«La encantadora de serpientes»

Extraída, sin permiso, de San Google
Quizás es por el
tópico, pero me la imaginaba algo distinta. No llevaba turbante, ni camisola
estrafalaria, ni pantalones bombachos. En sus pies tampoco lucía zapatillas
puntiagudas, ni cargaba en sus manos una aparente pesada cesta de mimbre. Por
el contrario y, como digo, lejos de la parafernalia típica de los de su
realengo, vestía con ropa de marca y de manera conjuntada. Accesorios
incluidos.
Cuando caminaba, todos los que estaban
a su alrededor, aunque estuvieran alejados varios metros a la redonda, se
quedaban atrapados entre el movimiento de su pelo y el contoneo de sus caderas.
El aroma, suave y delicado, que dejaba a su paso, era fruto de una
estudiada dosificación de su perfume, que su cuerpo permitía bombear al
ambiente, formando un halo a su alrededor.
Por último, cuando dirigía su mirada a algún transeúnte, daba igual el
sexo o condición, este se quedaba pasmado, absorto entre la fuerza de su mirada
y la dulzura de su tono de voz. Y es que hay personas que solo se fijan en el
exterior, sin profundizar, dejándose engatusar por los ojos, la música, el
físico… Pobres ofidios humanos.

12 comentarios en “«La encantadora de serpientes»

  1. Sí. A ver si nos aplicamos el cuento y reaccionamos o más bien , dejamos de reaccionar, ante tanto encantador/a. Proliferan a la misma velocidad que la desprotección (social, laboral, jurídica, cultural, etc). a la que nos vemos sometidos. Un beso Guille, buen blog.

  2. Una vez hablé de un encantador de serpientes. Pero no porque nos engañara sino por todo lo contrario. Nos embelesaba hablándonos de tal manera que nos olvidábamos hasta de la hora que era y nos hubiera gustado seguir oyéndolo todo el tiempo. Fue mi profesor de filosofía y todavía le agradezco el encantamiento.

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