«El juego de las máscaras»

¿Qué máscara te pondrías hoy?

La fiesta se había retrasado demasiado. No había invitados, no se esperaban invitaciones. Todos sabían quienes eran y todos sabían dónde era. Así que solo quedaba escoger la máscara deseada, la que mejor sentaba para un momento como aquel, vestirse a juego de ella, de la ocasión, y salir.

Cuando llegó, vio su propio reflejo entre todos los asistentes. En un principio nada le hacía imaginar que hubieran otras máscaras como las que llevaba. Pero no era así. Más pronto que tarde se dio cuenta de que no todos los presentes eran lo que se esperaba de ellos. Muchos aparentaban lo que no eran, incluso, algunos, querían simular lo que nunca llegarían a ser. Se dio cuenta de que había comenzado el juego de las máscaras.

Sin pensarlo cambió la mentalidad con la que había ido y se comportó como los demás.

Si hablaba con uno, se colocaba la máscara de víctima, pues le interesaba que se apiadara de su persona. Si bailaba con la otra, decidía utilizar la que le hacía aparentar la persona más sexi y divertida. Cuando se entretuvo en una conversación, se colocó la careta de inteligente. Al sentarse en la mesa para comer algo con unos amigos, utilizó la que le daba un toque de relajación, que enseguida se quitó, en cuanto vio acercarse a aquella persona que, desde hace poco, empezaba a odiar. Los presentes también se dieron cuenta y decidieron cambiar las suyas por otras que pudieran denotar más indiferencia, distancia, abulia o desinterés.

Por lo que parece, en la vida, las personas nos movemos como si de un carnaval se tratara, nos vamos colocando e intercambiando máscaras según con quién estamos o según qué queremos aparentar. Lástima que nos cueste ser nosotros mismos; ¿o es que somos así de falsos? 

Por suerte llega el carnaval y nadie tendrá en cuenta la máscara que uses.

Gracias por leerme.

«Unas entradas para el teatro»

Parece que el dicho “El que espera, desespera”, se está cumpliendo. 

Mi amiga Ana lleva días con un par de entradas compradas para el teatro, esperando hasta encontrar un buen momento para invitar a Marcos a que la acompañe.

En realidad hace más de una semana que no habla con él y no sabe qué hacer. Ella desearía que él le mandase un mensaje, para así poder encontrar la excusa de hablarle e invitarlo. 

“¿Por qué no me ha escrito, si la última vez que hablamos, quedamos en que lo haría?”, me pregunta con desazón esperando a que yo le dé una respuesta que evidentemente no tengo.

Yo le insisto en que se lance y que dé el primer paso, aunque estoy convencido de que no se atreverá. Ella es de las que cree que debe ser él quien la ronde, “¡¿Qué va a pensar?!”, me comenta sorprendida cuando le traslado mi propuesta. Aún así noto que lo piensa. 

Por lo que percibo creo que lo que le gustaría es que la invitación a acompañarla fuera algo disimulado, que surgiera de una conversación normal, sin aparente objetivo, como sin querer, para así poder aparentar lo que en realidad no es: que se muere de ganas de estar con él, que está desesperada por tener algo más que una simple conversación o una simple cita para ir al teatro, que quiere algo más que un rollete.

Pues aquí está, con las entradas del teatro en las manos, impaciente, golpeando con ellas sobre la mesa, esperando con impaciencia esa llamada que parece que no llega y con unas ganas locas de demostrar que son una excusa para poder tener una noche distinta. Una noche en el teatro o…

Gracias por leerme.

«La versión de Iván del cuento de Pedro y el lobo»

«La versión de Iván del cuento de Pedro y el lobo»
Siempre hay un lobo que nos acecha

A Iván siempre le han gustado los cuentos. Sus mejores recuerdos de niñez son aquellos en los que revive los momentos en los que su abuela lo sentaba sobre el regazo para narrarle las viejas historias. 

Su favorito era el cuento de Pedro y el lobo. Siempre había imaginado la cara de los vecinos de aquel pueblo, cuando el protagonista avisaba de la llegada del lobo, una y otra vez, y como siempre picaban. También le hacía una gracia especial el día que ya no le hicieron caso y ¡zas!, apareció el lobo.

Iván se imaginaba aquello y a solas en su cuarto, planeaba momentos y ocasiones para emular a Pedro. Tanto era así que en no pocas ocasiones, entraba en el edificio gritando y alterado. Subía las escaleras a toda prisa vociferando algún aviso y siempre generando alarma entre el vecindario.

Cuando lo hacía, su abuela gritaba su nombre y se enfadaba mucho con él. Pero no era suficiente. Aquellos pequeños avisos no le causaban temor e Iván, pasados unos días, ideaba otra manera de alterar al vecindario. Así ocurría semana tras semana. Su abuela lo rependía, lo acusaba, le mostraba el dedo acusador, pero el chico siempre hacía de las suyas.

Como era de esperar, tal y como había pasado con el lobo de Pedro, llegó el día en el que Iván entró al edificio necesitando asistencia. Todos reconocieron su voz y nadie le hizo caso. Al ver lo ocurrido, y comparándose con el cuento de Pedro y el lobo, Iván se enfadó de verdad. Llenó la papelera del descansillo de entrada con papeles y plásticos para luego  prenderles fuego. Nadie lo vio venir, aunque él había avisado.

Un humo negro y denso lo ocupó todo. Los vecinos, asustados por el ataque, tuvieron que abandonar sus casas. La llegada de los bomberos, alertados por la columna negruzca fue el detonante de aquel gran desastre. 

Su abuela, a partir de entonces, dejó de llamarlo por su nombre y, desde aquel día, lo bautizó como Hijo de Putin.

Así nos va. 

Gracias por leerme.

P.D.: No a la guerra.

«El viento que me atraviesa»

«El viento que me atraviesa»

Son muchas las veces que el viento ulala tras la ventana. Su sonido, en algunas ocasiones, se asemeja al llanto desconsolado de un niño o al maullar agónico de un gato. Otras veces, en cambio, siento que su rugido es fiero, como el de un dragón, que tantas veces hemos imaginado en las historias narradas. 

Hoy su bramar es diferente. Eso me perturba.

Arropado en una manta, y con una taza de chocolate caliente entre las manos, siento su batir contra el edificio. Golpea con energía mi ventana. Parece que quiere entrar, que quiere decirme algo, pero aún no entiendo sus palabras. 

Me levanto.

Despacio coloco las manos en el cristal e intento leer las vibraciones del ahora frío elemento. Contemplo el exterior a la espera de alguna señal, que acompañe aquel lamento que hora suena atróz. Los árboles se agitan, las luces de las farolas tiemblan. Es lo normal, nada ocurre fuera de lo medianamente normal con esta inclemencia meteorológica. Me convenzo. Vuelvo al sofá.

Según me acomodo un nuevo golpe, esta vez contra la puerta de entrada, me estremece. Recorro los pocos metros que me separan de ella. Lo hago despacio, con pies de hormiguita, para quién esté al otro lado no se percate de que me acerco. Miro por la mirilla y siento que el aire frío me atraviesa. Sin duda ahí afuera hay algo. No consigo ver qué es, pero lo siento. Me habla. Me atrae. Me separo rápido. No me atrevo a abrir la puerta. Intento volver a resguardarme bajo la manta que dejé en el sofá, pero las luces saltan. Todo se queda a oscuras, mientras el clamor del viento aumenta de intensidad. 

Ahora siento su presencia dentro de casa. Se que de alguna manera algo ha entrado. Aprovecha la fuerza del viento para colarse por las rendijas, para esquivar los protectores que tengo bajo las puertas, o los felpudos de las entradas de la casa…

La tormenta se siente cerca pero quizás es dentro de mi y lo que hay ahí fuera es solo viento.

Gracias por leerme.

«Llegó septiembre»

Pese al calor inmenso de estos últimos días, el cielo comienza a teñirse de gris. Durará poco. Lo que aguante el aliento de los Alisios, en su pugna por mantener su soplo y refrescarnos junto al mar. El sol comenzará a alejarse y las tardes se irán apagando poco a poco, antes de la hora que nos gusta. 

Ese aire nos da en la cara, nos acaricia de realidad a la espera de que reaccionemos y superemos el  sopor veraniego. Pero nos resistimos a volver. Nos movemos perezosos entre lo que queda de la costumbre de la siesta y el retomar las horas de la tarde para completar tareas y deberes pendientes. Septiembre es un mes de preparación, de organizar citas…, de añorar volver a verte.

El tráfico regresa a apoderarse de las calles. Los centros comerciales publican descuentos y ofertas en libros de texto, materiales y uniformes escolares. Es señal de que septiembre entra con fuerza.

El agobio hace su aparición y empieza a desbancar las tranquilas tardes tumbados en la arena, leyendo junto al mar, o en la avenida, o en el parque o en… Da igual. Septiembre llegó rápido y nosotros nos vamos languideciendo pensando en la fugacidad del verano. Nos hacemos conscientes de que el estío ya pasó. No podemos regresar. Lo vivido allá queda.

Comienza la cuenta de los días pendientes, de los puentes, del deseo de que este septiembre, lento y pesaroso, avance de manera más rápida de cómo ha llegado. Añoramos disfrutar de la tranquilidad de tener el despertador apagado.

«¡Qué rápido se va lo bueno!», pienso ahora que regreso a esta esquina, sin darse cuenta de que lo bueno es todo, septiembre incluido. Pero lo mejor es que, aún teniendo razón en la velocidad en la que se marchó el verano, lo bueno es que septiembre se compone de recuerdos, de esperanzas, de tararear canciones junto al mar, de risas infinitas en las terrazas de los bares…, de que lo mejor de septiembre aún está por llegar.

Feliz regreso a la realidad.

Gracias por leerme. 

«Y se marchó, y a su barco le llamó…»

Un lugar dónde perderse, donde escapar, donde soñar…

Desde el rompeolas puedo ver el embate del mar. El choque del agua contra las piedras, que le impiden el paso, llama mi atención. Como fruto de la contienda se dibujan en la nada unas curiosas figuras que, utilizando la espuma, las gotas y la sal, como instrumento de pintura, saltan por el aire y desaparecen. Tanto su sonido, como el va y viene del mar hacen que me siente a disfrutar del momento, de la paz del lugar y del agolpe, cual galerna descontrolada, de mis propios pensamientos. 

Mis ideas viajan, saltan, por cada una de esas piedras que hoy protegen la costa. Entiendo que están ahí, porque han sido colocadas a fin de dar cobijo a los que nos encontramos de este lado, a los que tenemos los pies en la tierra. Con ello impedimos el azote de las olas, la invasión de la costa, la fuga de la arena…

La maresía refresca mi cara, a la vez que empaña mis gafas, retornándome a la realidad del duro e incómodo asiento en el que me encuentro. Caigo en la cuenta. La húmeda y negra escollera es metáfora de vida. 

Desde esta posición ahora la observo con otros ojos. Veo como el espigón impide la desgarradora entrada del mar, pero también imposibilita la fascinante salida de sueños y deseos de aventura. Adentrarse en el mar siempre es sinónimo de periplos emocionantes. Ahora me doy cuenta. Es hora de cambiar de perspectiva. Es el momento ideo para comenzar un reposo y cambiar el punto de vista. 

Es hora de dejar esta esquina, por lo menos hasta septiembre, y tomar un merecido descanso. Espero que tú disfrutes del tuyo y que nos volvamos a ver por aquí. 

Gracias por leerme.

P.D. Si quieres verme no mires al malecón, ya te he dicho que sentarse aquí incomoda, búscame en el mar, o en el chiringuito, por aquello de huir del solajero.

«La leyenda de Naira y Airam»

«La leyenda de Naira y Airam»
Hay historias que jamás se han contado.

Guayota bramaba. Estaba enfadado. La tierra tembló como no lo había hecho hasta el momento. Una poderosa lengua de fuego surgió desde las profundidades. El largo río de fuego y lava vomitado corrió ladera abajo destruyendo todo a su paso. La tierra se partió. 

Naira sintió el temblor bajo sus pies. No temió por ella, pero sus pensamientos, en un instante, viajaron con sus ojos a la búsqueda de Airam. 

Apenas tuvo tiempo de verlo. Justo en el momento en el que ella miraba a lo alto de la cima, donde su amado velaba por el ganado, la tierra se abrió y el muchacho cayó en la cicatriz que el dios de las profundidades había abierto. Era el castigo por haberlo despreciado. 

La muchacha corrió al lugar. La carcajada vengativa de Guayota, se sintió en todas las islas. Aquel ser se vengaba de la más bella muchacha por un amor no correspondido. 

Las lágrimas de la chica manaban de sus ojos y caían en la cima abierta en el suelo, suplicando por la vida de su amado. Nada pudo hacer. 

Cuando pasó el peligro otras mujeres fueron en su consuelo. Ellas tampoco lograron apaciguar el doloroso llanto de la chica. Este era tan fuerte, y tan desgarrado, que hasta el propio Guayota sintió pena y se arrepintió de lo que había hecho. Pero ya no podía dar marcha atrás. 

Naira jamás volvió a ver a su amado, pese a que iba cada día a llorarle, a suplicar al gran ser que vivía en las profundidades de la tierra que le devolviera la libertad, que se lo entregara de nuevo.

Con el tiempo, la ayuda de la lava, el sol, y cuentan que las lágrimas que cada día la muchacha dejaba caer en aquel agujero, creció un hermoso y fornido cedro en el que todos dicían reconocer las facciones de Airam.

Naira no está segura de que sea él, pero al menos, reconoce que, si es así, el muchacho logró hacer honor a su nombre y consiguió la tan ansiada libertad, en su propia tierra. 

FELIZ DÍA DE CANARIAS. 

Gracias por leerme.

«No importa que justo hoy no sea tu día»

«No importa que justo hoy no sea tu día»
Hay días que esta esquina se transforma.

No importa que justo hoy no sea tu día. Quería felicitarte. Por eso he parado en esta esquina, para tener un momento de respiro, ahora que nadie nos ve y el ángulo nos protege. Parece mentira, pero no siempre consigo la paz que necesito para poder estar y hablar contigo, por eso celebro haber encontrado este espacio, este pequeño momento, aunque sea así, casi a escondidas, para poder mirarte y darte las felicidades.

Aquí te tengo, en mis manos, sobando la piel que cubre tu alma. Aquí te tengo, acompañando mi fugaz momento de locura que cada día parece ser menos transitoria. Aún así, me acompañas. No me dejas, aunque soy consciente de que más de una vez lo has hecho. 

Hay días que te echo de menos. Otros, cuando podemos, me encanta empaparme de ti, pasar por encima de tu cuerpo que, a modo de páginas, me dejas leer suavemente. En ocasiones acompaño mis dedos por esos pliegues que forman las curvas de tu cuerpo, ahora convertidas en letras, para aprender todo aquello que enseñas, todo lo que se y todo lo que de ti me gustaría saber. 

Te revelaré un secreto. Aún no teniéndote, aún acabada ya nuestra historia, aún no sabiendo cómo empezará la siguiente, hay muchos días, sobre todos en aquellos momentos de soledad, en los que estás presente, sin saberlo, para acompañarme. En esos ratos sueño contigo, te vuelvo a imaginar en mis manos, conmigo en la cama, o en el sofá, o en el coche…, o como ahora, en una esquina esperando a que el tiempo pase, a que los tiempos mejoren o a que comencemos una nueva aventura. Da igual. Lo importante es no perderte. Saber que estás ahí, que puedo recurrir a ti para que me ayudes a pasar los buenos y malos momentos.

Ojalá pudiera tenerte siempre. En todas tus formas, con todas tus bondades, con todas las consecuencias. Por eso quería hablarte. Porque te lo mereces, porque te necesito, porque para mi eres importante.

No importa que justo hoy no sea tu día. Quería felicitarte. Tu día será mañana. Feliz día del libro.

Gracias por leerme.

«El planazo de don Carnal»

Planazo el de don Carnal
Este es don Carnal.

Lo normal era que don Carnal aprovechara el momento para hacer de las suyas. Invitar a la lujuria, el desenfreno y el pecado, nunca fue tan fácil como en el momento actual. Las redes sociales juegan un interesante papel de apoyo logístico en todo ello y el se maneja bastante bien en esas lides. Pero don Carnal esta semana está un poco de capa caída. 

Vive en un cuarto piso de un edificio bastante normal, de una calle céntrica. Desde su ventana contempla un amplio abanico de actividades y, lo que es mejor, sin ser visto. 

D. Carnal observa la salida del colegio. Niños y niñas salen sonrientes con sus sencillos disfraces. El coronavirus parece que da una tregua y los centros escolares programan pequeñas y muy controladas fiestas de disfraces, marcadas por el uso de las mascarillas, los hidrogeles, los grupos burbuja…

Gira su cabeza y observa la estampa que se vive al otro lado de la calle. El bar de la esquina, el que abre el camino para acceder a la calle peatonal llena de establecimientos, es otro cantar. Desde su casa se escuchan los gritos y el soniquete de la famosa canción de Celia Cruz ¡Azúcar!, ¡no hay cama pá tanta gente! Hay personas en la calle, muchos con peluca, otros con disfraces. Unos pocos bailan y brindan con copas en las manos, mientras las mascarillas protegen del frío inexistente sus gargantas. D. Carnal niega con la cabeza.

Él no entiende mucho de todo esto que está pasando, pero, sin duda, hay algo que no le cuadra en su estrafalaria cabeza. Decide que es momento de averiguarlo.

El primer disfraz que encuentra en la maleta que guarda baja la cama es uno de vieja. Se lo pone, pañuelo negro por la cabeza incluido, y sale a la calle. Decide mantener la mascarilla tapando su boca, con eso se ahorra el maquillaje, y el afeitado que estos días está con la piel sensible. No pierde tiempo, se dirige a la zona de bares.

Luces azules alumbran toda la calle. Por un momento pensó que los propietarios de los bares se habían venido arriba y el Carnaval recobraba su color. No era así.

Varios furgones de la Policía Nacional entran por extremos contrarios de la calle. Acotan el lugar e impiden la huida de los ciudadanos. Todo aquel que está bailando, sin mascarilla…, es identificado y sancionado. D. Carnal, que siempre ha presumido de tener buenos disfraces, quizás por su condición de agente provocador de estas fiestas, pasa por entre ellos. No lo reconocen. Algunos agentes, convencidos de la edad del personaje que ahora representan, incluso lo protegen y ayudan a salir de allí. Sin demora vuelve a su casa y entiende que este no es el año. Decidido, se vuelve a imbuir en el pijama, se sirve una copa de su Irlandés preferido y se enchufa a una serie. ¡Planazo de Carnaval! ¿Cuál es el tuyo?

Gracias por leerme.

«Noche de fin de año»

«Noche de fin de año»
Las esperanzas puestas en el nuevo año, en el nuevo camino a recorrer.

Ya hemos terminado la cena. La sobremesa es agradable, pese a no tener la fiesta que solemos organizar para recibir al nuevo año. 

Por un momento me quedo en silencio y atiendo las palabras de…

—Es bonito compartir en familia y esperar todos juntos a comer las doce uvas —opina la voz interior. 

—Pero qué dices, ¡pringao! —interrumpe otra voz dentro de mi cabeza—, lo que estamos esperando es ver a la Pedroche, con lo buena que esta.

—Bueno, si, vale, es guapa, pero lo más importante es la…

—¡¿Porqué no te callas?! jajajaja, siempre diciendo chorradas.

Levanto mi dedo. Miro para ambos lados y las dos voces callan. Estos siempre andan en una continua discusión. ¿Que quiénes son? Mis dos lados, el bueno y el malo. Es difícil ponerlos de acuerdo. Menos mal que son discusiones internas y que los que están a mi alrededor no los oyen, aunque a veces, cuando me descuido, ven mis gestos hacia ellos.

Comienzan las campanadas.

Empezamos a comer uvas y, con ellas, los deseos para este nuevo año se hacen patentes, con las distintas propuestas que cada uno de ellos.

UNA: Mastico con ganas.

—Ver más a las amistades —dice la una.

—Quiero fiestaaaaaaa —contraataca la otra.

DOS: Hay que ponerle ritmo a la masticación.

—Quitarnos las mascarillas.

—Ponernos antifaz y a bailar.

TRES: Se me acumulan pieles y pipas en la boca.

—Abrazar y besar más.

—Esooooooo toqueteo y libre albedrío, que ya es hora, ¡coño!

CUATRO: El bolo aumenta de tamaño.

—Reir todo lo posible.

—Descojonarnos de la vida, y de mi el primero.

CINCO: Esto no baja.

—Hacer dieta.

—Si, pero entre comilona y comilona.

SEIS: Toso.

—Ir más al gimnasio.

—Y a la playa, al monte, a navegar, a surfear, a…, ¡no pares sigue, sigue…!

SIETE: Sigo tosiendo. Siento golpes en la espalda.

OCHO: Me falta el aire. Ya no oigo ni las voces interiores.

NUEVE: Todo se nubla. Más golpes. Más presión. Menos aire… Unos gritos.

—¡Chachoooooo!

—¡Pero tíooooo!, que coño haces, ¡respira joder!

DIEZ: Siento una presión en el pecho. Algo o alguien me aprieta desde atrás con fuerza.

ONCE: El bolo, ahora convertido en misil de largo alcance, impacta contra la pared contraria. Se queda pegado mientras abro los ojos y veo como resbala poco a poco.

DOCE: Recupero el aire. Mejor me siento. Todos me miran con cara de susto. Las voces retoman la palabra.

—¿Estás bien? Que susto, pensé que…

—¡Capullo!, que casi nos matas.

Un grito rompe el silencio y las caras circunspectas del respetable: ¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

Bueno, parece que en mitad de la historia me atraganté con tanta uva, tanta palabra y tanta tontería interior.

Me consta que no me comí todas las uvas, pero al menos, juntando de un lado y de otro, tengo los doce deseos que me hacen falta para este nuevo año.

Espero poderlos compartir contigo.

¡FELIZ AÑO NUEVO!

Gracias por leerme.