«Un deseo para toda la vida»

«Un deseo para toda la vida»
Hay personas que, sin querer, nos gustaría que estuvieran a nuestro lado.

Las últimas horas del sol de otoño nos permiten acercarnos a la playa a jugar y descansar, sin tostarnos o pasar mucho frío. Eso había pensado MaríCarmen cuando se le ocurrió coger todos los bártulos y llevar a su hija a la orilla del mar aquella tarde. 

La semana había sido agotadora y necesitaba tomar aire a la vez que la niña se entretenía. La playa era la solución perfecta ya que las dos podrían disfrutar de un momento de tranquilidad y, lo normal, era que Sonia jugara con su cubo y su pala, sin dar mucha lata. 

Así fue, según estiraron la toalla sobre la cálida arena, la niña pareció entrar en un trance de felicidad y se puso a construir un castillo de arena mientras su madre se tumbaba sin quitarse la chaqueta del chándal, para así tomar el sol, al menos en las piernas. Ninguna de las dos había reparado en la presencia de aquel hombre que se encontraba tumbado leyendo en la arena. Él sí se había fijado en ellas. 

No hizo falta que pasara mucho tiempo para que la respiración de MariCarmen cambiara. El cansancio había podido con ella y, con la ayuda de la suave brisa y el calorcito del sol, se había quedado dormida. La niña, de apenas tres o cuatro años, a su lado, se dio cuenta, esperó a que estuviera dormida para coger el cubo y, sin decir nada, dirigirse a la orilla para llenarlo de agua. Julián fue tras ella. 

Pasaron apenas veinte minutos. MariCarmen despertó. Adormilada, sin saber muy bien cómo, se encontró rodeada de un círculo de piedras y Sonia no estaba a su lado. Tras el sobresalto inicial, el aturdimiento que provoca despertar de un sueño inesperado y el susto por no encontrar a la niña, escuchó aquella voz masculina: «Tranquila, la niña está ahí cogiendo más piedras.» 

Ella se levantó sin saber qué había pasado. Sonia, al verla, gritó de alegría y corriendo parecía que se dirigía hacia ella. Su madre se agachó para recibirla entre abrazos, pero la niña se lanzó sobre Julián. «Gracias por ayudarme», le dijo dándole un abrazo. El hombre, sorprendido, acarició la cabeza de la niña, miró a MariCarmen y le contó lo maravilloso que había sido aquel rato. 

Julián se marchó con una sonrisa, MariCarmen no salía de su asombro y Sonia contó a su madre que aquel hombre la había salvado, que era su Ángel de la guarda, que quería estar siempre con él.

Los tres volvieron a verse, también en la playa, pero ya la historia avanzó en la relación entre los dos adultos, con la niña de testigo perenne. 

Gracias por leerme.