«Llega la hora de cerrar y salir del laberinto»

«Llega la hora de cerrar y salir del laberinto»
Hora de salir del laberinto

En el interior del laberinto del fauno poco ruido se escucha. Como es evidente y ya te imaginarás, eso ocurre hasta que él mismo, amo y señor lugar, así lo decide. Los que se envalentonan y se adentran en su interior buscan, de manera casi inmediata, la salida más próxima. Todos lo hacen sin suerte, pues la bestia interviene. Nosotros llevamos ventaja.

Un colegio vacío tiene mucho que ver con esa sensación. Las aulas desiertas se convierten en espacios lúgubres. Los pasillos, como los del Laberinto, parecen cambiar de forma y proyectan sombras anónimas y misteriosas que poco o nada tienen que ver con las normales, con las de un día normal. Las escaleras reproducen ecos de pasos inexistentes y voces que ahora ya no habitan entre aquellas paredes. Solo falta que aparezca la bestia.

¿Todos creen que ella no existe? Pero está. Vive y se muestra.

El animal, como si de una especie de alma en pena se tratara, hace su aparición de manera ingeniosa. Lo podemos sentir, a veces oler y otras escuchar, si prestamos atención en esas aulas y pasillos carentes de los seres vivos que normalmente las habitan. 

Pero no desesperes. En estas percepciones, en este laberinto triste en el que ahora se convierten los centros escolares, todas las sensaciones son buenas, pues en poco tiempo, sus puertas volverán a abrirse y a llenarse de nuevas y buenas vibraciones, de fragancias agradables, de momentos de calma y otros de estrés, sin maldad ninguno de ellos, que hacen que nos podamos sentir plenamente contentos, vivos e ilusionados por lo que hacemos.

Así que en esas estamos, cerrando capítulos, cerrando el colegio y, también, cerrando este blog, hasta el próximo septiembre, para poder escapar del laberinto y disfrutar, si el fauno nos deja de un merecido descanso. 

FELIZ VERANO.

Gracias por leerme.

«Y se marchó, y a su barco le llamó…»

Un lugar dónde perderse, donde escapar, donde soñar…

Desde el rompeolas puedo ver el embate del mar. El choque del agua contra las piedras, que le impiden el paso, llama mi atención. Como fruto de la contienda se dibujan en la nada unas curiosas figuras que, utilizando la espuma, las gotas y la sal, como instrumento de pintura, saltan por el aire y desaparecen. Tanto su sonido, como el va y viene del mar hacen que me siente a disfrutar del momento, de la paz del lugar y del agolpe, cual galerna descontrolada, de mis propios pensamientos. 

Mis ideas viajan, saltan, por cada una de esas piedras que hoy protegen la costa. Entiendo que están ahí, porque han sido colocadas a fin de dar cobijo a los que nos encontramos de este lado, a los que tenemos los pies en la tierra. Con ello impedimos el azote de las olas, la invasión de la costa, la fuga de la arena…

La maresía refresca mi cara, a la vez que empaña mis gafas, retornándome a la realidad del duro e incómodo asiento en el que me encuentro. Caigo en la cuenta. La húmeda y negra escollera es metáfora de vida. 

Desde esta posición ahora la observo con otros ojos. Veo como el espigón impide la desgarradora entrada del mar, pero también imposibilita la fascinante salida de sueños y deseos de aventura. Adentrarse en el mar siempre es sinónimo de periplos emocionantes. Ahora me doy cuenta. Es hora de cambiar de perspectiva. Es el momento ideo para comenzar un reposo y cambiar el punto de vista. 

Es hora de dejar esta esquina, por lo menos hasta septiembre, y tomar un merecido descanso. Espero que tú disfrutes del tuyo y que nos volvamos a ver por aquí. 

Gracias por leerme.

P.D. Si quieres verme no mires al malecón, ya te he dicho que sentarse aquí incomoda, búscame en el mar, o en el chiringuito, por aquello de huir del solajero.