Aquella
tarde, papá, regresó a la tumba entristecido. Al parecer, todo lo
que había ocurrido con sus acciones e inversiones, no tenía visos
de solución.
     Por suerte siempre había sido un hombre precavido y no
había perdido el tiempo esperando. Durante días, y con mucha
paciencia, había cavado aquel maldito agujero para que lo
enterraran. Era una zona tranquila, con buenas vistas y alejado del
barullo. Era su forma de escapar de los problemas inmobiliarios.
      La
decisión la tenía tomada, era un cabezota. Por fin tenía la
pistola y había escrito su despedida. Había llegado el momento de
asentar su última letra.
      Al
aproximarse al hoyo, notó que la tierra de los bordes se había
desprendido y caído al interior. Con mucha extrañeza descubrió, en
el fondo y medio tapado, un sobre.
     Al
sacarlo se sintió sorprendido por una carta del banco. Le embargaban
la sepultura por falta de pago.

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