«Con 150 monedas de oro»

«Con 150 monedas de oro»

Desde que Judas traicionó a Jesús, por treinta monedas de plata, la historia no ha cambiado mucho. El dinero, probablemente más que entonces, sigue emponzoñando los corazones de las personas, que, cuanto más tienen, más quieren. 

Alejandro vive a la sombra de una dama, de esas dueñas de vastas tierras y poseedora de una gran fortuna. Su mirada fría y su voz firme resuena en cada rincón del pueblo que administra, pues cada día ordena y solicita, a todos los que están a su alrededor y bajo su yugo, todo aquello que le apetece. 

Por el contrario, Alejandro, es un hombre tranquilo con ojos llenos de anhelos y espíritu inquebrantable, que sueña con ganar su espacio y mejorar su vida. 

Alejandro trabajaba incansablemente para la Señora. Un día logró escapar de aquel territorio, pero para poder conseguir sus propósitos necesitaba que le fuera concedida la libertad. 

A pesar de sus años de leal servicio, no lograba que lo dejaran ir. Él era como una posesión, un peón en su extenso tablero de ajedrez, que daba poder a la Señora. 

Un día, mientras caminaba por el mercado, Alejandro se encontró con un anciano que narraba la leyenda de unas monedas de la libertad. El muchacho paró y el viejo le contó la historia sobre aquellos dineros cuyo precio era alto: 150 monedas de oro, de las cuales él sólo tendría que poner la mitad, y su Señora, la otra parte. 

Alejandro, con ganas de romper las cadenas que lo ataban, decidió hablar con ella, y solicitar el otro cincuenta por ciento. La mitad le fue negada. 

Con determinación, Alejandro trabajó aún más duro, ahorrando cada moneda de oro que podía encontrar. Vendió sus pertenencias y ayudó a trabajos adicionales en el pueblo. Eventualmente, después de mucho esfuerzo, reunió las otras 75 monedas de oro que le faltaban y le entregó el total de las 150 monedas al anciano.

Alejandro regresó a la mansión de la Señora, le enseñó los documentos que le otorgaban la libertad. Con ese espíritu de ilusión que le caracterizaba, Alejandro le mantuvo la mirada y le dijo: “No se preocupe mi señora, por mi culpa usted no perderá ni una sola de sus riquezas, a esta ronda invito yo, pero ahí se queda.”

En ese momento, Alejandro sintió que las cadenas que lo habían atado durante tanto tiempo comenzaban a aflojarse.

A medida que caminaba hacia su ansiada libertad, sintió la dulce y preciosa brisa acariciar su rostro, como una mano suave que consuela y da calma y refugio en lo momentos que más se necesitan, agradecido por haber pagado el precio necesario para recuperar su vida, sin tener que suplicarla. Pero aún le quedaba camino por recorrer, y sabía que no lo haría solo, pues siempre estaría acompañado.

Gracias por leerme.

«El hombre de la poción mágica»

«El hombre de la poción mágica»

Hay pueblos que tienen una vida muy bulliciosa, en los que, además, viven personajes curiosos que producen un efecto increíble, dando de qué hablar y generando chismes entre sus habitantes, que sin duda alientan esas vivencias. Pedro es uno de esos habitantes, de uno de esos pueblos. 

Aunque te parezca un poco locura, la vida de nuestro Pedro cambió, de manera sorprendente, cuando se bebió, de un solo trago, una antigua poción mágica que se encontró apartada en una tienda de curiosidades. él pensaba que era un licor, pero en realidad era un bebedizo con el que mejorar su suerte en el amor. 

Tan pronto como bebió aquel mejunje, Pedro notó un cambio instantáneo en su vida amorosa. Todas las mujeres del pueblo parecían enamorarse locamente de él. Se tropezaban entre sí por la oportunidad de compartir un momento con el nuevo y encantador Pedro. 

Pedro, que antes luchaba por conseguir una cita, ahora tenía un dilema diferente: ¡demasiadas citas! Las mujeres lo invitaban a cenar, a pasear, e incluso lo perseguían por el mercado, la fama de Pedro se propagó rápidamente. 

Sin embargo, entre el tumulto de admiradoras, había una mujer, Clara, que siempre había tenido un lugar especial en su corazón para Pedro. Desde hacía mucho tiempo, la mujer había guardado en secreto su amor, pero ahora, con la poción haciendo estragos en el pueblo, sentía que su oportunidad estaba perdida.

Mientras las otras mujeres se peleaban por la atención de Pedro, Clara observaba desde la distancia. Ella sabía que el corazón de Pedro no podía ser conquistado tan fácilmente.

Clara decidió tomarse aquel asunto con humor y comenzó a organizar pequeñas sorpresas con las que sorprenderlo: le dejaba mensajes en su mesa, le dedicaba alguna canción, lo sorprendía con caramelos…

Aunque todas las mujeres estaban cautivadas por el encanto de Pedro, él no podía dejar de notar las ocurrencias de Clara que simplemente se divertía siendo ella misma.

Una vez libre del efecto de la poción, Pedro se dio cuenta de que lo que realmente buscaba no era la atención masiva, sino una conexión auténtica. Se río de la ironía del destino y recibió el amor de Clara, agradecido de tener a alguien que lo apoyara, ayudara y amara,  por quien realmente era.

Desde ese momento, en aquel pintoresco pueblo, la historia de Pedro y Clara se convirtió en la comedia romántica más comentada y cuchicheada de todas, donde el encanto y la conexión verdadera supera cualquier poción mágica.

Gracias por leerme.

«En una cama de dos por dos»

«En una cama de dos por dos»

Viven en una pequeña vivienda alquilada. Para ellos, lo más importante de toda la casa es el dormitorio, que es lo suficientemente amplio para que la cama de sus sueños, con un formidable colchón de dos por dos metros, quepa con bastante holgura y comodidad. 

Desde hace tiempo, Carmen y Carlos apostaron por la conveniencia de compartir su vida sobre un tálamo de esa medida. En ello pusieron todo su empeño. Lo demás podía esperar. Así lo han conseguido. 

Estos dos se conocieron hace algún tiempo en una conferencia de diseño de interiores, a los que ambos eran aficionados, pues, entre otras cosas, publicaban, casi a diario, en su cuenta de Instagram, artículos, fotos y videos relacionados con ese mundo de la decoración, el minimalismo y la optimización del espacio, que tanto les apasionaba. 

En un principio solo compartían sus publicaciones, después comenzaron a debatir algunas ideas y con posterioridad prepararon y dirigieron proyectos juntos, descubriendo, de esta manera, que tenían mucho en común. 

Transcurrido un tiempo de relación, decidieron mudarse y vivir juntos en ese pequeño apartamento en el corazón de la ciudad. No les costó casi nada ponerse de acuerdo, pues de inmediato se enamoraron del mismo piso, que cumplía con la premisa principal ya expuesta.

Como ya comenté, la pieza central de su hogar era la cama de dos por dos metros. La elección de ese lecho era intencional, ya que querían que fuera el lugar donde compartir momentos íntimos y relajantes. A medida que pasaban los días, la cama se convirtió en un símbolo de su amor y conexión.

Carmen y Carlos descubrieron que la vida en esa cama les permitía estar siempre cerca el uno del otro. Sus cuerpos se entrelazaban por la noche, permitiendo acariciarse y hacerse pequeñas cosquillas en la espalda antes de quedarse dormidos. Además, cada amanecer comenzaba con la risa compartida, un beso en la frente y una taza de café. Por supuesto, todo ello, en la cama.

En realidad, de esos dos metros cuadrados de lecho, sólo ocupaban el metro del lado derecho, pues en ese pequeño espacio, de un lugar tan grande, encontraron una intimidad y cercanía que nunca habían experimentado antes con otra persona, convirtiéndose así, el uno para el otro, en la última persona del día y la primera de la mañana, pues aquel era su refugio y la otra persona el lugar favorito.

Gracias por leerme.

«Un cosquilleo en la piel»

«Un cosquilleo en la piel»

Mi amiga Rosa trabaja con Daniel, desde hace algún tiempo, en un gran estudio de arquitectura. Hasta el momento sólo habían intercambiado un par de frases, al cruzarse en el ascensor o en el café. No habían tenido la oportunidad de intimar algo más.

En la última reunión de coordinación de todo el equipo, para sorpresa de ambos, el jefe los seleccionó para colaborar en un ambicioso proyecto de diseño de un rascacielos innovador. Ese fue el pistoletazo de salida para la formación de un gran equipo. la consigna que les dieron fue: ¡Que erice la piel del que lo vea!

A medida que pasaban horas juntos, sus vidas también comenzaron a entrelazarse pues era inevitable hablar de todo un poco. Así,  aquella relación especial comenzó a florecer.

Rosa, que ocupa el puesto de líder del proyecto, es una arquitecta talentosa, conocida por su creatividad, dedicación, compromiso y atención a los detalles. Daniel, por su parte, es un ingeniero estructural que aporta una perspectiva técnica y sólida al proyecto. A medida que trabajan juntos, han empezado a darse cuenta de que sus habilidades se  complementan de una manera asombrosa, creándose una química entre ellos cada vez más evidente. Comparten conversaciones, sueños, esperanzas y desafíos. Cada día, su vínculo se fortalece más, y comienzan a apoyarse el uno del otro, no sólo en términos profesionales, sino también emocionales. 

Rosa me cuenta que, en una de esas largas jornadas de trabajo, sus manos se rozaron de manera accidental. Fue un contacto inesperado, fugaz, pero ese simple roce desató una avalancha de emociones. Ambos sintieron un cosquilleo eléctrico en la piel y se miraron sorprendidos por la intensidad de la conexión. Se dieron cuenta de los sentimientos que habían estado creciendo entre ambos eran mutuos, y que no podían ignorar lo que estaba sucediendo entre ellos. 

Así que, a medida que avanzaban en el proyecto, sus manos se rozaban cada vez con más frecuencia, ya no de manera accidental. Cada contacto era como una chispa que encendía una llama más ardiente en sus corazones. 

Cuando completaron su proyecto, el rascacielos que habían diseñado juntos, vieron que aquello era una representación física de su conexión y su colaboración. Pero lo más importante es que habían construido un vínculo, sólido y duradero, que trascendía las estructuras de acero y hormigón. Sus manos, que una vez se habían rozado de manera accidental en la oficina, ahora se entrelazan de manera intencional, creando un lazo que perdurará mucho más allá de cualquier proyecto arquitectónico.

Rosa y Daniel descubrieron que el contacto de sus manos no solo genera un cosquilleo en la piel, sino también un calor en el corazón que los mantiene unidos para siempre.

Gracias por leerme.

«La belleza de dos»

«La belleza de dos»

Antonio abre la boca denotando una clara cara de asombro. Entró en aquella exposición sin ningún entusiasmo, con el único fin de hacer algo, de pasar el tiempo, de matar la tarde. 

Nada más cruzar el umbral, y hacer un pequeño barrido con su mirada por la sala de  exposiciones, una pintura en particular capturó su atención. Era el retrato de una mujer, «Mariela», de una belleza extraordinaria. 

De su rostro emanaba una expresión tan preciosa que solo con ella parecía que repartía serenidad y confianza, tranquilidad y entusiasmo, inteligencia y pasión. Sus ojos reflejaban una profunda amabilidad y compasión.

Antonio quedó fascinado con aquella pintura. Se acercó a ella y comenzó a estudiar cada detalle. Cada trazo del pincel parecía capturar la esencia misma de la mujer retratada.

Una voz a su espalda le preguntó: 

–¿Qué ve en esa pintura? No puedo dejar de notar cómo la mira.

Antonio, ensimismado como estaba, no se giró, empezó a hablar sin parar y sin intercambiar mirada con la voz que le pedía opinión: «Es como si esta mujer fuera más que una simple imagen en un lienzo. Puedo sentir su alma y su mente a través de sus ojos. Me hace pensar en cuánta belleza y cuánta bondad puede existir en una sola persona».

–Me alegro que le guste –contestó aquella voz–, sin duda es mi autoretrato favorito. 

Mariela resultó ser real y tan cautivadora como Antonio había imaginado. Tenía una mente brillante y derrochaba pasión y energía en todo aquello que hacía. 

A medida que pasaban más tiempo juntos, Antonio descubrió que su belleza interior coincidía con su belleza exterior. Era compasiva, generosa, amable y cariñosa, además siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Ambos se hicieron inseparables, se apoyaban constantemente, pues su fuerza y energía estaba en reconocer que la belleza de la otra persona no se limita a su apariencia, sino a la combinación de su mente y alma. Ambos hacían que esa combinación fuera perfecta. 

Gracias por leerme.

«El sabor de los sueños»

«El sabor de los sueños»

Agustín disfruta de las sorpresas, de los regalos de la vida. Le encanta darlos y le fascina recibirlos, si son sin esperarlos pues mucho mejor. La otra noche, acordándose de un cuento que hace tiempo leyó, recordó a qué saben los sueños, aunque dicha narración trataba de la luna.

Él y Marta se habían citado para tomar algo. La temperatura de aquella tarde-noche era perfecta y la vista desde la terraza, en la que se habían citado, era perfecta. Por lo demás, nada les preocupaba, sabían que estar juntos era un disfrute para los dos, un verdadero regalo de la vida, pues cada vez que lo hacían la cháchara nunca paraba, la magia les invadía, las risas les acompañaban y el tiempo se les pasaba volando, haciéndoles disfrutar todo ello de cada segundo, deseando que la noche nunca acabara. Si hay algo que los define, es que cumplen con ese meme que el día anterior habían visto en Instagram: “Las cinco C de una relación: Conexión, Contacto, Cariño, Confianza y Comunicación”

Mientras hablaban no podían parar de mirarse, de rozarse con el brazo, las rodillas, los pies o, incluso, buscar de manera deliberada, la mano o la pierna del otro, para rozarla o acariciarla. Así estuvieron todo el tiempo que les fue posible. La cita fue un regalo de la vida. Un momento de encuentro y de paz que ambos disfrutaron de una manera maravillosa, provocándoles mostrar una gran sonrisa, no solo en su rostro, sino también en la energía que cada uno irradia cuando se encuentra con el otro y hacen cosas juntos. 

Tras el buen rato que pasaron, la despedida se alargó. Siempre les pasa lo mismo, el tiempo se les hace poco y encuentran un motivo para volver a acercarse, para iniciar un nuevo tema de conversación o para volver a cogerse de las manos. 

En aquella ocasión lo que estiró el momento fue uno de esos abrazos que, como ellos ya han descubierto hace tiempo, también como regalo de vida, son la única cosa en el mundo que cuanto más apretado es, más alivio da.

En segundo lugar, pudieron recordar que los sueños, como la luna, tienen un sabor especial, en este caso, para ellos, el de los labios del otro. Para Agustín y Marta, el sabor de los sueños es el mismo que el de los besos apasionados de dos personas que se quieren con locura. Ellos. 

Gracias por leerme.

«Hacerle el amor al aire»

«Hacerle el amor al aire»

El tiempo está loco y hace mucho calor. El aire está caliente y apenas estar en la sombra me da un respiro; así que hoy he decidido salir a dar un paseo a media tarde. 

Llevo un rato sentado en esta terraza, solo, leyendo tranquilo, tomando una caña y unas aceitunas, para soportar la temperatura, viendo a la gente pasar. De repente, siento como el calor ha aumentado o eso al menos me parece a mí, cuando observó el final de la calle peatonal, desde lejos adivino tu caminar.

Desde ese momento me desconcentro, no puedo seguir leyendo. Mis ojos se dedican sólo a contemplar cada uno tus movimientos, el ritmo de las curvas de tu cuerpo hacen al acometer ese paso que llevas tan seguro. Es asombroso, todo baila a tu alrededor. A tu son. 

Desde aquí te veo y solo pienso en que yo también quiero bailar contigo, pues me quedo lelo al contemplar el movimiento de tus caderas, el ritmo de tus piernas y el acompañamiento sincopado de tus brazos. Haces que todo tiemble, que el mundo cambie, que mi corazón palpite al mismo ritmo que marcas.

Levantas los ojos, me miras. Te acercas y sé, con exactitud, que ya te has percatado de mi presencia. Has descubierto dónde estoy y te sonrojas al descubrir que mi mirada es solo para tí. Siento que temes que los demás lo descubran. Pero a mi nadie me mira, tú los atraes. 

Soy consciente de que te haces la despistada, girando la mirada, como sin querer, hacia el lado contrario, pero no lo soportas, tardas apenas unos segundos en volver a mirarme. Te gusta saber que te observo, eso te ayuda a recuperar el paso y la seguridad en tí. Creo en tí 

Cuando ya estás a apenas unos pocos metros de mi, me miras a los ojos. Nuestras miradas se entrecruzan, nos mantenemos la mirada y, con total descaro, te muerdes el labio inferior. Acabas de matarme, lo sabes. Me vuelve loco cuando haces ese gesto. 

Todo me tambalea. El calor ambiental aumenta. Miro a mi alrededor y contemplo cómo te miran. 

Es increíble, solo tu caminar, tu presencia, tu saber estar, tus gestos y tu sonrisa al pasar a mi lado es suficiente para que todo en mi vida se descoloque, o se ponga en el sitio que le corresponde. 

La temperatura sube, sí que hay calor, pero por tu paso, porque solo tú tienes la habilidad de hacerle el amor al aire, y eso le da calentura a cualquiera. 

Sigues de largo. Te sigo mirando. Imagino que sonríes. Quizás otro día te quedes a mi lado. 

Gracias por leerme.

«Una triste soledad»

«Una triste soledad»

Aunque muchos no lo creen, Juan es un hombre con el alma solitaria. Apenas lo demuestra, pues casi todo el día está embutido en una bulliciosa actividad, en la que se coloca una especie de máscara y disimula su existencia. 

Vive en un pequeño apartamento, rodeado de otros pequeños apartamentos habitados por personas que no conoce, con las que a veces se tropieza en el ascensor y con las que no habla nada más allá de un simple saludo o una triste despedida. 

Aunque la ciudad en la que vive está llena de vida y muchos consideran que Juan tiene una gran actividad, lo que yo sé de él, es que Juan se siente aislado y solo.

Ese sentimiento comenzó años atrás. Sin un motivo aparente, sino fruto del día a día, que le encaminó a tener, fuera del ámbito laboral, una existencia monótona y vacía.

Pasa sus días trabajando en la oficina, y cuando por las noches regresa a su casa lo hace en solitario. Se abraza a esa soledad y deja que su cabeza viaje por el mundo de los sueños y los deseos, que, de alguna manera, le aportan ilusión. 

Recostado en su sofá recuerda como hace tiempo la había mirado con ternura deseando conocerla, y eso logró hacerlo. Con el paso de los años llegaron a hacerse amigos, de esos que nunca se abandonan, de los que basta una mirada para saber que algo pasa y que el otro necesita ayuda; entonces se juntaban.

Llegaron a enamorarse, a enamorarse mucho, si eso es posible grduarlo. Pasaban horas acurrucados, hablando, riendo, noches en vela y en una conversación constante. Juan pensó que todo aquello era un sueño. 

Ahora que no puede llegar a ella, sigue soñando con hacerlo, pero acompañado de su soledad, esa que nadie conoce, esa que cada mañana disfraza y esconde, esperando recuperar la conexión que siempre han tenido, que se mantiene oculta a la vuelta de la esquina, esperando, y que ambos saben que puede traerles luz, paz y calor a esos corazones que ahora se sienten solos, en una triste soledad.

Gracias por leerme.

«El teatro de la vida»

«El teatro de la vida»

El telón acaba de abrirse. Sobre el escenario un hombre de pie, hierático, con sus brazos en jarras. En el fondo una luz azul ayuda a que su silueta se vea con intriga, en una mezcla a partes iguales, de ternura, misterio e intensidad,

No suena ningún aplauso. podría tratarse de un ensayo, la sala parece que está vacía.

El sujeto comienza a moverse por el escenario. Al acercarse a la esquina derecha de las tablas, la luz cambia y un fuerte resplandor ocupa todo el espacio y lo deslumbra. Se queja. Se protege, se agacha. Le cuesta, pero sale de allí ahuyentado por la intensidad de la luz y la molestia que esta le ocasiona.

Ahora se dirige a la zona izquierda. Parece que titubea. Mira con cierta inquietud. Protege sus ojos para no volverse a ver sorprendido por un haz de luz.

En esta ocasión, es atacado por un estridente ruido. Tiene que proteger sus oídos con ambas manos, pero la fuerza del volumen hace que caiga al suelo. Se arrastra. De nuevo logra huir. El escándalo cesa. Se reincorpora. Vuelve al centro de la escena. 

Mira hacia ambos lados. Observa a su alrededor. Hay resplandores molestos y ruidos rechinantes. Aquel escenario se ha vuelto en la representación de la misma vida.

Mira hacia atrás. Algo ha llamado su atención. Un grupo de escandalosos actores avanza hacia su lugar. Lo rodean. Unos le agradan, otros lo empujan, algunos lo atraen, o lo mueven, o lo descolocan…. Se mueven en círculo a su alrededor. Más ruido. Más incomodidad. 

De repente todo se apaga y silencia. El actor queda en el centro. Es iluminado por un tenue haz de luz. En el centro de la sala, en el centro del pasillo de la platea, un foco blanco ilumina a una persona que aparece allí. Está de pie. Es ella. Él se da cuenta. Es el sitio al que quiere ir, en el que quiere estar, en el que encuentra paz. ¿Llegará? Cae el telón. 

Gracias por leerme.

«Me gusta que te fijes en mí»

«Me gusta que te fijes en mí»

Me he dado cuenta, me miras de reojo. Sabes que yo también lo hago, pues, en no pocas ocasiones, nuestras miradas se han tropezado y ambos hemos intentado huir del emocionante brillo que sentimos, sí, ese destello que se pone en nuestras pupilas cuando nos acercamos. Ese sentimiento hace que sea casi imposible separarnos, pero en tan solo un par de segundos, nos sonreímos, con cierta picardía, y apartamos la vista. Luego seguro que volverá a ocurrir. 

Hoy has ido un poco más allá. Me has dejado descolocado, pero muy emocionado, me gusta que te fijes en mí. Me gusta que me lo hagas saber, como yo mismo suelo hacerlo contigo. 

Has levantado la vista y te has dado cuenta de que me corté el pelo. Te he gustado y eso se nota. Además, no te has avergonzado de lo que sientes y me has dicho lo guapo que estoy. Gracias. Tú también lo estás. 

Por si fuera poco, al cabo de un rato, tu mirada ha recorrido mi cuerpo y me has piropeado por cómo voy vestido. Sin duda esta forma de vestir, la que ahora le dicen casual, me favorece, y a tí te ha gustado. 

Me asombraste cuando te fijaste en mis nuevas gafas de color. No pensé que te darías cuenta del cambio que hice y, sin duda, estas que ahora llevo son las que más te gustan. 

Además de todo eso, y por si fuera poco, hoy me has felicitado por lo bien que lo he hecho en el trabajo, por lo fantástico que estoy siendo contigo, por lo agradable que ha sido nuestra conversación, por nuestra mensajería cómplice cargada de emoción y, a veces, de erotismo, por nuestras risas y la confianza que tenemos en nuestras confidencias. Me has agradecido el esfuerzo que estoy haciendo. Gracias a tí también. Te las mereces. 

Ahora entiendo el motivo por el que siempre estaremos juntos. Hoy estamos a la par, estamos en paz. Me encanta cuando me cuido, me trato bien y me digo cosas bonitas. 

Gracias por leerme.