
Una timba de póker no es terreno suave sobre el que lidiar. Barajar las cartas con soltura, intuir qué lleva el contrario, conocer qué hay en la mesa y qué cartas quedan en la mazo… Desear que las cartas no estén marcadas, y si lo están poderlas descifrar.
Parece mentira pero así es la vida misma. Una partida de cartas en la que, nada más nacer, se nos reparten unas cartas, las otras se harán a suerte a lo largo de las jugadas.
Todo empieza barajando. A cada uno de los jugadores se les reparten dos cartas. Nada más tenerlas empieza el envite. Cada persona debe tomar sus propias decisiones.
En ocasiones, según lo que tengas en la mano, tu experiencia, tu atrevimiento, tu osadía… lo mejor es parar. En otros momentos debes lanzar un farol, subir la apuesta o mantenerte en tu sitio para que los que te rodean se acobarden, se rajen y tú seas el ganador. La clave está en saber jugar, con lo que tienes en la mano, y que la suerte te acompañe.
Pero la vida es como el póker, injusta.
Hay personas que sus dos primeras cartas ya vienen con pareja de ases o de figuras. Tienen serias probabilidades de triunfar. Es cuestión de esperar y darlo todo para dar el golpe final. De estos los hay que esas cartas vienen marcadas, y ya se sabe que las recibirán, ese es otro cantar.
Otros entran en juego con una simple pareja, pero con algo de esperanza pueden llevarse la partida, al conseguir una escalera, un full…
Muchos comenzamos el juego con pocas esperanzas de ganar, pues nuestras cartas son distantes y no parecen casar. Pero aquí está la riqueza de la vida y del propio póker. Desear que las cartas que nos han repartido no estén marcadas y tengamos alguna oportunidad, es jugar con paciencia y convicción, buscar la jugada correcta que nos lleve al final. Al éxito que cada uno de nosotros busque.
Así que aquí estamos, jugando esta partida que no sabemos cómo terminará, pues nunca conocemos si tenemos la mano ganadora, hasta que el último de los jugadores muestre sus cartas.
Mientras esto ocurre disfruto de la partida. Me gusta mirarte, pensar las cartas que tengo en la mano, intentar adivinar cuáles son las que llevas, estudiar tus gestos, comprobar que te muerdes el labio por los nervios, ver tu apuesta, superarla…, pues sinceramente creo que merece la pena jugar por nuestra vida.
Gracias por leerme.