«El beso que todo lo sana»

«El beso que todo lo sana»

Es un momento extraño, de una paz tensa. Hace apenas un breve instante aquellos dos cuerpos temblaban enojados. Usaban un lenguaje muy contrario al actual. Discutían.

En el momento actual están calmados, muy pegados, como casi siempre que tienen oportunidad de estarlo, aunque Julia siempre es la que más se resiste a estar así. Juan lo sabe y por eso busca la forma de calmarla. Ambos intentan disfrutar de este instante de calma, después de la tormenta, que ambos definen y reconocen como difícil.

Tienen las miradas fijas el uno en el otro. Acaban de discutir por una tontería y las palabras se les han ido un poco de los labios, escapándose, incluso, alguna frase hiriente. No les gusta estar así. Se han dado cuenta. 

Juan ha colocado su mano derecha sobre el pecho de Julia y ahora respiran. Lo hacen juntos, acompasados, completándose, unidos en el equipo que saben que forman.

Juan eleva su dedo índice buscando que la yema toque el borde de esa boca maravillosa que tiene Julia. Lo consigue. Ella no ofrece ningún rechazo, todo lo contrario, le gusta que él haga ese gesto, pues lo reconoce como un acto de amor. Entonces pasea su dedo bordeando la carnosidad. Para Julia, ese dibujar de sus labios la desconcentra, acelera, excita y descoloca en un santiamén. Le gusta que así sea.

Julia entreabre su boca, como si aquel gesto fuera la primera vez que lo recibe. Aspira una gran bocanada y libera un ligero suspiro. Cierra los ojos. Se deja ir. Siente cómo su cuerpo empieza a dar pequeños espasmos, fruto de la excitación que va en aumento. 

La discusión acaba de deshacerse por completo y todo ha vuelto a resetearse. En su boca empieza a nacer el deseo. Él, sabedor de lo que ocurre, lejos de alejarse se acerca un poco más e introduce el índice en la boca de su amada. Ella lo chupa con deseo. Lo muerde con dulzura devolviendo el dibujo con el juego que su lengua acomete a su alrededor. 

Julia abre los ojos para volver a encontrar la profundidad de los de Juan. Ambas respiraciones se aceleran confundiéndose la una con la otra. 

Las bocas no tardan en encontrarse y la lucha comienza en los labios queriéndose morder, chupar o aspirar. Las lenguas se funden en una y originan otra particular batalla, como si fueran dos potentes brazos que echan su propio pulso, lejos de lo que ocurre en el resto del cuerpo. Eso es imposible. La situación es vieja, conocida por ambos. La excitación les puede. El anterior silencio se ve roto por los pequeños gemidos y soniquetes fruto del roce de sus labios, pieles y manos.

Es el momento que Juan esperaba para realizar el otro gesto que a ella tanto le gusta, hundir sus manos entre su cabello, acariciar la profundidad de su cráneo, mientras sus labios no dejan de besarse. 

Ahora la saliva ya es solo una. Ya no queda ni rastro del enojo inicial, aunque mantienen el temblor de sus cuerpos, eso sí, de manera distinta. Ese beso es sanador.

Gracias por leerme.

P.D.: Feliz día internacional del beso. DISFRÚTALOS, si puedes.