«Las llaves de Jose»

Las llaves de Jose

Hay llaveros que parecen pesados ramilletes metálicos difíciles de manejar. Otros, por el contrario, son portadores de pequeñas almas en pena que carecen de importancia, salvo por la importancia de las posesiones que protegen.

Las llaves, y las cerraduras que guardan, eran el gran placer de Jose. Siempre cargaba su manojo a todas partes. Cada vez que lo usa, se queda ensimismado con el tintineo que hacen las llaves al pasear con ellas colgando de la mano. Para él, el pequeño roce que produce el frío metal con en sus dedos, cuando las hace girar, es un placer solo superado por el de sus dedos sobre un pecho de mujer.

Así va por el mundo, disfrutando del tintineo, y cargando el peso de cada vez más llaves. 

Jose vive en un piso sencillo, por lo que, muy probablemente, con portar tres o cuatro llaves le bastaría para satisfacer sus necesidades de guarecer sus propiedades. No es así, para él nunca son suficientes.

Los del barrio le preguntan para qué quiere tantas. Lo miran y se ríen. Él calla. Otros se acercan y le regalan aquellas que ya no usan. Jose las acepta y las incorpora a su, cada vez, mayor anilla.

El día que conocí a Jose lo descubrí sentado en el suelo del portal de su casa. Había sacado todas las llaves del gran llavero y parecía que les hablaba mientras las reordenaba por tamaño, forma, número de dientes… 

Para mi, aquello no tenía ningún sentido pero, tras saludarme, y ver que le estaba mostrando cierto interés por lo que hacía, me miró y argumentó su vicio: «Hay llaves que abren vidas, ¿me dejas pasar?»

Gracias por leerme.

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