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Imagen extraída, sin permiso, de San Google |
Descansaba un poco en el sofá, como lo hacía todas las tardes tras el almuerzo. En el preciso momento en que cerré los ojos, aquella chirriante voz me puso en pie de golpe: «Deberías airearte un poco, deberías airearte un poco, deberías airearte…». La impertinente voz interior me repetía, de manera incesante, aquella frase, una y otra vez, como un gorgoteo constante, todo el rato con la misma cadencia.
Me llevé las manos a la cabeza. Apretar las sienes no parecía llevar a ningún sitio. Ella seguía con su cantinela.
La repetición era sobre la misma superficie, encima del mismo punto de mi cerebro, sin moverse ni un milímetro. El efecto que hacía a mi salud mental era erosivo, corrosivo.
Quería terminar de escucharla, así que, no pude más, le hice caso y me lance por la ventana. Entonces escuché el resto: «…aunque no eres inmortal, idiota».
Tienes que cambiar de vida… y de amigas…
Es que le doy a todo. o casi.
Paciencia, paciencia que es la madre de la ciencia. De haber esperado a que terminara la frase… Cuñi
Pos eso, igual tendríamos otra historia que contar.
Muchas veces debemos escuchar a esa voz interior que alguna vez vibra en nuestro interior, tiene mucho que decirnos …
Escúchala y me cuentas.