«Hasta las trancas»

Hoy he vuelto a brindar por la vida y la felicidad de las personas. He quedado para tomar café con mi amiga Sofía. Creo que en una entrada anterior ya les hablé de ella, de su historia, de su relación. La verdad es que no estoy muy seguro, porque, por aquello de la Ley de protección de datos personales, le cambié el nombre –o lo estoy haciendo ahora–, el género, la edad, el lugar de residencia.

Me resulta muy simpático que tengamos este tipo de quedadas para hablar, ya que ella no bebe café. A veces se toma un vino, un Martini o un Mojito, pero nunca café.

La cosa es que hemos quedado para hablar. Sofía está enamorada hasta las trancas. Él también lo está de ella. Llevan así mucho tiempo juntos, separados, revueltos, distanciados…, pero hasta las trancas.

Se quieren a su manera, a veces como pueden, otras como les dejan, pues cada uno tiene su propia historia que ya les conté. Pero ya les digo que enamorados, lo que se dice enamorados, el uno del otro, lo están, e insisto, hasta las trancas. Por eso hoy quiero dedicarles esta entrada, sobre todo a ella, que se ha sincerado conmigo y contado los sentimientos tan sorprendentes que tiene con él –suponiendo que en esta historia sea él y no ella o ella y no él–, hasta ha llorado. 

Ella me cuenta que tiene los ojos llenos de miradas que le dedica; que nada más encontrarlo, se le llena la boca, los labios y la lengua, de besos que quiere darle; las manos de caricias, que necesitan ser repartidas por todo su cuerpo, haciendo un especial hincapié en sus sonrojadas mejillas, que acaricia con calma cuando están a solas; me narra cómo en sus brazos se le acumulan apretados achuchones que quiere darle contra su cuerpo. Me describe cómo el alma le palpita y se le acelera el cuerpo cuando lo siente cerca. Me sorprende con las ganas locas que tiene de estar con él todo el día, sin poder hacerlo, y de volver a estarlo nada más separarse. Alucino con lo que me detalla sobre las cosas que se dicen, las conversaciones que tienen, algunas a mitad de la noche, los sueños que se dedican, las quedadas a escondidas, las escapadas por sorpresa. Me encanta cuando me dice que tiene miles de pasos de baile, guardados en sus pies para danzar juntos, siempre, toda la vida.

Por todo ello, estoy convencido que hoy es un bonito día para brindar por esa gente que está enamorada hasta las trancas.

Gracias por leerme.

«Amor en silencio»

«Amor en silencio»

Tiene su dedo índice colocado en posición perpendicular apoyado contra sus labios. Los sella con ese gesto que todos conocemos. Lo hace para no seguir hablando, para no seguir haciendo daño a la persona que, en estos momentos, tiene delante. Por triste que parezca acaba de comprometerse a seguir con su amor en silencio, en la oscuridad.

Ahora su alma está negra como la noche, le duele, está arrugada, como cuando se estrangulan los folios usados, con ideas excluidas, antes de ser lanzados con rabia hacia la papelera. 

Aunque mantiene los labios clausurados, en estos momentos no puede apartar la mirada de la persona que ama. La tiene enfrente. Escucha lo que le cuenta, los motivos por los que le pide distancia y calma. Lo entiende. Comprende. Se avergüenza. Le presiona el alma. Mira hacia su interior. Quiere hablar, pero solo asiente en silencio, quiere responder pero solo escucha, quiere abrazar, pero sabe que no puede tocar. 

Una lluvia de sentimientos vuelven a caer sobre su cuerpo. No es la primera vez que esto ocurre. Algo ha aprendido. Sabe que el castigo será sufrir su amor en silencio, por un tiempo prolongado, o tal vez eternamente, sin poder hacer nada por cambiar esta situación. 

En su reflexión personal reconoce que no es justo, que no es lo que se merece. Ahora le toca remontar, recuperarse, en la oscuridad, en su silencio, pues no puede compartirlo con nadie más. No lo entenderían. Solo esta persona que tiene delante, y que siente lo mismo, es capaz de hacerlo, es su apoyo, quizás el único, el que se prometieron para siempre.

Se mira en el espejo de su propia alma. Cierra los ojos y ve la oscuridad. Imagina ser quien besa. Eso duele. Sabe que será otra persona la que lo haga, o la que le coja de la mano, calme sus malos momentos o escuche sus lamentos al terminar el día. 

Es hora de abrir los ojos. De ver que la oscuridad existe, que tendrá que aprender a mirar de otra manera, seguir triste, si quiere sobrevivir. No puede. Vuelve a cerrarlos. Reconoce que imaginar es menos doloroso que mirar, que será duro amar en silencio, guardar ese profundo e increíble sentimiento entre pecho y mente, con su estómago revolviéndose, siendo cada noche su último pensamiento del día. También el primero de la mañana. 

Así seguirá, en silencio, con ese hondo amor escondido en el interior, silenciado para no perder lo que le queda, aunque duela, desplazado, abandonado, a buen recaudo en su alma, pues no hay amor más luminoso y brillante que el que vive en la oscuridad, dando la esperanza de que quizás, algún día, una luz les ilumine y puedan gritarlo a los cuatro vientos.

Gracias por leerme.

«Aquella preciosa pulsera de cuero»

«Aquella preciosa pulsera de cuero»

Hay tardes en las que Victor va a pasear a la orilla de la playa. Sin sentido mira para atrás, a veces sorprendido por una luz parpadeante, o por el sonido de un coche que le parece conocido o por una voz que él cree que le reclama. Victor acude a la playa en una búsqueda. Es un jóven soñador, con alma inquieta, creatividad desbordante y ganas de sorprender, a la que él llama “Preciosa” en todo lo que hace. 

Aquel día, mientras pasea por la arena sus ojos se detienen en un objeto que el mar, en el suave devenir de las olas, deja al descubierto. Es una pulsera de cuero marrón entrelazado, en cuyas esquinas brillan unos remaches de plata que emiten un brillo nostálgico. No lo piensa, la coge. Desde el principio siente una fabulosa conexión, una energía positiva que le une a ella. Al asirla comprueba que le encaja a la perfección en su muñeca. 

En cuanto se la pone una fabulosa visión, de unos ojos color miel, vienen a su memoria. Se siente abrazado por ellos, rodeados por el calor y la tranquilidad que aquel cuerpo, ahora etéreo, le transmite. 

Cada día, justo antes de salir de casa, se la coloca en su muñeca y vuelve a sentir aquella cálida corriente recorrer su cuerpo. Pero el destino es implacable y la realidad inevitable. 

De vuelta a su solitario apartamento, Victor se la quita de su muñeca y en muchas ocasiones las lágrimas brotan de sus ojos mientras recuerda los momentos preciosos que vive junto a ella, junto a su Preciosa, y que no sabe si podrá repetir.

 La pulsera se ha convertido en un símbolo de amor y pérdida, un recordatorio de que el tiempo es efímero y de que cada momento debe ser valorado. 

Él sigue soñando historias con las que transmite emociones profundas, desea volver a tocar aquel corazón, mientras pasea por la playa deseando escuchar su nombre y abrazar aquel deseo que ahora guarda en su corazón, y del que su pulsera es fiel recuerdo.

Gracias por leerme.

«El valor de una caricia»

«El valor de una caricia»

En un mundo apresurado y agitado, donde el contacto humano a menudo se reduce a breves saludos y apretones de manos, había una mujer llamada Sofía que conocía el valor de las caricias. Sofía era una persona de alma libre y corazón generoso que sabía que las caricias tenían el poder de sanar, conectar y despertar sensaciones inexploradas.

Sofía pasaba su vida abrazando y escuchando a otros con ternura. Para ella, las caricias eran un lenguaje universal que trascendía las barreras de la palabra hablada y comunicaba emociones profundas.

Un día, mientras caminaba por un parque, Sofía notó a un hombre solitario sentado en un banco. Su semblante triste y sus ojos apagados revelan una historia de pesar y soledad. Sofía se acercó sin titubear, dejando que su intuición guiara sus acciones.

Con delicadeza, Sofía posó suavemente su mano sobre el hombro del hombre. Sin pronunciar una palabra, transmitió una conexión silenciosa, un mensaje de apoyo y compasión. El hombre, sorprendido por el gesto inesperado, levantó la mirada y encontró los ojos cálidos y comprensivos de Sofía.

Las caricias de Sofía, llenas de empatía y calidez, despertaron en el hombre una chispa de esperanza. Sintió que había alguien que se preocupaba por él, alguien dispuesto a escuchar sin juzgar, a ofrecer consuelo sin pedir nada a cambio. En ese instante, las heridas emocionales del hombre comenzaron a sanar, y el peso de su soledad se aligeró.

Con suavidad aquel hombre se levantó. Se acercó a Sofía y con suavidad acarició las mejillas de la mujer. El cuerpo de ambos palpitó. 

La mujer, asombrada por recibir de su propia medicina, descubrió que cada caricia era un abrazo sin palabras, un bálsamo para el alma y una invitación a la intimidad emocional, que ella también necesitaba. Las caricias eran el vínculo que unía corazones y creaba lazos indestructibles entre las personas.

Sofía comprendió que no solo era importante, escuchar a las personas, dar caricias, sino también recibirlas y que alguien la escuchara y ayudara a ella. 

La pareja pasaba tiempo así, sintiendo que, a través de aquellos suaves toques, podían transmitirse amor, comprensión y aceptación. 

Las caricias se convirtieron en un recordatorio de que no estaban solos en este vasto mundo, de que el otro estaba dispuesto a estar presente y compartir un momento de conexión profunda, para siempre. Con ellas encontraban la paz y el sosiego para continuar luchando en este mundo apresurado y agitado, donde el contacto humano a menudo se reduce a breves saludos y apretones de manos.

Gracias por leerme.

«Encarni y Chus»

«Encarni y Chus»

Conozco la historia de Encarni y Chus. Me la han contado ellos. Además, en alguna ocasión, hemos podido disfrutar de buenos momentos y ver cómo se desarrollaban sus encuentros. 

Llevan unidos desde hace años. Durante ese tiempo, como es normal, han pasado por muchas situaciones, buenas y malas, pero siempre han logrado superarlas juntos. Sin embargo, un día, después de una discusión muy fuerte, decidieron separarse.

A pesar de que habían tomado la decisión juntos, pronto se dieron cuenta de que no podían olvidarse. Cada vez que intentaban empezar de nuevo, cada vez que se alejaban el uno del otro, algo les hacía recordar los momentos que habían compartido juntos. En esos instantes, la tristeza y la nostalgia volvían a sus vidas.

Encarni y Chus intentaron seguir adelante con sus vidas, pero cada uno de ellos se sentía incompleto sin el otro. Durante el día, intentaban ocupar sus mentes con trabajo y actividades de todo tipo, pero en las noches, el silencio y la soledad que sentían al no saber del otro, les hacía extrañarse, echando de menos aquellos mensajes, los buenos deseos, las ganas de estar acurrucados…

Pasaron los días, las semanas y los meses, y aunque trataron de olvidarse, nunca conseguían hacerlo. 

Una mañana, Encarni, cansada de la situación, decidió dar un paso al frente y llamar a Chus. Después de unos segundos de silencio, ella pudo escuchar la voz de él al otro lado de la línea. Se sintió feliz y emocionada por escucharlo de nuevo.

Después de una larga conversación, Encarni y Chus se encontraron en un café cercano.

Al ver a Encarni, Chus sintió que su corazón latía con fuerza. El sentimiento era mutuo. Sentados en una mesa, se miraron a los ojos y supieron que no podían estar separados el uno del otro.

Encarni y Chus se reconciliaron. Me lo contaron ellos. Sabían que habían pasado por momentos difíciles, se unieron para poder superarlos juntos. Gracias a eso se dieron cuenta de que aunque habían estado separados mucho tiempo, nunca habían dejado de amarse. Y así, juntos, empezaron de nuevo, más fuertes, con la certeza de que nunca podrían olvidarse el uno del otro y que siempre estarían juntos. Pero ambos siguen casados con otras personas y eso…, eso cuesta superarlo. 

Gracias por leerme.

«La serendipia de una noche de lluvia»

«La serendipia de una noche de lluvia»

Termina de llover. Lo ha hecho de manera torrencial, como a veces ocurre en esta época del año. Por fin puedo salir del zaguán en el que me refugié tras verme sorprendido, por tremendo aguacero y mi falta de previsión. ¿Qué utilidad tiene un paraguas guardado en el coche, si no lo cojo cuando hace falta? Imagino que la casualidad, justo se me olvida cuando debo cogerlo, daría respuesta a esta pregunta.

Con ese pensamiento apenas doy un par de pasos, recordando aquella vez que me pasó lo mismo. Ando despistado, lidiando entre alejar mis pensamientos e intentar esquivar charcos del suelo y goteras de las fachadas, cuando tropiezo con ella.

—Perdón yo iba…—digo a modo de disculpa, mientras levanto la mirada.

—No pasa nada, perdona —dice aquella voz que, por casualidad, me resulta conocida. Quizás de otro momento, de otro lugar…, o de otra vida.— Yo también andaba despistada.   

Me paro ante aquellos ojos verdes. Fijo la mirada. En un momento otro torrente de sentimientos, recuerdos, anhelos y viejas historias, caen sobre mi pelo y chaqueta ya empapados por la lluvia. No puede ser verdad —pienso—, ¿acabo de invocarla? 

Sin duda el mundo es un pañuelo, o eso dicen, y justo en aquel lugar, en aquel momento tan insospechado, cuando mis recuerdos habían imaginado, unos ojos que anhelo,  tengo la sensación de haberlos encontrado de casualidad. 

Ríe nerviosa. La miro. Ríe nerviosa. Me mira. No nos conocemos. Nos presentamos. Hablamos. Nos damos cuenta de que, otra vez la casualidad, hemos quedado en el mismo sitio, con las mismas personas. Sigue hablando. Conectamos. Comenzamos a hacernos preguntas. Contamos nuestra historia de manera atropellada, en un intento de ponernos al día. 

Por mi mente pasan distintas imágenes, como si del NODO se tratara. Parece que sí, que la vida nos sorprende con encuentros, algunos deseados, unos buscados, otros esperados, y luego están los fortuitos, como el de hoy, los que atribuimos a la casualidad, a la coincidencia, al destino, a la serendipia.

El momento avanza. Seguimos hablando. Llegan los demás. La casualidad, de nuevo, hace que ambos estemos en la misma mesa. 

La cena avanza. Las miradas se cruzan durante toda la noche, las palabras, los comentarios, las risas nerviosas, y otras símbolo de estarlo pasando bien; la vida, que nos sorprende con estas casualidades y en muchas ocasiones con grandes chaparrones de lluvia, o de sentimientos encontrados, que parecen que empapan y sorprenden más, que el agua no esperada que cae del cielo.

Gracias por leerme.

«Chocolate sabor a menta»

«Chocolate sabor a menta»

La boca de Clara tiene un maravilloso sabor a chocolate y menta. O, al menos, eso dice Raul. Además, la chica, afirma que desde que era pequeña, todo en su casa tenía que ver con ese maravilloso producto. De hecho en su hogar siempre decían que tenía un corazón con forma de delicioso bombón listo para amar. Así está él, loco por besar esos labios sabor con ese apasionante regusto.

Otra preciosa característica de la personalidad de Clara es la increíble luz que tiene en su mirada. Con ella ha llenado de ilusión, claridad, sinceridad y entusiasmo los ojos y el corazón de Raul, que, atraído por ella, siempre la mira a escondidas o de reojo.

Muchas veces, cuando se despiden, el primero que se marcha de los dos, tiende a girarse, para comprobar si la otra persona lo observa. Lo hacen. Ambos lo hacen. Ambos se miran y desean. Entonces se sonríen.

Hoy, el sabor de los labios, ese con efecto de chocolate y menta, el mismo que endulza la vida, que ya bastante amarga resulta, junto con la dulce y tierna mirada de ella, componen los deseos que ambos tienen de besarse. 

Los dos se miran. Funden sus cuerpos en uno solo. Se entienden como un amor que les llena el alma, distinto a otros, alucinante e increíble, como es el chocolate relleno de menta.

Se reconocen como un sabroso amor, una pasión, una lujuria, una vuelta a la ilusión, un bombón relleno de esperanza. Por eso se acercan el uno al otro. Por eso, los que somos espectadores de los acontecimientos, nos quedamos embobados intentando descubrir cómo, el sabor a chocolate con menta, deja ese formidable regusto que hace que cada beso que se dan es un deseo apasionado, dulce y tierno, distinto e inigualable que constantemente desean continuar. 

Misterioso sabor. Amor que extraño.

Gracias por leerme.

«La última persona del día»

«La última persona del día»

Hay días que son más normales que otros. También suceden cosas extraordinarias esos días distintos.

Aquella espléndida mañana los dos amigos, Elena y Javier, habían quedado para desayunar. Ella, que siempre apura el tiempo al máximo, llegó un poco tarde. Nada más sentarse en la mesa le llamó la atención el semblante triste que Javier transmitía. Con cariño, antes de preguntarle qué le pasaba, puso su mano sobre la de él. Sin saberlo, de aquella forma tan sencilla, surgió una asombrosa historia de amor y dedicación.​

La relación que mantienen era complicada. Son amigos, muy amigos, muy buenos amigos, y así debe ser pero, la unión que tienen y la atracción que mantienen el uno por el otro, es tan potente que la lucha interna entre los dos sentimientos, siempre les arrastra hacia un abrazo, un beso, una mirada cómplice, palabras de deseos…, arrepentimiento, dolor, culpa… 

Intentan pasar horas juntos. Hablan de muchas cosas, e increíblemente coinciden en muchas de ellas de una manera asombrosa, en ocasiones hasta en la ropa, comparten todo lo que les ocurre, confían plenamente el uno en el otro. Se complementan. 

Cuando están juntos las horas pasan volando. Siempre haya un nuevo tema para hablar, una conversación pendiente, un cuchicheo que contarse, un sentimiento que compartir, una sorpresa preparada, una rica comida, un delicioso chocolate que compartir, un buen pretexto para volverse a ver. 

En muchas ocasiones, tras pasar un buen rato juntos, se vuelven a hablar por la noche por whatsapp y ahí se mantienen durante mucho tiempo hasta que uno de los dos cierra la conversación agotado y superado por el cansancio. 

Se han convertido en las últimas personas del día con la que quieren estar, el último sueño al que aspirar cada día: continuar una vida juntos, en la que siempre estaría presente aquella potente amistad, la comprensión, los cuidados, la conversación constante, los mimos y las ganas de conseguir ser y estar juntos.

Gracias por leerme.

P.D.: A partir de aquellos instantes de complicidad, de la búsqueda del sueño, Javier jamás volvió a tener los ojos tristes, le bastaba verse reflejado en la mirada que Elena le dedica.

«El beso que todo lo sana»

«El beso que todo lo sana»

Es un momento extraño, de una paz tensa. Hace apenas un breve instante aquellos dos cuerpos temblaban enojados. Usaban un lenguaje muy contrario al actual. Discutían.

En el momento actual están calmados, muy pegados, como casi siempre que tienen oportunidad de estarlo, aunque Julia siempre es la que más se resiste a estar así. Juan lo sabe y por eso busca la forma de calmarla. Ambos intentan disfrutar de este instante de calma, después de la tormenta, que ambos definen y reconocen como difícil.

Tienen las miradas fijas el uno en el otro. Acaban de discutir por una tontería y las palabras se les han ido un poco de los labios, escapándose, incluso, alguna frase hiriente. No les gusta estar así. Se han dado cuenta. 

Juan ha colocado su mano derecha sobre el pecho de Julia y ahora respiran. Lo hacen juntos, acompasados, completándose, unidos en el equipo que saben que forman.

Juan eleva su dedo índice buscando que la yema toque el borde de esa boca maravillosa que tiene Julia. Lo consigue. Ella no ofrece ningún rechazo, todo lo contrario, le gusta que él haga ese gesto, pues lo reconoce como un acto de amor. Entonces pasea su dedo bordeando la carnosidad. Para Julia, ese dibujar de sus labios la desconcentra, acelera, excita y descoloca en un santiamén. Le gusta que así sea.

Julia entreabre su boca, como si aquel gesto fuera la primera vez que lo recibe. Aspira una gran bocanada y libera un ligero suspiro. Cierra los ojos. Se deja ir. Siente cómo su cuerpo empieza a dar pequeños espasmos, fruto de la excitación que va en aumento. 

La discusión acaba de deshacerse por completo y todo ha vuelto a resetearse. En su boca empieza a nacer el deseo. Él, sabedor de lo que ocurre, lejos de alejarse se acerca un poco más e introduce el índice en la boca de su amada. Ella lo chupa con deseo. Lo muerde con dulzura devolviendo el dibujo con el juego que su lengua acomete a su alrededor. 

Julia abre los ojos para volver a encontrar la profundidad de los de Juan. Ambas respiraciones se aceleran confundiéndose la una con la otra. 

Las bocas no tardan en encontrarse y la lucha comienza en los labios queriéndose morder, chupar o aspirar. Las lenguas se funden en una y originan otra particular batalla, como si fueran dos potentes brazos que echan su propio pulso, lejos de lo que ocurre en el resto del cuerpo. Eso es imposible. La situación es vieja, conocida por ambos. La excitación les puede. El anterior silencio se ve roto por los pequeños gemidos y soniquetes fruto del roce de sus labios, pieles y manos.

Es el momento que Juan esperaba para realizar el otro gesto que a ella tanto le gusta, hundir sus manos entre su cabello, acariciar la profundidad de su cráneo, mientras sus labios no dejan de besarse. 

Ahora la saliva ya es solo una. Ya no queda ni rastro del enojo inicial, aunque mantienen el temblor de sus cuerpos, eso sí, de manera distinta. Ese beso es sanador.

Gracias por leerme.

P.D.: Feliz día internacional del beso. DISFRÚTALOS, si puedes.

«Piensa en mí»

«Piensa en mí»

El día amanece normal. Su despertador conecta la música y suena la increíble y desgarrada voz de Luz Casal “Si tienes un hondo penar / piensa en mí; / si tienes ganas de llorar / Piensa en mí…” Inevitablemente su primer pensamiento, incluso antes de salir de cama, es viajar hasta ella. No era por culpa de la canción, eso fue pura coincidencia, estas ensoñaciones también son algo normal. Sin saber muy bien cómo, o el motivo, desde hace tiempo, desde hace bastante tiempo, ese es un sentimiento cotidiano. 

Según llega al trabajo la rutina laboral lo embarga. Su mente se transforma en una máquina eficaz de elevar informes, cuadrar balances, establecer relaciones, enlazar valoraciones y establecer coordinaciones. Toda su mente está preparada para dar lo mejor de sí, en su ámbito laboral. Hasta que ella vuelve a su mente, otra vez en forma de canción “Ya ves que venero / tu imagen divina, / tu párvula boca / que siendo tan niña, / me enseñó a besar…”

Es en ese momento cuando se descoloca. Necesita coger aire y volver a concentrarse. Se da cuenta de que acaba de llegar el momento de ir a la cafetería de la esquina, sentarse en la terraza y esperar a que le traigan su desayuno, que ya no necesita pedir, pues la camarera conoce sus gustos. 

Nada más hacerlo algo vuelve a activar sus sentidos. “…Piensa en mí / cuando sufras, / cuando llores / también piensa en mí…”. De forma inesperada la voz de Luz vuelve a sonar y con ella el perfume que más le gusta. Ella vuelve a aparecer. 

–¿Puedo sentarme? 

–Sabes que sí. 

–¿Cómo sabías que iba a venir?

–Llevo toda la mañana presintiéndote. Te estaba esperando. Porque cada vez que intentamos alejarnos, nos unimos más.

Y así fue, como aquella tarde terminó tal y como comenzó la mañana, pensando el uno en el otro, deseando retomar la letra de su canción: “…cuando quieras / quitarme la vida, / no la quiero para nada, / para nada me sirve sin ti.”

Gracias por leerme.