«Una sorpresa con cruasán»

Extraída, sin permiso, de San Google
Tras el parón
navideño, la vuelta al trabajo supuso el retorno a la normalidad, las
costumbres, los horarios…, e intentar cumplir con los propósitos del nuevo año.
Era el momento de cumplir con uno de
esos deseos. Sin pensarlo mucho, cogió el teléfono y la llamó.
―Buenos días.
Ella, del otro lado de la red, parecía
sorprendida.
―Hola, ¡qué sorpresa!
―Pues sí, me apetecía hablar contigo. ¿Qué haces?
―Nada. Ya sabes, lo típico. Tomando un café antes de comenzar.
―¿Pero estás trabajando? Yo pensaba que…
―No, no, que va ―le interrumpió ella― sigo de vacaciones.
―Ya me parecía a mí. Tenía ese recuerdo, pero no estaba seguro. ¿Estás en
el apartamento o en tu casa? ―Preguntó él.
Ella aprovechó la pregunta para salir al balcón, con su taza de café con
leche en la otra mano, y contemplar la fabulosa vista de la playa que solo
puede dar un edificio en primera línea del mar. Por un momento dudó la
respuesta.
―En casa ―mintió mientras daba un sorbo, como para disimular la falsedad
de sus palabras. A la vez que esperaba la réplica, se acercó a la barandilla
para que el aire del mar le llenara los sentidos.
Él calló unos segundos. Sopesó las posibles repuestas. Escogió la que
consideró mejor y atacó con todo lo que tenía.
―Una lástima. Quería darte una sorpresa y traía unos cruasanes para
desayunar juntos. Ahora la sorpresa me la he llevado yo ―levantó la vista―. Te
queda bien ese pijama azul ―dicho lo cual se marchó.

6 comentarios en “«Una sorpresa con cruasán»

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