«El triste gesto de su cara»

El libro que leía había llegado a sus manos por puro azar. Avanzaba entre sus páginas de manera fugaz, deseando continuar y a la vez que no terminara. Cada capítulo era una sorpresa. La vida de los protagonistas parecía un relato sacado casi de su propia vida. 

Ya casi había oscurecido cuando necesitó apartar la vista de aquellas letras. Encendió la pequeña lámpara de lectura y, casi en el mismo momento, sintió un pequeño escalofrío, como el suave revoloteo de una pequeña mariposa en su estómago, que le hizo atender a lo que ocurría en el descansillo del edificio.

Desde su cuarto sintió cómo se abrían las escandalosas puertas del ascensor, aquello le extrañó, pues conocía las costumbres del vecindario, y a aquella hora no era normal que nadie llegara. 

La luz del pasillo se encendió y el eco producido por un taconeo tímido, como de quién busca sin estar seguro dónde, ocupó el silencio del edificio. No tardó en escuchar el traqueteo de unos dedos contra su puerta. No esperaba a nadie así que se acercó con sigilo. 

Acercó su ojo a la mirilla para descubrir que, del otro lado, la estaban tapando con un dedo. Entonces lo entendió. Su estómago se encogió mientras que el tamborileo de los dedos se repetía, en esta ocasión acompañado de su voz: «Venga bobito, abre ya, que sé que estás ahí». No se lo podía creer. Miró sobre la mesa en la que había dejado el libro que hasta hace un momento leía sorprendido para ver cómo, en aquella ocasión la sorpresa, se hacía realidad y no era una cosa de literatura.

Gracias por leerme.

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