«Una triste soledad»

«Una triste soledad»

Aunque muchos no lo creen, Juan es un hombre con el alma solitaria. Apenas lo demuestra, pues casi todo el día está embutido en una bulliciosa actividad, en la que se coloca una especie de máscara y disimula su existencia. 

Vive en un pequeño apartamento, rodeado de otros pequeños apartamentos habitados por personas que no conoce, con las que a veces se tropieza en el ascensor y con las que no habla nada más allá de un simple saludo o una triste despedida. 

Aunque la ciudad en la que vive está llena de vida y muchos consideran que Juan tiene una gran actividad, lo que yo sé de él, es que Juan se siente aislado y solo.

Ese sentimiento comenzó años atrás. Sin un motivo aparente, sino fruto del día a día, que le encaminó a tener, fuera del ámbito laboral, una existencia monótona y vacía.

Pasa sus días trabajando en la oficina, y cuando por las noches regresa a su casa lo hace en solitario. Se abraza a esa soledad y deja que su cabeza viaje por el mundo de los sueños y los deseos, que, de alguna manera, le aportan ilusión. 

Recostado en su sofá recuerda como hace tiempo la había mirado con ternura deseando conocerla, y eso logró hacerlo. Con el paso de los años llegaron a hacerse amigos, de esos que nunca se abandonan, de los que basta una mirada para saber que algo pasa y que el otro necesita ayuda; entonces se juntaban.

Llegaron a enamorarse, a enamorarse mucho, si eso es posible grduarlo. Pasaban horas acurrucados, hablando, riendo, noches en vela y en una conversación constante. Juan pensó que todo aquello era un sueño. 

Ahora que no puede llegar a ella, sigue soñando con hacerlo, pero acompañado de su soledad, esa que nadie conoce, esa que cada mañana disfraza y esconde, esperando recuperar la conexión que siempre han tenido, que se mantiene oculta a la vuelta de la esquina, esperando, y que ambos saben que puede traerles luz, paz y calor a esos corazones que ahora se sienten solos, en una triste soledad.

Gracias por leerme.

«Soledad a días alternos»

Un sillón puede marcar una historia.

Sin saber muy bien el motivo se quedó parado en el centro del pequeño apartamento. Su mirada apuntó al destartalado asiento. 

Desde la pequeña distancia observó y recorrió el contorno de la única silueta que lucía el sillón, la suya propia.

Aquella estaba dibujada por el desgaste de la tela, al sentarse siempre en el mismo lugar. Contemplarla así, acompañado solo del sonido sordo de las cuatro paredes, le indicaba el día en el que estaba.

Tras la separación su hijo le visitaba a días alternos. Era cuando el pequeño llenaba de risas y fiesta la casa, y su alterna vida. Hoy no era uno de esos.

El eco del tic-tac del reloj le percutía la cabeza. El silencio le martilleaba el alma. Estaba solo. Se sentía solo.

Necesitaba encontrar una persona que le cambiara la vida, con la que compartir aquel sofá. Aunque solo fuera a días alternos.

Gracias por leerme.