«Buenas noches»

«Buenas noches»

Me gusta dar las buenas noches. Pero de esas que se dan de manera apretada, con las yemas de los dedos acariciando la espalda, de arriba a abajo, o acariciando ese pequeño hueco que se forma al final de ella. 

Para conseguir esto hay que estar preparado y, sin duda, preparar el ambiente. Para ello, antes de ir a la cama, debes asegurarte de que la habitación está limpia, ordenada y cómoda. Añadir algunas luces suaves o velas para crear una atmósfera relajante, es un detalle importante que puedes dejar de lado. Perfumar la almohada, con ese espray aroma lavanda,  que te regalaron, contribuirá a que ambos se sientan más relajados y felices.

Elige sábanas suaves y cómodas y asegúrate de que la temperatura de la habitación sea agradable para ambos, para que no haya distracciones por frío o calor.

El siguiente paso puede ser elegir la posición adecuada, esa que puede marcar la diferencia. Sin duda, para mi gusto, lo mejor es aquella que permita a ambos abrazarse de manera natural. La posición de la cuchara suele ser popular para esto, pero también puedes buscar otras opciones.

Por lo que sé me consta que antes de dormir es costumbre visitar las redes sociales, dar “likes” y retuitear comentarios. Si me lo permites creo que es el momento de desconectar todos los dispositivos, disminuir la exposición a pantallas para así permitir concentrarse el uno en el otro. Si quieres léele algo en voz alta, ¿esta historia?

Es el momento de dedicar unos minutos el uno al otro, de relajarse juntos, de hablar de lo que les depara el día de mañana, de compartir pensamientos agradables o simplemente disfrutar del silencio. Eso sí, abrazados, con esas cosquillitas en la espalda que me consta que tanto les gusta a ambos. De esta manera verán que poco a poco llega el abrazo sincero, el que  libera oxitocina, la «hormona del amor», la que promueve la felicidad y reduce el estrés.

También sé que no hace falta, pero dale las gracias, por ser la persona que es, por estar siempre ahí, por no dejarte en ningún momento, por su apoyo, por su disconformidad. 

Parece que ya está cerrando los ojos. Deja que duerma. Bésale en la frente y acompaña sus sueños. Estoy seguro que mañana tendrán un lindo despertar.

Gracias por leerme.

«En una cama de dos por dos»

«En una cama de dos por dos»

Viven en una pequeña vivienda alquilada. Para ellos, lo más importante de toda la casa es el dormitorio, que es lo suficientemente amplio para que la cama de sus sueños, con un formidable colchón de dos por dos metros, quepa con bastante holgura y comodidad. 

Desde hace tiempo, Carmen y Carlos apostaron por la conveniencia de compartir su vida sobre un tálamo de esa medida. En ello pusieron todo su empeño. Lo demás podía esperar. Así lo han conseguido. 

Estos dos se conocieron hace algún tiempo en una conferencia de diseño de interiores, a los que ambos eran aficionados, pues, entre otras cosas, publicaban, casi a diario, en su cuenta de Instagram, artículos, fotos y videos relacionados con ese mundo de la decoración, el minimalismo y la optimización del espacio, que tanto les apasionaba. 

En un principio solo compartían sus publicaciones, después comenzaron a debatir algunas ideas y con posterioridad prepararon y dirigieron proyectos juntos, descubriendo, de esta manera, que tenían mucho en común. 

Transcurrido un tiempo de relación, decidieron mudarse y vivir juntos en ese pequeño apartamento en el corazón de la ciudad. No les costó casi nada ponerse de acuerdo, pues de inmediato se enamoraron del mismo piso, que cumplía con la premisa principal ya expuesta.

Como ya comenté, la pieza central de su hogar era la cama de dos por dos metros. La elección de ese lecho era intencional, ya que querían que fuera el lugar donde compartir momentos íntimos y relajantes. A medida que pasaban los días, la cama se convirtió en un símbolo de su amor y conexión.

Carmen y Carlos descubrieron que la vida en esa cama les permitía estar siempre cerca el uno del otro. Sus cuerpos se entrelazaban por la noche, permitiendo acariciarse y hacerse pequeñas cosquillas en la espalda antes de quedarse dormidos. Además, cada amanecer comenzaba con la risa compartida, un beso en la frente y una taza de café. Por supuesto, todo ello, en la cama.

En realidad, de esos dos metros cuadrados de lecho, sólo ocupaban el metro del lado derecho, pues en ese pequeño espacio, de un lugar tan grande, encontraron una intimidad y cercanía que nunca habían experimentado antes con otra persona, convirtiéndose así, el uno para el otro, en la última persona del día y la primera de la mañana, pues aquel era su refugio y la otra persona el lugar favorito.

Gracias por leerme.

«Un cosquilleo en la piel»

«Un cosquilleo en la piel»

Mi amiga Rosa trabaja con Daniel, desde hace algún tiempo, en un gran estudio de arquitectura. Hasta el momento sólo habían intercambiado un par de frases, al cruzarse en el ascensor o en el café. No habían tenido la oportunidad de intimar algo más.

En la última reunión de coordinación de todo el equipo, para sorpresa de ambos, el jefe los seleccionó para colaborar en un ambicioso proyecto de diseño de un rascacielos innovador. Ese fue el pistoletazo de salida para la formación de un gran equipo. la consigna que les dieron fue: ¡Que erice la piel del que lo vea!

A medida que pasaban horas juntos, sus vidas también comenzaron a entrelazarse pues era inevitable hablar de todo un poco. Así,  aquella relación especial comenzó a florecer.

Rosa, que ocupa el puesto de líder del proyecto, es una arquitecta talentosa, conocida por su creatividad, dedicación, compromiso y atención a los detalles. Daniel, por su parte, es un ingeniero estructural que aporta una perspectiva técnica y sólida al proyecto. A medida que trabajan juntos, han empezado a darse cuenta de que sus habilidades se  complementan de una manera asombrosa, creándose una química entre ellos cada vez más evidente. Comparten conversaciones, sueños, esperanzas y desafíos. Cada día, su vínculo se fortalece más, y comienzan a apoyarse el uno del otro, no sólo en términos profesionales, sino también emocionales. 

Rosa me cuenta que, en una de esas largas jornadas de trabajo, sus manos se rozaron de manera accidental. Fue un contacto inesperado, fugaz, pero ese simple roce desató una avalancha de emociones. Ambos sintieron un cosquilleo eléctrico en la piel y se miraron sorprendidos por la intensidad de la conexión. Se dieron cuenta de los sentimientos que habían estado creciendo entre ambos eran mutuos, y que no podían ignorar lo que estaba sucediendo entre ellos. 

Así que, a medida que avanzaban en el proyecto, sus manos se rozaban cada vez con más frecuencia, ya no de manera accidental. Cada contacto era como una chispa que encendía una llama más ardiente en sus corazones. 

Cuando completaron su proyecto, el rascacielos que habían diseñado juntos, vieron que aquello era una representación física de su conexión y su colaboración. Pero lo más importante es que habían construido un vínculo, sólido y duradero, que trascendía las estructuras de acero y hormigón. Sus manos, que una vez se habían rozado de manera accidental en la oficina, ahora se entrelazan de manera intencional, creando un lazo que perdurará mucho más allá de cualquier proyecto arquitectónico.

Rosa y Daniel descubrieron que el contacto de sus manos no solo genera un cosquilleo en la piel, sino también un calor en el corazón que los mantiene unidos para siempre.

Gracias por leerme.

«La belleza de dos»

«La belleza de dos»

Antonio abre la boca denotando una clara cara de asombro. Entró en aquella exposición sin ningún entusiasmo, con el único fin de hacer algo, de pasar el tiempo, de matar la tarde. 

Nada más cruzar el umbral, y hacer un pequeño barrido con su mirada por la sala de  exposiciones, una pintura en particular capturó su atención. Era el retrato de una mujer, «Mariela», de una belleza extraordinaria. 

De su rostro emanaba una expresión tan preciosa que solo con ella parecía que repartía serenidad y confianza, tranquilidad y entusiasmo, inteligencia y pasión. Sus ojos reflejaban una profunda amabilidad y compasión.

Antonio quedó fascinado con aquella pintura. Se acercó a ella y comenzó a estudiar cada detalle. Cada trazo del pincel parecía capturar la esencia misma de la mujer retratada.

Una voz a su espalda le preguntó: 

–¿Qué ve en esa pintura? No puedo dejar de notar cómo la mira.

Antonio, ensimismado como estaba, no se giró, empezó a hablar sin parar y sin intercambiar mirada con la voz que le pedía opinión: «Es como si esta mujer fuera más que una simple imagen en un lienzo. Puedo sentir su alma y su mente a través de sus ojos. Me hace pensar en cuánta belleza y cuánta bondad puede existir en una sola persona».

–Me alegro que le guste –contestó aquella voz–, sin duda es mi autoretrato favorito. 

Mariela resultó ser real y tan cautivadora como Antonio había imaginado. Tenía una mente brillante y derrochaba pasión y energía en todo aquello que hacía. 

A medida que pasaban más tiempo juntos, Antonio descubrió que su belleza interior coincidía con su belleza exterior. Era compasiva, generosa, amable y cariñosa, además siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Ambos se hicieron inseparables, se apoyaban constantemente, pues su fuerza y energía estaba en reconocer que la belleza de la otra persona no se limita a su apariencia, sino a la combinación de su mente y alma. Ambos hacían que esa combinación fuera perfecta. 

Gracias por leerme.

«El sabor de los sueños»

«El sabor de los sueños»

Agustín disfruta de las sorpresas, de los regalos de la vida. Le encanta darlos y le fascina recibirlos, si son sin esperarlos pues mucho mejor. La otra noche, acordándose de un cuento que hace tiempo leyó, recordó a qué saben los sueños, aunque dicha narración trataba de la luna.

Él y Marta se habían citado para tomar algo. La temperatura de aquella tarde-noche era perfecta y la vista desde la terraza, en la que se habían citado, era perfecta. Por lo demás, nada les preocupaba, sabían que estar juntos era un disfrute para los dos, un verdadero regalo de la vida, pues cada vez que lo hacían la cháchara nunca paraba, la magia les invadía, las risas les acompañaban y el tiempo se les pasaba volando, haciéndoles disfrutar todo ello de cada segundo, deseando que la noche nunca acabara. Si hay algo que los define, es que cumplen con ese meme que el día anterior habían visto en Instagram: “Las cinco C de una relación: Conexión, Contacto, Cariño, Confianza y Comunicación”

Mientras hablaban no podían parar de mirarse, de rozarse con el brazo, las rodillas, los pies o, incluso, buscar de manera deliberada, la mano o la pierna del otro, para rozarla o acariciarla. Así estuvieron todo el tiempo que les fue posible. La cita fue un regalo de la vida. Un momento de encuentro y de paz que ambos disfrutaron de una manera maravillosa, provocándoles mostrar una gran sonrisa, no solo en su rostro, sino también en la energía que cada uno irradia cuando se encuentra con el otro y hacen cosas juntos. 

Tras el buen rato que pasaron, la despedida se alargó. Siempre les pasa lo mismo, el tiempo se les hace poco y encuentran un motivo para volver a acercarse, para iniciar un nuevo tema de conversación o para volver a cogerse de las manos. 

En aquella ocasión lo que estiró el momento fue uno de esos abrazos que, como ellos ya han descubierto hace tiempo, también como regalo de vida, son la única cosa en el mundo que cuanto más apretado es, más alivio da.

En segundo lugar, pudieron recordar que los sueños, como la luna, tienen un sabor especial, en este caso, para ellos, el de los labios del otro. Para Agustín y Marta, el sabor de los sueños es el mismo que el de los besos apasionados de dos personas que se quieren con locura. Ellos. 

Gracias por leerme.

«Hacerle el amor al aire»

«Hacerle el amor al aire»

El tiempo está loco y hace mucho calor. El aire está caliente y apenas estar en la sombra me da un respiro; así que hoy he decidido salir a dar un paseo a media tarde. 

Llevo un rato sentado en esta terraza, solo, leyendo tranquilo, tomando una caña y unas aceitunas, para soportar la temperatura, viendo a la gente pasar. De repente, siento como el calor ha aumentado o eso al menos me parece a mí, cuando observó el final de la calle peatonal, desde lejos adivino tu caminar.

Desde ese momento me desconcentro, no puedo seguir leyendo. Mis ojos se dedican sólo a contemplar cada uno tus movimientos, el ritmo de las curvas de tu cuerpo hacen al acometer ese paso que llevas tan seguro. Es asombroso, todo baila a tu alrededor. A tu son. 

Desde aquí te veo y solo pienso en que yo también quiero bailar contigo, pues me quedo lelo al contemplar el movimiento de tus caderas, el ritmo de tus piernas y el acompañamiento sincopado de tus brazos. Haces que todo tiemble, que el mundo cambie, que mi corazón palpite al mismo ritmo que marcas.

Levantas los ojos, me miras. Te acercas y sé, con exactitud, que ya te has percatado de mi presencia. Has descubierto dónde estoy y te sonrojas al descubrir que mi mirada es solo para tí. Siento que temes que los demás lo descubran. Pero a mi nadie me mira, tú los atraes. 

Soy consciente de que te haces la despistada, girando la mirada, como sin querer, hacia el lado contrario, pero no lo soportas, tardas apenas unos segundos en volver a mirarme. Te gusta saber que te observo, eso te ayuda a recuperar el paso y la seguridad en tí. Creo en tí 

Cuando ya estás a apenas unos pocos metros de mi, me miras a los ojos. Nuestras miradas se entrecruzan, nos mantenemos la mirada y, con total descaro, te muerdes el labio inferior. Acabas de matarme, lo sabes. Me vuelve loco cuando haces ese gesto. 

Todo me tambalea. El calor ambiental aumenta. Miro a mi alrededor y contemplo cómo te miran. 

Es increíble, solo tu caminar, tu presencia, tu saber estar, tus gestos y tu sonrisa al pasar a mi lado es suficiente para que todo en mi vida se descoloque, o se ponga en el sitio que le corresponde. 

La temperatura sube, sí que hay calor, pero por tu paso, porque solo tú tienes la habilidad de hacerle el amor al aire, y eso le da calentura a cualquiera. 

Sigues de largo. Te sigo mirando. Imagino que sonríes. Quizás otro día te quedes a mi lado. 

Gracias por leerme.

«Una triste soledad»

«Una triste soledad»

Aunque muchos no lo creen, Juan es un hombre con el alma solitaria. Apenas lo demuestra, pues casi todo el día está embutido en una bulliciosa actividad, en la que se coloca una especie de máscara y disimula su existencia. 

Vive en un pequeño apartamento, rodeado de otros pequeños apartamentos habitados por personas que no conoce, con las que a veces se tropieza en el ascensor y con las que no habla nada más allá de un simple saludo o una triste despedida. 

Aunque la ciudad en la que vive está llena de vida y muchos consideran que Juan tiene una gran actividad, lo que yo sé de él, es que Juan se siente aislado y solo.

Ese sentimiento comenzó años atrás. Sin un motivo aparente, sino fruto del día a día, que le encaminó a tener, fuera del ámbito laboral, una existencia monótona y vacía.

Pasa sus días trabajando en la oficina, y cuando por las noches regresa a su casa lo hace en solitario. Se abraza a esa soledad y deja que su cabeza viaje por el mundo de los sueños y los deseos, que, de alguna manera, le aportan ilusión. 

Recostado en su sofá recuerda como hace tiempo la había mirado con ternura deseando conocerla, y eso logró hacerlo. Con el paso de los años llegaron a hacerse amigos, de esos que nunca se abandonan, de los que basta una mirada para saber que algo pasa y que el otro necesita ayuda; entonces se juntaban.

Llegaron a enamorarse, a enamorarse mucho, si eso es posible grduarlo. Pasaban horas acurrucados, hablando, riendo, noches en vela y en una conversación constante. Juan pensó que todo aquello era un sueño. 

Ahora que no puede llegar a ella, sigue soñando con hacerlo, pero acompañado de su soledad, esa que nadie conoce, esa que cada mañana disfraza y esconde, esperando recuperar la conexión que siempre han tenido, que se mantiene oculta a la vuelta de la esquina, esperando, y que ambos saben que puede traerles luz, paz y calor a esos corazones que ahora se sienten solos, en una triste soledad.

Gracias por leerme.

«Con ese beso en la frente»

«Con ese beso en la frente»

Mi abuela siempre me contó que quién besa en la frente ama de verdad, incluso cuando no hay más remedio que seguir amando para siempre. 

Tras compartir toda una vida juntos Valeria y Andrés, con una preciosa historia de años a sus espaldas, riendo, llorando y enfrentándose juntos a todas las adversidades que la vida les había presentado, se tropezaron con el nuevo reto que se les había puesto por delante. Era el momento de volver a demostrar que su amor era profundo y verdadero. Había llegado el momento definitivo en el que sentir y demostrar que era verdad que se habían convertido en el apoyo mutuo que anhelaban y que necesitan para sobrellevar los desafíos del tiempo.

Pero, como suele suceder en la vida, los caminos de ambos tomaron un rumbo inesperado. Andrés había recibido una oportunidad única de trabajo en el extranjero. Era un sueño hecho realidad, pero también significaba dejar atrás todo lo que conocía y amaba. Valeria, aunque emocionada por él, sintió un nudo en la garganta al enterarse, pues sabía que la relación de ambos podría sufrir cambios irremediablemente.

El día de la despedida llegó. Sus manos entrelazadas y sus miradas llenas de amor reflejaban la tristeza que sentían en su interior. 

El tiempo pareció detenerse mientras esperaban en silencio la llamada para embarcar. No querían dejar ir ese momento, querían detener el tiempo y permanecer juntos para siempre, como tantas veces habían hecho. Pero la realidad era implacable y el anuncio de la salida del vuelo finalmente llegó.

Con lágrimas en los ojos, Andrés se giró hacia Valeria y la abrazó con fuerza. Sus corazones latían al unísono, compartiendo el dolor de la despedida. Sus palabras se ahogaron en un mar de emociones, y solo pudieron susurrar promesas de amor eterno.

El último abrazo se volvió un recuerdo imborrable. Sus ojos se encontraron y, en ese instante, supieron que era hora de decir adiós. Con manos temblorosas, Andrés se inclinó hacia adelante y depositó un profundo beso en la frente de Valeria. Sus labios rozaron su piel una última vez, llenos de amor y tristeza.

Valeria abrió los ojos débilmente y miró a Andrés con ternura. Sabía que ese beso era una despedida, un último acto de amor antes de partir. Sin decir una palabra, sus ojos hablaron por ellos, comunicando el agradecimiento por el amor compartido y la promesa de que siempre estarían conectados. Nada, ni el tiempo ni la distancia les robaría aquel amor eterno. 

Gracias por leerme.

P.D.: Llega el momento de darte ese beso en la frente. Es hora de descansar y desconectar un poco. Si todo va bien, regresaré en septiembre por esta esquina. Si te apetece nos vemos entonces. FELIZ VERANO.

«Una llave bajo el felpudo»

«Una llave bajo el felpudo»

Le había dicho mil veces que siempre tendría la puerta de su casa abierta para ella. Le dejaba señales, le indicaba opciones, la invitaba a café o a estar un rato juntos. Nada de aquello surtía el efecto deseado. Uno de aquellos días le señaló el felpudo situado en la entrada, mostrándole el pequeño agujero dónde él había escondido una llave de la puerta de su casa. Ella podía usarla cada vez que quisiera.  

Los días pasaban. Él se sentía nervioso, quería que ella se sintiera cómoda visitándolo y se preguntaba si ella simplemente había pasado por alto acudir a verlo. El tiempo se le hizo eterno mientras imaginaba diferentes motivos en su cabeza por los que ella ya no quería estar con él. 

Finalmente, después de una semana dura de trabajo, desmotivado por el tiempo que llevaban sin estar juntos, agobiado por el día a día, y superado por el sentimiento de soledad, al abrir la puerta de su casa, se encontró con un escenario que bien podría estar sacado de uno de sus propios sueños. 

El salón estaba decorado con velas, la mesa central tenía colocado su mantel favorito y una botella de vino, acompañada por dos copas, que la presidían, 

Una música suave –aquella famosa lista de Spotify que a ambos les gustaba –  llenaba el aire, y en el centro de la sala, estaba ella, preciosa, como siempre, con esa radiante sonrisa que a él tanto le cautivaba.

Se acercó a ella, sin palabras, no hacían falta, para abrazarla con fuerza. La emoción y el amor llenaron la habitación mientras los dos se miraban a los ojos. Se besaron.

En ese momento, ambos confirmaron lo que ya sabían, que su amor era especial, que era distinto a todos los demás. 

La llave bajo el felpudo no solo había abierto la puerta de su apartamento, sino también la de sus propios corazones. Había aprendido la importancia de tomar riesgos y de confiar el uno en el otro. 

El tiempo les llevó a continuar con su historia de amor. Cada vez que podían buscaban la manera de sorprenderse el uno al otro, pues aquella era la chispa que los unía. 

A partir de aquel encuentro, siempre recordaron aquel momento mágico en el que una llave bajo el felpudo abrió las puertas hacia su amor inquebrantable.

Gracias por leerme.

«Cuando tus manos me conducen»

Cada vez que salen a dar un paseo, a ella le gusta acomodarse en el asiento del pasajero, y a él conducir. Así ocurre la mayor parte de las veces. Otras, quizás las menos, es al revés.

Nada más poner el coche en marcha, y comenzar el recorrido, él extiende su mano suavemente hacia las de ellas. El gesto siempre va acompañado de una mirada cómplice y solícita. Ella entiende perfectamente la petición y le devuelve la mirada con una sonrisa cálida y complaciente. Con el mismo cariño entrelaza sus dedos con los suyos. 

Este es un gesto sencillo, pero que significa mucho para ambos, pues este simple contacto les ata en el recordatorio de que no importa lo que suceda en el mundo exterior, están juntos y eso es suficiente. Tranquilos continúan su marcha. Si las condiciones del tráfico lo permiten, seguirán así todo el trayecto, hasta que ya no haya más remedio que soltarse. 

Es también muy común que ella acerque su otra mano y acaricie el antebrazo y la mano de él, acompañando el ritmo de la música que suena de la lista de Spotify, que él sabe que a ella le gusta, y que elige conscientemente para darle el gusto, sin necesidad de que ella lo pida. 

Es un momento de disfrute, de tranquilidad, un viaje a la calma. Con ese gesto sus vidas se entrelazan de manera mágica. Comparten palabras, hechos, risas, lágrimas y momentos inolvidables juntos. Pero, sobre todo, disfrutan de la simple pero hermosa conexión que encuentran al darse la mano mientras uno de los dos conduce.

A medida que recorren las carreteras así, comparten sus sueños, sus esperanzas y temores. Hablan sobre el futuro juntos y se animan a perseguir sus metas. A veces, también disfrutan de momentos de silencio reconfortante, de la compañía del otro, mientras los paisajes pasean por la ventana, mientras sus dedos recorren la piel del otro.

Este gesto, se convierte así en un recordatorio constante de que no están solos en su viaje, que caminan juntos, que se tienen el uno al otro, hacia su propio futuro en el que la complicidad que les une es su mejor baza.

Ellos, con sus manos entrelazadas, enfrentándose a cada curva y desafío de la vida, demuestran que los gestos más simples pueden tener el mayor de los significados y que la verdadera felicidad se encuentra en la compañía que ahora tienen a su lado.

Gracias por leerme.