
Ya hemos terminado la cena. La sobremesa es agradable, pese a no tener la fiesta que solemos organizar para recibir al nuevo año.
Por un momento me quedo en silencio y atiendo las palabras de…
—Es bonito compartir en familia y esperar todos juntos a comer las doce uvas —opina la voz interior.
—Pero qué dices, ¡pringao! —interrumpe otra voz dentro de mi cabeza—, lo que estamos esperando es ver a la Pedroche, con lo buena que esta.
—Bueno, si, vale, es guapa, pero lo más importante es la…
—¡¿Porqué no te callas?! jajajaja, siempre diciendo chorradas.
Levanto mi dedo. Miro para ambos lados y las dos voces callan. Estos siempre andan en una continua discusión. ¿Que quiénes son? Mis dos lados, el bueno y el malo. Es difícil ponerlos de acuerdo. Menos mal que son discusiones internas y que los que están a mi alrededor no los oyen, aunque a veces, cuando me descuido, ven mis gestos hacia ellos.
Comienzan las campanadas.
Empezamos a comer uvas y, con ellas, los deseos para este nuevo año se hacen patentes, con las distintas propuestas que cada uno de ellos.
UNA: Mastico con ganas.
—Ver más a las amistades —dice la una.
—Quiero fiestaaaaaaa —contraataca la otra.
DOS: Hay que ponerle ritmo a la masticación.
—Quitarnos las mascarillas.
—Ponernos antifaz y a bailar.
TRES: Se me acumulan pieles y pipas en la boca.
—Abrazar y besar más.
—Esooooooo toqueteo y libre albedrío, que ya es hora, ¡coño!
CUATRO: El bolo aumenta de tamaño.
—Reir todo lo posible.
—Descojonarnos de la vida, y de mi el primero.
CINCO: Esto no baja.
—Hacer dieta.
—Si, pero entre comilona y comilona.
SEIS: Toso.
—Ir más al gimnasio.
—Y a la playa, al monte, a navegar, a surfear, a…, ¡no pares sigue, sigue…!
SIETE: Sigo tosiendo. Siento golpes en la espalda.
OCHO: Me falta el aire. Ya no oigo ni las voces interiores.
NUEVE: Todo se nubla. Más golpes. Más presión. Menos aire… Unos gritos.
—¡Chachoooooo!
—¡Pero tíooooo!, que coño haces, ¡respira joder!
DIEZ: Siento una presión en el pecho. Algo o alguien me aprieta desde atrás con fuerza.
ONCE: El bolo, ahora convertido en misil de largo alcance, impacta contra la pared contraria. Se queda pegado mientras abro los ojos y veo como resbala poco a poco.
DOCE: Recupero el aire. Mejor me siento. Todos me miran con cara de susto. Las voces retoman la palabra.
—¿Estás bien? Que susto, pensé que…
—¡Capullo!, que casi nos matas.
Un grito rompe el silencio y las caras circunspectas del respetable: ¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!
Bueno, parece que en mitad de la historia me atraganté con tanta uva, tanta palabra y tanta tontería interior.
Me consta que no me comí todas las uvas, pero al menos, juntando de un lado y de otro, tengo los doce deseos que me hacen falta para este nuevo año.
Espero poderlos compartir contigo.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Gracias por leerme.
Jajaja vaya con el Heimlich que como se escriba…. feliz año y un abrazo enorme