
La tarde es agradable. Tu compañía, como siempre, es un placer. El centro comercial anda alborotado. La cercanía de las fechas navideñas hace que la gente tenga ganas de salir, comprar, entretenerse y pasar ratos fuera de casa. Nosotros no somos menos.
En medio del bullicio que tenemos alrededor la música suena. Destaca el ritmo del bajo y el juego de las trompetas. Esto no lo esperábamos. En la plaza central han instalado un escenario y una banda empieza a dar los primeros acordes. La gente, ya acumulada a su alrededor, disfruta del momento.
Las claves entran en juego, con su característico sonido retumbante y repetitivo, para marcar el son típico de la salsa. Me miras. Te miro. Noto un pequeño brillo en tus ojos y cómo tus labios se mueven en una simple mueca. Esa mirada, ese gesto, me basta para poder comprender qué es lo que quieres. Siempre se nos ha dado bien bailar juntos y ambos lo sabemos. Me gusta que me lo pidas así, insinuándote tímida, como lo haces casi siempre que quieres algo, pues expresar tus sentimientos te cuesta. Pocas veces he conseguido que lo hagas. No pasa nada, te endiendo.
Nuestros pies empiezan a moverse acompasadamente. El paso es el mismo. No nos cuesta sincronizarnos. Tu mano roza la mía, en un gesto casi instintivo, a la búsqueda del contacto firme y seguro. No la desprecio. Me gusta que lo hagas. La agarro con decisión para atraer tu cuerpo contra el mío. Un giro. A tu regreso me aferro a tu cintura. Disfruto hasta del contacto de tus manos frías, aunque el resto de tu cuerpo…
Comenzamos a dar los primeros pasos cuando alguien nos interrumpe. Hay mucha gente. Nos saludan. Cesamos nuestro baile, que había empezado a convertirse en sensual, para poder atender la demanda, la tan intempestiva demanda.
Ambos estábamos deseando continuar con aquel ritmo, con aquel roce de cintura, con nuestros pasos de baile, donde las manos hacen su propio juego, pero…, mejor nos marchamos y ya en la intimidad…
Gracias por leerme.