«Me gusta que te fijes en mí»

«Me gusta que te fijes en mí»

Me he dado cuenta, me miras de reojo. Sabes que yo también lo hago, pues, en no pocas ocasiones, nuestras miradas se han tropezado y ambos hemos intentado huir del emocionante brillo que sentimos, sí, ese destello que se pone en nuestras pupilas cuando nos acercamos. Ese sentimiento hace que sea casi imposible separarnos, pero en tan solo un par de segundos, nos sonreímos, con cierta picardía, y apartamos la vista. Luego seguro que volverá a ocurrir. 

Hoy has ido un poco más allá. Me has dejado descolocado, pero muy emocionado, me gusta que te fijes en mí. Me gusta que me lo hagas saber, como yo mismo suelo hacerlo contigo. 

Has levantado la vista y te has dado cuenta de que me corté el pelo. Te he gustado y eso se nota. Además, no te has avergonzado de lo que sientes y me has dicho lo guapo que estoy. Gracias. Tú también lo estás. 

Por si fuera poco, al cabo de un rato, tu mirada ha recorrido mi cuerpo y me has piropeado por cómo voy vestido. Sin duda esta forma de vestir, la que ahora le dicen casual, me favorece, y a tí te ha gustado. 

Me asombraste cuando te fijaste en mis nuevas gafas de color. No pensé que te darías cuenta del cambio que hice y, sin duda, estas que ahora llevo son las que más te gustan. 

Además de todo eso, y por si fuera poco, hoy me has felicitado por lo bien que lo he hecho en el trabajo, por lo fantástico que estoy siendo contigo, por lo agradable que ha sido nuestra conversación, por nuestra mensajería cómplice cargada de emoción y, a veces, de erotismo, por nuestras risas y la confianza que tenemos en nuestras confidencias. Me has agradecido el esfuerzo que estoy haciendo. Gracias a tí también. Te las mereces. 

Ahora entiendo el motivo por el que siempre estaremos juntos. Hoy estamos a la par, estamos en paz. Me encanta cuando me cuido, me trato bien y me digo cosas bonitas. 

Gracias por leerme.

«Una llave bajo el felpudo»

«Una llave bajo el felpudo»

Le había dicho mil veces que siempre tendría la puerta de su casa abierta para ella. Le dejaba señales, le indicaba opciones, la invitaba a café o a estar un rato juntos. Nada de aquello surtía el efecto deseado. Uno de aquellos días le señaló el felpudo situado en la entrada, mostrándole el pequeño agujero dónde él había escondido una llave de la puerta de su casa. Ella podía usarla cada vez que quisiera.  

Los días pasaban. Él se sentía nervioso, quería que ella se sintiera cómoda visitándolo y se preguntaba si ella simplemente había pasado por alto acudir a verlo. El tiempo se le hizo eterno mientras imaginaba diferentes motivos en su cabeza por los que ella ya no quería estar con él. 

Finalmente, después de una semana dura de trabajo, desmotivado por el tiempo que llevaban sin estar juntos, agobiado por el día a día, y superado por el sentimiento de soledad, al abrir la puerta de su casa, se encontró con un escenario que bien podría estar sacado de uno de sus propios sueños. 

El salón estaba decorado con velas, la mesa central tenía colocado su mantel favorito y una botella de vino, acompañada por dos copas, que la presidían, 

Una música suave –aquella famosa lista de Spotify que a ambos les gustaba –  llenaba el aire, y en el centro de la sala, estaba ella, preciosa, como siempre, con esa radiante sonrisa que a él tanto le cautivaba.

Se acercó a ella, sin palabras, no hacían falta, para abrazarla con fuerza. La emoción y el amor llenaron la habitación mientras los dos se miraban a los ojos. Se besaron.

En ese momento, ambos confirmaron lo que ya sabían, que su amor era especial, que era distinto a todos los demás. 

La llave bajo el felpudo no solo había abierto la puerta de su apartamento, sino también la de sus propios corazones. Había aprendido la importancia de tomar riesgos y de confiar el uno en el otro. 

El tiempo les llevó a continuar con su historia de amor. Cada vez que podían buscaban la manera de sorprenderse el uno al otro, pues aquella era la chispa que los unía. 

A partir de aquel encuentro, siempre recordaron aquel momento mágico en el que una llave bajo el felpudo abrió las puertas hacia su amor inquebrantable.

Gracias por leerme.

«Hasta las trancas»

Hoy he vuelto a brindar por la vida y la felicidad de las personas. He quedado para tomar café con mi amiga Sofía. Creo que en una entrada anterior ya les hablé de ella, de su historia, de su relación. La verdad es que no estoy muy seguro, porque, por aquello de la Ley de protección de datos personales, le cambié el nombre –o lo estoy haciendo ahora–, el género, la edad, el lugar de residencia.

Me resulta muy simpático que tengamos este tipo de quedadas para hablar, ya que ella no bebe café. A veces se toma un vino, un Martini o un Mojito, pero nunca café.

La cosa es que hemos quedado para hablar. Sofía está enamorada hasta las trancas. Él también lo está de ella. Llevan así mucho tiempo juntos, separados, revueltos, distanciados…, pero hasta las trancas.

Se quieren a su manera, a veces como pueden, otras como les dejan, pues cada uno tiene su propia historia que ya les conté. Pero ya les digo que enamorados, lo que se dice enamorados, el uno del otro, lo están, e insisto, hasta las trancas. Por eso hoy quiero dedicarles esta entrada, sobre todo a ella, que se ha sincerado conmigo y contado los sentimientos tan sorprendentes que tiene con él –suponiendo que en esta historia sea él y no ella o ella y no él–, hasta ha llorado. 

Ella me cuenta que tiene los ojos llenos de miradas que le dedica; que nada más encontrarlo, se le llena la boca, los labios y la lengua, de besos que quiere darle; las manos de caricias, que necesitan ser repartidas por todo su cuerpo, haciendo un especial hincapié en sus sonrojadas mejillas, que acaricia con calma cuando están a solas; me narra cómo en sus brazos se le acumulan apretados achuchones que quiere darle contra su cuerpo. Me describe cómo el alma le palpita y se le acelera el cuerpo cuando lo siente cerca. Me sorprende con las ganas locas que tiene de estar con él todo el día, sin poder hacerlo, y de volver a estarlo nada más separarse. Alucino con lo que me detalla sobre las cosas que se dicen, las conversaciones que tienen, algunas a mitad de la noche, los sueños que se dedican, las quedadas a escondidas, las escapadas por sorpresa. Me encanta cuando me dice que tiene miles de pasos de baile, guardados en sus pies para danzar juntos, siempre, toda la vida.

Por todo ello, estoy convencido que hoy es un bonito día para brindar por esa gente que está enamorada hasta las trancas.

Gracias por leerme.

«La última persona del día»

«La última persona del día»

Hay días que son más normales que otros. También suceden cosas extraordinarias esos días distintos.

Aquella espléndida mañana los dos amigos, Elena y Javier, habían quedado para desayunar. Ella, que siempre apura el tiempo al máximo, llegó un poco tarde. Nada más sentarse en la mesa le llamó la atención el semblante triste que Javier transmitía. Con cariño, antes de preguntarle qué le pasaba, puso su mano sobre la de él. Sin saberlo, de aquella forma tan sencilla, surgió una asombrosa historia de amor y dedicación.​

La relación que mantienen era complicada. Son amigos, muy amigos, muy buenos amigos, y así debe ser pero, la unión que tienen y la atracción que mantienen el uno por el otro, es tan potente que la lucha interna entre los dos sentimientos, siempre les arrastra hacia un abrazo, un beso, una mirada cómplice, palabras de deseos…, arrepentimiento, dolor, culpa… 

Intentan pasar horas juntos. Hablan de muchas cosas, e increíblemente coinciden en muchas de ellas de una manera asombrosa, en ocasiones hasta en la ropa, comparten todo lo que les ocurre, confían plenamente el uno en el otro. Se complementan. 

Cuando están juntos las horas pasan volando. Siempre haya un nuevo tema para hablar, una conversación pendiente, un cuchicheo que contarse, un sentimiento que compartir, una sorpresa preparada, una rica comida, un delicioso chocolate que compartir, un buen pretexto para volverse a ver. 

En muchas ocasiones, tras pasar un buen rato juntos, se vuelven a hablar por la noche por whatsapp y ahí se mantienen durante mucho tiempo hasta que uno de los dos cierra la conversación agotado y superado por el cansancio. 

Se han convertido en las últimas personas del día con la que quieren estar, el último sueño al que aspirar cada día: continuar una vida juntos, en la que siempre estaría presente aquella potente amistad, la comprensión, los cuidados, la conversación constante, los mimos y las ganas de conseguir ser y estar juntos.

Gracias por leerme.

P.D.: A partir de aquellos instantes de complicidad, de la búsqueda del sueño, Javier jamás volvió a tener los ojos tristes, le bastaba verse reflejado en la mirada que Elena le dedica.

«Piensa en mí»

«Piensa en mí»

El día amanece normal. Su despertador conecta la música y suena la increíble y desgarrada voz de Luz Casal “Si tienes un hondo penar / piensa en mí; / si tienes ganas de llorar / Piensa en mí…” Inevitablemente su primer pensamiento, incluso antes de salir de cama, es viajar hasta ella. No era por culpa de la canción, eso fue pura coincidencia, estas ensoñaciones también son algo normal. Sin saber muy bien cómo, o el motivo, desde hace tiempo, desde hace bastante tiempo, ese es un sentimiento cotidiano. 

Según llega al trabajo la rutina laboral lo embarga. Su mente se transforma en una máquina eficaz de elevar informes, cuadrar balances, establecer relaciones, enlazar valoraciones y establecer coordinaciones. Toda su mente está preparada para dar lo mejor de sí, en su ámbito laboral. Hasta que ella vuelve a su mente, otra vez en forma de canción “Ya ves que venero / tu imagen divina, / tu párvula boca / que siendo tan niña, / me enseñó a besar…”

Es en ese momento cuando se descoloca. Necesita coger aire y volver a concentrarse. Se da cuenta de que acaba de llegar el momento de ir a la cafetería de la esquina, sentarse en la terraza y esperar a que le traigan su desayuno, que ya no necesita pedir, pues la camarera conoce sus gustos. 

Nada más hacerlo algo vuelve a activar sus sentidos. “…Piensa en mí / cuando sufras, / cuando llores / también piensa en mí…”. De forma inesperada la voz de Luz vuelve a sonar y con ella el perfume que más le gusta. Ella vuelve a aparecer. 

–¿Puedo sentarme? 

–Sabes que sí. 

–¿Cómo sabías que iba a venir?

–Llevo toda la mañana presintiéndote. Te estaba esperando. Porque cada vez que intentamos alejarnos, nos unimos más.

Y así fue, como aquella tarde terminó tal y como comenzó la mañana, pensando el uno en el otro, deseando retomar la letra de su canción: “…cuando quieras / quitarme la vida, / no la quiero para nada, / para nada me sirve sin ti.”

Gracias por leerme.

«Sueños con sabor al color de tus ojos»

«Sueños con sabor al color de tus ojos»

Hoy quería contarte una cosa. Imagino que no te la esperas, aunque sí hace mucho que lo sabes, pero las palabras, al menos las que salen de la boca, siempre cuestan más decirlas por miedo al error. 

Después de pensar mucho, de darle muchas vueltas a mi cabeza, veo que tus ojos pardos tienen cierto parecido al color de la miel. 

Ayer mismo, anoche sin ir más lejos, soñé con ellos. Quería tenerlos cerca para no dejar de mirarlos, para poder acariciarlos con cada pestañeo. Soñé que podía besarlos toda la noche, que nada nos paraba ni nos lo impedía. 

La sorpresa fue al despertar. Era de madrugada, aún el sol no se había despertado y el silencio reinaba. Evidentemente tú no estabas, pero mi boca, mis labios, sabían al mismísimo néctar que había comido de tu boca, y de tus ojos, apenas unas horas antes.  

Ahora ya es otro momento, otro instante. Vuelvo a soñar con tenerte a mi lado, con acariciar tu mejilla sonrosada, con fundirme en ese color de tus ojos y que tu mirada se enrolle en tu cabello buscando mis labios, creando esa cortina de pasión. 

Rememorar el momento hace que el dulzor vuelva a mi boca, quizá porque el corazón sabe cosas que aún no ha querido contarnos, quizás porque conoce ese sabor tan delicioso que dejas en mi.

Así estamos. Deseando que llegue el momento del próximo encuentro, la hora de volverte a ver, de volver a juntarnos porque la vida es una y queremos vivirla. No me conformo, no, lucho por ello con pasión y todas las ganas; no me rindo.

Mientras eso ocurre solo espero que te envuelvas en las palabras, en los mismos deseos, en que el mismo sabor dulce de tus ojos y tus labios te lleguen para poder soñar y descansar hasta que cumplamos el próximo sueño.

Gracias por leerme.

«El silencio que les une»

«El silencio que les une»

Las tardes de domingo están pensadas para estar en calma. Las opciones son múltiples: un cine, un café con amigos, un paseo por el parque… Paula y Miguel, amigos desde siempre, hoy mrrhan decidido coger el coche y hacer kilómetros en busca de un lugar tranquilo. 

El destino, o la casualidad, o quizás el subconsciente de Paula, que era la que conducía,  quiso que terminaran en una vieja finca abandonada donde ella, siendo niña, solía pasar muchos fines de semana, en compañía de sus familiares. La casa, el terreno, el trastero, y hasta la pequeña casa en el árbol, todo, se había perdido. Por el contrario, sus recuerdos afloraron con entusiasmo nada más bajarse del coche y plantarse en la linde del lugar. 

Emocionada se puso a contar a Miguel, las cosas que hacían, dónde estaba la hamaca que tanto le gustaba… Ella narraba todo aquello con mucha pasión, mezclada con algo de tristeza, al ver cómo estaba todo. Se veía correteando por allí con treinta años menos… Ahora reinaba el silencio.

Aquellos recuerdos, tan íntimos, también emocionaron a Miguel que notó como su amiga le contaba, en plena confianza, los recuerdos de su infancia. No pudo por menos que pegarse a ella y abrazarla con cariño. Se sorprendió. Le gustaba mucho el calor de aquel cuerpo. Le alteraba el delicioso aroma que desprendía… Le descolocaba. 

Ella, sin soltarse, ni permitir que él lo hiciera, en silencio, giró su cuerpo para encararse. Se miraron directamente a los ojos, a apenas unos pocos centímetros. No se hablaron, el silencio se adueñó del momento durante un tiempo del todo indefinido para ellos, no pudieron evitar besarse. Ambos sabían que cruzaban una línea difícil de retornar a su lugar, pero, pese a tener  pactado mantener las distancias,  ambos se morían de ganas por los labios de otro. Así lo hicieron. Sabían que estaban en el lugar correcto y con la persona correcta. Otra cosa era lo que les rodeaba.

Gracias por leerme.

«Una camiseta para dos»

«Una camiseta para dos»

Esta tarde llueve. Lo hace con ganas. Julia llega empapada a casa. En la puerta es recibida por Antón, como siempre, con mucho mimo. Nada más verla le acerca unos calcetines calentitos, para que pueda descalzarse, una toalla para que pueda secarse el pelo y una camiseta de manga larga, de las de él, la que a ella le gusta, para que pueda desvestirse. Esa relación que tienen les permite ciertos privilegios que en otros casos ninguno de los dos se atrevería a asumir. 

Igual de mimada que es recibida en el umbral, también lo es en el resto de la casa. Julia accede al cuarto de baño, no sin antes acariciarle la mejilla a Antón, darle un beso y agradecer la bienvenida, no solo por la ropa para el cambio, sino por haber preparado la mesa y tener todo listo para recibirla: velas, mantel, un centro de flores, dos copas de vino, algo de comer… música ambiente.

Al salir del cuarto de baño, ella se queda parada en la puerta. Lo contempla. Sonríe, mientras asombrada mueve la cabeza negando sus propios sentimientos. Piensa: «Qué voy a hacer contigo». Él, sentado cómodamente en el sofá, anda distraído con el móvil, no se da cuenta de lo sucedido y de que Julia, con su cotidiano sigilo, se acerca. 

Justo cuando está frente de él, Antón contempla aquel par de piernas que la larga camiseta no es capaz de tapar. Sorprendido levanta la cabeza. la mira directamente a los ojos. También le sonríe. La desea y ella lo sabe. 

Julia lo despoja del móvil, que deja suavemente sobre la mesa y, a horcajadas se sienta sobre él. Vuelve a acariciarle el rostro. Él, apocado, se deja hacer. Con suavidad coloca sus manos y acaricia los muslos que ahora han quedado al descubierto. Ella lo abraza con fuerza. Ël responde de la misma manera. Ninguno de los dos dice nada. No hace falta. Saben qué es lo que quieren.

Julia se despega. Con tranquilidad le besa la oreja, el cuello, lame su cachete, para después besarlo con pasión e introducir su lengua en su boca, buscando la humedad de la de él. Antón cierra los ojos. Es incapaz de abrirlos. Quiere disfrutar de ese maravilloso momento en el que ella deja caer su pelo sobre su cara. Le chifla ese hormigueo, le gusta cómo le eriza todo el cuerpo. Sus manos buscan la espalda. La cosquillea paseando las yemas de sus dedos sobre la ahora cálida piel de su pareja. Ella se arquea. Su cuerpo se excita y le deja hacer. Sus manos exploran el cuerpo mientras continúan besándose. 

Los olores y sabores de aquellos dos cuerpos se entremezclan. La única testigo de aquel encuentro será aquella larga camiseta, que a partir de aquel momento, deseará volver a ocupar el cuerpo de su nueva dueña para revivir los apasionados momentos.   

Gracias por leerme.

«Tocar La Luna»

«Tocar La Luna»

El efecto que La Luna hace en su persona era algo que ya conocía. Ver aquella luna tatuada sobre aquel hombro le despertó deseos parecidos a los que le ejerce el satélite: querer tocarla, volar hasta ella y flotar en el espacio en un intento de aferrarse en sus curvas. 

Como si del verdadero satélite se tratara ella se movió a su alrededor dibujando una elipse, a modo de órbita, sin apartar la mirada, pero sin permitir el más mínimo roce. 

Así estuvieron buena parte del tiempo. Bailaron un rato, hablaron otro tanto y se rieron de la vida y de sus propias personas de manera entretenida.

Ligeramente avanzada la noche, ella, sin mediar palabra, ni una mínima despedida con la mano, ni tan siquiera una mirada furtiva, como si de un eclipse se tratara, simplemente desapareció. No se volvieron a ver, pero aquella luna quedó en su retina.

Semanas después de la experiencia la volvió a ver. Ella, su hombro y la media luna tatuada volvían a mostrarse, ocupando, eso sí, el espacio estelar de otra persona. Pero allí estaba, riendo, confesando buenos, malos e íntimos momentos. Se reconocieron y saludaron. 

Desde su observatorio él se quedó contemplando. No le quedaba duda de que era el ser con el que le gustaría compartir sueños, noches y estrellas. Aquella casualidad era la que le había descubierto la manera de acercarse para intentar volver a conectar.

Conocía el ciclo de los movimientos de la persona en común, por lo que le bastaba con esperar y dejarse ver. No tardó. Le contó lo que le había ocurrido, lo que había sentido y la amiga, quizás conocedora de algún otro dato, facilitó el reencuentro. 

La noche brilló. La conexión fue instantánea. Tras asegurarse de que los sentimientos podían ser mutuos. Bastó con enseñarle la impresión de la tierra, que se había hecho en su hombro izquierdo, para hacerle entender que aquella luna, la que ella lucía en el mismo lugar, y que tanto le había atraído, ya nunca más iba a estar sola.

Desde aquel momento ella pasó a ser la persona que movía sus mareas, la que alteraba su sueño en las noches de plenitud y la que le ayudaba a soñar con tocar La Luna cada noche.

  Gracias por leerme.

«Las palabras que el viento te lleva»

«Las palabras que el viento te lleva»
¿Qué le pides al viento?

Aunque ya estamos en otoño parece que el viento aún no quiere acompañarlos. Alberto lo necesita, sabe que es así, utilizándolo, como lo hacían los antiguos, la mejor manera que, a partir de este momento, va a tener para comunicarse con Ella. 

Alberto está en su coche, aparcado en aquel mirador que un día significó algo. Está tranquilo, esperando, viendo el cielo y deseando que por fin sople la brisa para poder enviar un deseado mensaje. 

Con los ojos abiertos, y el corazón alterado, como le ocurre cuando están juntos, sueña con que, cuando el suave ulular crepite sobre la ventana de la casa de Ella,  pueda decirle que él está allí, esperándola. Pero el viento no hace caso. Hoy no quiere soplar. 

Sin esperarlo el aroma de su perfume llega a su olfato de manera sutil. Es Ella. Alberto intuye que Ella se ha asomado al balcón. Esa ligera brisa que proveniente del mar se la acerca.

Abre la puerta y se baja para poder hablar mejor. De esta manera espera que cada una de las palabras que quiere decirle le lleguen sin cortes ni interferencias. Confía en el viento, ya no le queda otra forma de hablarle. 

Son muchas las cosas que quiere decirle, pero lo más importante es que, a la melodiosa brisa, le pide que a Ella le permita seguir sintiendo las suaves mariposas que le revolotean en el estómago cuando cada mañana se saludan. Le solicita ayuda para recibir el beso volado o el deseo de una abrazo furtivo, a la espera de encontrar el mejor momento, para hacerlo como a ambos les gusta.

Pero el viento es puñetero y, a veces, sin previo aviso, rola dificultando el rumbo que tenía previsto, o simplemente cesa y dejando al pairo cualquier maniobra. Alberto no sabe si, en esta ocasión, el viento cumplió su trabajo. O si ella sonríe al escuchar su suave susurrar en sus oídos con tantas palabras aún por decir. Tendrá que esperar a que Ella le diga algo. 

Gracias por leerme.