«Chocolate caliente para tres»

Caliente no solo el chocolate.

Cuando el frío aprieta una de las formas más reconfortantes de entrar en calor es una buena taza de chocolate caliente. Si esta, además, se toma en buena compañía, pues mejor.

Con ese deseo los tres se acercaron a la terraza interior de aquel pequeño hotel de ciudad que, por todo aquello de la crisis, había reconvertido su patio interior en una cafetería abierta al público de la calle, no solo para sus clientes.

Eligieron una mesa situada en una esquina, azocada del fuerte y frio viento que se colaba por el edificio, cerca de la puerta de acceso a las habitaciones de la planta baja, y al abrigo del calor de una de esas estufas de pie que tanto están de moda entre los bares que tienen terraza al aire libre.

El sitio es un lugar acogedor. La decoración navideña, que pronto desaparecerá, hace que el entorno sea el típico espacio en el que, sin dudarlo, te quedarías una temporada a relajarte. Ese fue uno de los argumentos que utilizó una de las chicas. La otra, aprovechó la ocasión para empezar a lanzar propuestas y bromas que, como el chocolate, se notaban bastante calientes por lo que la conversación se convirtió en un reto constante de frases picantes y cargadas de erotismo.

El chico estiró sus brazos, uno hacia cada chica, por debajo de la mesa hasta conseguir rozar las rodillas de ambas. Las dos lo miraron de soslayo, aunque no se habían dado cuenta del doble juego que en secreto, y protegido por el mantel, llevaba a cabo. Las humeantes tazas de chocolate entonces pasaron a un segundo plano y toda la conversación giró en torno a los sueños eróticos que a unas y al otro le gustarían cumplir. Se ganó la palma, pues en él coincidieron los tres, el pasar una tarde de pasión en un hotel como aquel.

Con la excusa de tener que ir al baño, él se levantó y se ausentó. Las chicas siguieron con sus risas, bromas y desafíos.

El chico no tardó en regresar. Sin sentarse apuró el líquido de su taza, tiró una tarjeta electrónica, que daba acceso a una de las habitaciones de aquella misma planta, sobre la mesa, y les lanzó el mismo reto con el que solo hacía unos instantes ellas mismas estaban jugando «Mucho lirirli y poco larala. A ver de qué somos capaces».

Las miró desafiantes. Una de ellas se levantó casi de inmediato. Cogió la tarjeta y le mantuvo la mirada de manera lasciva.

Ambos giraron su cabeza casi al unísono para encuestar a la otra amiga. Ya no era solo el chocolate lo que estaba caliente.

Los tres se dirigieron a la habitación con el férreo conocimiento de que lo que pasaría en aquella habitación era solo cosa de ellos.

Gracias por leerme.