Todos
a su alrededor parecían felices. Él, situado en el centro de la
sala, con la copa levantada, giraba, como movido por un pequeño
tiovivo, para acercar su mirada a los invitados. Juntos entonaban el
cumpleaños feliz, pero en inglés, o algo parecido.
El
círculo comenzó a abrirse. En su centro, una gran caja, decorada
con lazo rojo, era empujada hacia sus manos. Por el tamaño podía
contener a la típica señorita en paños menores, así que la duda
le asaltó.
La
luz del habitáculo se volvió tenue. Las personas ya no se oían. A
su mente retornaron recuerdos y personas de antaño, que seguro
disfrutarían del momento y que, por razones de trabajo, vacaciones o
despiste, hoy ―aún―
no le habían felicitado.
Con
recelo tiró del hilo. La música sonó y del interior salió la
mayor colección de buenos deseos que jamás recibió. Sin duda, el
mejor regalo.

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