
Los días de verano, al menos en este valle del norte, se levantan con la fina presencia de la niebla que, a modo de sábana, cubre los sueños de todos los lugareños.
El calor que desprende el suelo, la suave brisa de las montañas y el mar, hace que todo el amanecer se vea cubierto de esta delicada capa. Tras ella, a lo lejos, hay una primera luz.
Los vecinos comienzan a desperezarse. Abren sus ventanas y dan los buenos días a estas funestas mañanas, sabedores que, en apenas un par de cortas horas, el sol calentará el aire. En ese momento el velo que cubre la visión se despejará y las luces comenzarán a desaparecer con la sensación de haber cumplido su trabajo.
Los humanos intentaran superar un día más, algunos con remordimientos, otros buscando esa luz que no llega.
Ahora toca que cada cual supere sus propias nieblas.
Gracias por leerme.