
Mi amiga Rosa trabaja con Daniel, desde hace algún tiempo, en un gran estudio de arquitectura. Hasta el momento sólo habían intercambiado un par de frases, al cruzarse en el ascensor o en el café. No habían tenido la oportunidad de intimar algo más.
En la última reunión de coordinación de todo el equipo, para sorpresa de ambos, el jefe los seleccionó para colaborar en un ambicioso proyecto de diseño de un rascacielos innovador. Ese fue el pistoletazo de salida para la formación de un gran equipo. la consigna que les dieron fue: ¡Que erice la piel del que lo vea!
A medida que pasaban horas juntos, sus vidas también comenzaron a entrelazarse pues era inevitable hablar de todo un poco. Así, aquella relación especial comenzó a florecer.
Rosa, que ocupa el puesto de líder del proyecto, es una arquitecta talentosa, conocida por su creatividad, dedicación, compromiso y atención a los detalles. Daniel, por su parte, es un ingeniero estructural que aporta una perspectiva técnica y sólida al proyecto. A medida que trabajan juntos, han empezado a darse cuenta de que sus habilidades se complementan de una manera asombrosa, creándose una química entre ellos cada vez más evidente. Comparten conversaciones, sueños, esperanzas y desafíos. Cada día, su vínculo se fortalece más, y comienzan a apoyarse el uno del otro, no sólo en términos profesionales, sino también emocionales.
Rosa me cuenta que, en una de esas largas jornadas de trabajo, sus manos se rozaron de manera accidental. Fue un contacto inesperado, fugaz, pero ese simple roce desató una avalancha de emociones. Ambos sintieron un cosquilleo eléctrico en la piel y se miraron sorprendidos por la intensidad de la conexión. Se dieron cuenta de los sentimientos que habían estado creciendo entre ambos eran mutuos, y que no podían ignorar lo que estaba sucediendo entre ellos.
Así que, a medida que avanzaban en el proyecto, sus manos se rozaban cada vez con más frecuencia, ya no de manera accidental. Cada contacto era como una chispa que encendía una llama más ardiente en sus corazones.
Cuando completaron su proyecto, el rascacielos que habían diseñado juntos, vieron que aquello era una representación física de su conexión y su colaboración. Pero lo más importante es que habían construido un vínculo, sólido y duradero, que trascendía las estructuras de acero y hormigón. Sus manos, que una vez se habían rozado de manera accidental en la oficina, ahora se entrelazan de manera intencional, creando un lazo que perdurará mucho más allá de cualquier proyecto arquitectónico.
Rosa y Daniel descubrieron que el contacto de sus manos no solo genera un cosquilleo en la piel, sino también un calor en el corazón que los mantiene unidos para siempre.
Gracias por leerme.