta de su apartamento, sino también la de sus propios corazones. Había aprendido la importancia de tomar riesgos y de confiar el uno en el otro. 

El tiempo les llevó a continuar con su historia de amor. Cada vez que podían buscaban la manera de sorprenderse el uno al otro, pues aquella era la chispa que los unía. 

A partir de aquel encuentro, siempre recordaron aquel momento mágico en el que una llave bajo el felpudo abrió las puertas hacia su amor inquebrantable.

Gracias por leerme.

«Cuando ser feliz es fácil»

«Cuando ser feliz es fácil»

Como es normal Carla desea ser feliz, quiere que llegue la hora de la salida de su trabajo. Su cabeza está a punto de explotar con tanta información. Lleva levantada desde las siete de la mañana, son cerca de las ocho de la noche y ya no puede más. Además, para terminar el día, tiene esa reunión, de cerca de tres horas de duración, que la agota. Menos mal que el pacto inicial había sido no hacer descanso para poder terminar antes. El cansancio le puede. Ya termina. los asistentes se despiden y ella recoge su bolso y papeles con parsimonia, aunque por dentro desea salir corriendo. 

Baja las escaleras despacio, haciendo un breve repaso mental de las cosas que ha dicho para asegurarse de que cumplió con el objetivo propuesto. Todo en orden. 

Por fin llega a la calle. El paseo hasta el coche le vendrá bien, pues el aire en la cara, las luces, el bullicio de la ciudad le ayudará a desviar su mente del estrés, las tareas pendientes, la compra pendiente, la cena que hay que preparar, la tarea de los niños, lavarse el pelo, la ropa de mañana… Todo agotador.

Por un momento enciende el móvil, quiere descubrir si hay alguna novedad en casa. El estómago se le encoge, no tiene ganas de problemas, ni de más complicaciones, necesita algo de tranquilidad. La luz de su teléfono, por un momento, le ciega la vista y no lo ve llegar.

Aquella voz le sorprende. Escucharla la hace feliz. ¿No puede ser? Levanta la vista y el corazón se le acelera. Se pone nerviosa. Es él: «¿Qué haces aquí?» «Vine a verte».

Olvida las tareas anotadas en su cabeza, la gente que pasa por su lado, el cansancio y todos los problemas. De forma espontánea y acompañada de una gran sonrisa de felicidad le da un abrazo. Un beso en el cachete, aunque quisiera que fuera en la boca. Lo agarra por la cintura. Ríe nerviosa.  Caminan con calma, sorprendidos, felices

Ella pensaba que aquella era una tarde más de cansancio y la vida le ha dado una sorpresa. La completan con una copa de vino y… Todavía hay otra sorpresa. 

La felicidad les besa en la frente. 

Gracias por leerme.

«La insidiosa»

«La insidiosa»

Él: Divorciado. Enamorado de ella.

Ella: Casada. Loca por Él. Incapaz de dejar a su marido.

Amiga: Con necesidad de cariño.

Marido: Tu amigo es guay. Me cae bien.

Ella: Quiere pasar más tiempo con Él, pero sin que su marido se entere.

Él: Necesito verte más. 

Amiga: Pues a mi me gusta. 

Ella: Los presenta.

Él: La idea le gusta.

Marido: Hacen buena pareja. (No se entera de lo que pasa.)

Ella: Me encargo.

Él: ¿Cuándo quedamos?

Amiga: ¿Una cena? ¿Los cuatro?… ¿Qué me pongo?

Ella y Marido: Los dejan solos tomando copas.

Él y Amiga: Se enrollan. 

Ella: Se pone celosa. Queda con Él.

Él y Ella: Se enrollan.

Ella: No me importa si la haces feliz. Si eres feliz.

Marido: Queden ustedes, no puedo.

Amiga: ¡Qué bien me siento! Que bueno tenerlos en casa. Ahora vengo. No tardo.

Ella y Él: Se enrollan.

Todos felices, o casi.

Gracias por leerme.

«Empañar los cristales del coche»

«Empañar los cristales del coche»
Confiesa, ¿cuántas veces has empañado los cristales de un coche así?

Ser cómplice de otra persona no es algo fácil de lograr. Hacerlo sin verse o hablar todos los días, reuniéndose de uvas a peras…, pone su granito de dificultad.

La complicidad de la que está pareja disfruta se consiguió con años de amistad. Se forjó a base de miradas, de roces de manos, de besos robados, de bromas que una lanzaba y que el otro recogía, de secretos compartidos, de momentos íntimos. 

Es esa misma complicidad la que les acercó, de manera inmediata, a mantener una tensión sexual evidente para ambos que, en muchas ocasiones, les impedía guardar una mínima y exigible distancia social.

Aquella noche era una de esas ocasiones.

Como tantas otras veces, habían quedado para verse. Los dos se echaban de menos y tenían la necesidad de compartir un rato de tranquilidad, aunque fuera en el pequeño espacio, no idílico, que habían creado.

Su coche tenía los cristales tintados, muy útiles para protegerlos de mirones. Además, colocar el parasol, siempre les daba un plus de confianza. 

No tardaron en lanzarse sobre el asiento trasero, en busca de la ansiada intimidad y de una mayor comodidad. El primer abrazo no se hizo esperar. Lo estaban deseando.

Su bolso se había quedado en el asiento delantero. Guardar los pendientes, antes de que se soltaran y perdieran, entre el furor del encuentro, resultaba perentorio. Al incorporarse para intentar llegar a él, su culo quedó al descubierto bajo el corto vestido. El no pudo contenerse y lazó una pequeña, delicada y suave dentellada sobre la nalga derecha. Ella, sorprendida, se excitó. 

El negro de los cristales se reforzó con las exhalaciones de ambos. Ahora no se veía nada, ni de dentro ni desde fuera. Todo era pasión, jadeos y deseo.

Gracias por leerme.