«¡Sorpresa!»

«¡Sorpresa!»

Los lunes tienen un sabor especial, ¿qué te voy a contar yo que tú no sepas ya? Aquella mañana, de aquel lunes cualquiera, de aquel mes cualquiera, en una empresa cualquiera, Alejandra se acercaba con resignación a su puesto. 

Ella era una trabajadora incansable que siempre se esforzaba al máximo por sacar el trabajo adelante e intentaba llevarlo al día. Apenas se levantaba de su asiento. Cada lunes, comenzaba una nueva semana de duro trabajo en la oficina, organizaba los pedidos, ordenaba pagos, distribuía visitas, consultas, informes… 

Aunque amaba lo que hacía, a veces la rutina se volvía abrumadora. Pero hoy, nada más acercarse a su escritorio, notó que algo inusual estaba destinado a suceder. Sobre su mesa  había algo fuera de lo común: una pequeña caja envuelta con un papel de regalo azul brillante.

Confundida, miró alrededor. El resto de compañeros y compañeras estaban incorporándose a sus puestos. Nadie parecía haberse dado cuenta de aquella misteriosa caja. Con curiosidad, y de manera cuidadosa, comenzó a desatar el lazo. Al abrirla, se encontró con una nota que decía: «Para Alejandra, para que empieces la semana con una hermosa sonrisa».

Su corazón comenzó a latir de manera acelerada. ¿Quién podría haber dejado ese regalo en su escritorio? No tenía idea. 

Con cuidado, sacó el contenido de la caja y descubrió una sencilla bolsa de caramelos de todos los colores que, sin duda, la habían hecho sonreír de oreja a oreja. No sabía qué hacer, estaba asombrada. No podía creer que alguien se hubiera tomado el tiempo de hacerle ese hermoso y sencillo regalo sólo para verla sonreír. 

Durante el resto de la semana, no dejó de pensar en el misterioso regalo y en quién podría haberlo dejado en su escritorio. La sorpresa y la intriga se habían apoderado de ella, pero también se sintió profundamente agradecida y feliz.

En todas las ocasiones, dar una pequeña sorpresa y hacer sonreír a alguien, es la mejor arma para emocionar y agradecer a los que nos rodean, el gran favor que nos hacen por regalarnos su amistad, confianza y compañía, generando espacios para la felicidad y el bienestar de ambos.

Gracias por leerme.

P.D.: Ya no me quedan del sabor que me gusta.

«Con ese beso en la frente»

«Con ese beso en la frente»

Mi abuela siempre me contó que quién besa en la frente ama de verdad, incluso cuando no hay más remedio que seguir amando para siempre. 

Tras compartir toda una vida juntos Valeria y Andrés, con una preciosa historia de años a sus espaldas, riendo, llorando y enfrentándose juntos a todas las adversidades que la vida les había presentado, se tropezaron con el nuevo reto que se les había puesto por delante. Era el momento de volver a demostrar que su amor era profundo y verdadero. Había llegado el momento definitivo en el que sentir y demostrar que era verdad que se habían convertido en el apoyo mutuo que anhelaban y que necesitan para sobrellevar los desafíos del tiempo.

Pero, como suele suceder en la vida, los caminos de ambos tomaron un rumbo inesperado. Andrés había recibido una oportunidad única de trabajo en el extranjero. Era un sueño hecho realidad, pero también significaba dejar atrás todo lo que conocía y amaba. Valeria, aunque emocionada por él, sintió un nudo en la garganta al enterarse, pues sabía que la relación de ambos podría sufrir cambios irremediablemente.

El día de la despedida llegó. Sus manos entrelazadas y sus miradas llenas de amor reflejaban la tristeza que sentían en su interior. 

El tiempo pareció detenerse mientras esperaban en silencio la llamada para embarcar. No querían dejar ir ese momento, querían detener el tiempo y permanecer juntos para siempre, como tantas veces habían hecho. Pero la realidad era implacable y el anuncio de la salida del vuelo finalmente llegó.

Con lágrimas en los ojos, Andrés se giró hacia Valeria y la abrazó con fuerza. Sus corazones latían al unísono, compartiendo el dolor de la despedida. Sus palabras se ahogaron en un mar de emociones, y solo pudieron susurrar promesas de amor eterno.

El último abrazo se volvió un recuerdo imborrable. Sus ojos se encontraron y, en ese instante, supieron que era hora de decir adiós. Con manos temblorosas, Andrés se inclinó hacia adelante y depositó un profundo beso en la frente de Valeria. Sus labios rozaron su piel una última vez, llenos de amor y tristeza.

Valeria abrió los ojos débilmente y miró a Andrés con ternura. Sabía que ese beso era una despedida, un último acto de amor antes de partir. Sin decir una palabra, sus ojos hablaron por ellos, comunicando el agradecimiento por el amor compartido y la promesa de que siempre estarían conectados. Nada, ni el tiempo ni la distancia les robaría aquel amor eterno. 

Gracias por leerme.

P.D.: Llega el momento de darte ese beso en la frente. Es hora de descansar y desconectar un poco. Si todo va bien, regresaré en septiembre por esta esquina. Si te apetece nos vemos entonces. FELIZ VERANO.

«Cuando tus manos me conducen»

Cada vez que salen a dar un paseo, a ella le gusta acomodarse en el asiento del pasajero, y a él conducir. Así ocurre la mayor parte de las veces. Otras, quizás las menos, es al revés.

Nada más poner el coche en marcha, y comenzar el recorrido, él extiende su mano suavemente hacia las de ellas. El gesto siempre va acompañado de una mirada cómplice y solícita. Ella entiende perfectamente la petición y le devuelve la mirada con una sonrisa cálida y complaciente. Con el mismo cariño entrelaza sus dedos con los suyos. 

Este es un gesto sencillo, pero que significa mucho para ambos, pues este simple contacto les ata en el recordatorio de que no importa lo que suceda en el mundo exterior, están juntos y eso es suficiente. Tranquilos continúan su marcha. Si las condiciones del tráfico lo permiten, seguirán así todo el trayecto, hasta que ya no haya más remedio que soltarse. 

Es también muy común que ella acerque su otra mano y acaricie el antebrazo y la mano de él, acompañando el ritmo de la música que suena de la lista de Spotify, que él sabe que a ella le gusta, y que elige conscientemente para darle el gusto, sin necesidad de que ella lo pida. 

Es un momento de disfrute, de tranquilidad, un viaje a la calma. Con ese gesto sus vidas se entrelazan de manera mágica. Comparten palabras, hechos, risas, lágrimas y momentos inolvidables juntos. Pero, sobre todo, disfrutan de la simple pero hermosa conexión que encuentran al darse la mano mientras uno de los dos conduce.

A medida que recorren las carreteras así, comparten sus sueños, sus esperanzas y temores. Hablan sobre el futuro juntos y se animan a perseguir sus metas. A veces, también disfrutan de momentos de silencio reconfortante, de la compañía del otro, mientras los paisajes pasean por la ventana, mientras sus dedos recorren la piel del otro.

Este gesto, se convierte así en un recordatorio constante de que no están solos en su viaje, que caminan juntos, que se tienen el uno al otro, hacia su propio futuro en el que la complicidad que les une es su mejor baza.

Ellos, con sus manos entrelazadas, enfrentándose a cada curva y desafío de la vida, demuestran que los gestos más simples pueden tener el mayor de los significados y que la verdadera felicidad se encuentra en la compañía que ahora tienen a su lado.

Gracias por leerme.

«Amor en silencio»

«Amor en silencio»

Tiene su dedo índice colocado en posición perpendicular apoyado contra sus labios. Los sella con ese gesto que todos conocemos. Lo hace para no seguir hablando, para no seguir haciendo daño a la persona que, en estos momentos, tiene delante. Por triste que parezca acaba de comprometerse a seguir con su amor en silencio, en la oscuridad.

Ahora su alma está negra como la noche, le duele, está arrugada, como cuando se estrangulan los folios usados, con ideas excluidas, antes de ser lanzados con rabia hacia la papelera. 

Aunque mantiene los labios clausurados, en estos momentos no puede apartar la mirada de la persona que ama. La tiene enfrente. Escucha lo que le cuenta, los motivos por los que le pide distancia y calma. Lo entiende. Comprende. Se avergüenza. Le presiona el alma. Mira hacia su interior. Quiere hablar, pero solo asiente en silencio, quiere responder pero solo escucha, quiere abrazar, pero sabe que no puede tocar. 

Una lluvia de sentimientos vuelven a caer sobre su cuerpo. No es la primera vez que esto ocurre. Algo ha aprendido. Sabe que el castigo será sufrir su amor en silencio, por un tiempo prolongado, o tal vez eternamente, sin poder hacer nada por cambiar esta situación. 

En su reflexión personal reconoce que no es justo, que no es lo que se merece. Ahora le toca remontar, recuperarse, en la oscuridad, en su silencio, pues no puede compartirlo con nadie más. No lo entenderían. Solo esta persona que tiene delante, y que siente lo mismo, es capaz de hacerlo, es su apoyo, quizás el único, el que se prometieron para siempre.

Se mira en el espejo de su propia alma. Cierra los ojos y ve la oscuridad. Imagina ser quien besa. Eso duele. Sabe que será otra persona la que lo haga, o la que le coja de la mano, calme sus malos momentos o escuche sus lamentos al terminar el día. 

Es hora de abrir los ojos. De ver que la oscuridad existe, que tendrá que aprender a mirar de otra manera, seguir triste, si quiere sobrevivir. No puede. Vuelve a cerrarlos. Reconoce que imaginar es menos doloroso que mirar, que será duro amar en silencio, guardar ese profundo e increíble sentimiento entre pecho y mente, con su estómago revolviéndose, siendo cada noche su último pensamiento del día. También el primero de la mañana. 

Así seguirá, en silencio, con ese hondo amor escondido en el interior, silenciado para no perder lo que le queda, aunque duela, desplazado, abandonado, a buen recaudo en su alma, pues no hay amor más luminoso y brillante que el que vive en la oscuridad, dando la esperanza de que quizás, algún día, una luz les ilumine y puedan gritarlo a los cuatro vientos.

Gracias por leerme.

«Encarni y Chus»

«Encarni y Chus»

Conozco la historia de Encarni y Chus. Me la han contado ellos. Además, en alguna ocasión, hemos podido disfrutar de buenos momentos y ver cómo se desarrollaban sus encuentros. 

Llevan unidos desde hace años. Durante ese tiempo, como es normal, han pasado por muchas situaciones, buenas y malas, pero siempre han logrado superarlas juntos. Sin embargo, un día, después de una discusión muy fuerte, decidieron separarse.

A pesar de que habían tomado la decisión juntos, pronto se dieron cuenta de que no podían olvidarse. Cada vez que intentaban empezar de nuevo, cada vez que se alejaban el uno del otro, algo les hacía recordar los momentos que habían compartido juntos. En esos instantes, la tristeza y la nostalgia volvían a sus vidas.

Encarni y Chus intentaron seguir adelante con sus vidas, pero cada uno de ellos se sentía incompleto sin el otro. Durante el día, intentaban ocupar sus mentes con trabajo y actividades de todo tipo, pero en las noches, el silencio y la soledad que sentían al no saber del otro, les hacía extrañarse, echando de menos aquellos mensajes, los buenos deseos, las ganas de estar acurrucados…

Pasaron los días, las semanas y los meses, y aunque trataron de olvidarse, nunca conseguían hacerlo. 

Una mañana, Encarni, cansada de la situación, decidió dar un paso al frente y llamar a Chus. Después de unos segundos de silencio, ella pudo escuchar la voz de él al otro lado de la línea. Se sintió feliz y emocionada por escucharlo de nuevo.

Después de una larga conversación, Encarni y Chus se encontraron en un café cercano.

Al ver a Encarni, Chus sintió que su corazón latía con fuerza. El sentimiento era mutuo. Sentados en una mesa, se miraron a los ojos y supieron que no podían estar separados el uno del otro.

Encarni y Chus se reconciliaron. Me lo contaron ellos. Sabían que habían pasado por momentos difíciles, se unieron para poder superarlos juntos. Gracias a eso se dieron cuenta de que aunque habían estado separados mucho tiempo, nunca habían dejado de amarse. Y así, juntos, empezaron de nuevo, más fuertes, con la certeza de que nunca podrían olvidarse el uno del otro y que siempre estarían juntos. Pero ambos siguen casados con otras personas y eso…, eso cuesta superarlo. 

Gracias por leerme.

«La serendipia de una noche de lluvia»

«La serendipia de una noche de lluvia»

Termina de llover. Lo ha hecho de manera torrencial, como a veces ocurre en esta época del año. Por fin puedo salir del zaguán en el que me refugié tras verme sorprendido, por tremendo aguacero y mi falta de previsión. ¿Qué utilidad tiene un paraguas guardado en el coche, si no lo cojo cuando hace falta? Imagino que la casualidad, justo se me olvida cuando debo cogerlo, daría respuesta a esta pregunta.

Con ese pensamiento apenas doy un par de pasos, recordando aquella vez que me pasó lo mismo. Ando despistado, lidiando entre alejar mis pensamientos e intentar esquivar charcos del suelo y goteras de las fachadas, cuando tropiezo con ella.

—Perdón yo iba…—digo a modo de disculpa, mientras levanto la mirada.

—No pasa nada, perdona —dice aquella voz que, por casualidad, me resulta conocida. Quizás de otro momento, de otro lugar…, o de otra vida.— Yo también andaba despistada.   

Me paro ante aquellos ojos verdes. Fijo la mirada. En un momento otro torrente de sentimientos, recuerdos, anhelos y viejas historias, caen sobre mi pelo y chaqueta ya empapados por la lluvia. No puede ser verdad —pienso—, ¿acabo de invocarla? 

Sin duda el mundo es un pañuelo, o eso dicen, y justo en aquel lugar, en aquel momento tan insospechado, cuando mis recuerdos habían imaginado, unos ojos que anhelo,  tengo la sensación de haberlos encontrado de casualidad. 

Ríe nerviosa. La miro. Ríe nerviosa. Me mira. No nos conocemos. Nos presentamos. Hablamos. Nos damos cuenta de que, otra vez la casualidad, hemos quedado en el mismo sitio, con las mismas personas. Sigue hablando. Conectamos. Comenzamos a hacernos preguntas. Contamos nuestra historia de manera atropellada, en un intento de ponernos al día. 

Por mi mente pasan distintas imágenes, como si del NODO se tratara. Parece que sí, que la vida nos sorprende con encuentros, algunos deseados, unos buscados, otros esperados, y luego están los fortuitos, como el de hoy, los que atribuimos a la casualidad, a la coincidencia, al destino, a la serendipia.

El momento avanza. Seguimos hablando. Llegan los demás. La casualidad, de nuevo, hace que ambos estemos en la misma mesa. 

La cena avanza. Las miradas se cruzan durante toda la noche, las palabras, los comentarios, las risas nerviosas, y otras símbolo de estarlo pasando bien; la vida, que nos sorprende con estas casualidades y en muchas ocasiones con grandes chaparrones de lluvia, o de sentimientos encontrados, que parecen que empapan y sorprenden más, que el agua no esperada que cae del cielo.

Gracias por leerme.

«Chocolate sabor a menta»

«Chocolate sabor a menta»

La boca de Clara tiene un maravilloso sabor a chocolate y menta. O, al menos, eso dice Raul. Además, la chica, afirma que desde que era pequeña, todo en su casa tenía que ver con ese maravilloso producto. De hecho en su hogar siempre decían que tenía un corazón con forma de delicioso bombón listo para amar. Así está él, loco por besar esos labios sabor con ese apasionante regusto.

Otra preciosa característica de la personalidad de Clara es la increíble luz que tiene en su mirada. Con ella ha llenado de ilusión, claridad, sinceridad y entusiasmo los ojos y el corazón de Raul, que, atraído por ella, siempre la mira a escondidas o de reojo.

Muchas veces, cuando se despiden, el primero que se marcha de los dos, tiende a girarse, para comprobar si la otra persona lo observa. Lo hacen. Ambos lo hacen. Ambos se miran y desean. Entonces se sonríen.

Hoy, el sabor de los labios, ese con efecto de chocolate y menta, el mismo que endulza la vida, que ya bastante amarga resulta, junto con la dulce y tierna mirada de ella, componen los deseos que ambos tienen de besarse. 

Los dos se miran. Funden sus cuerpos en uno solo. Se entienden como un amor que les llena el alma, distinto a otros, alucinante e increíble, como es el chocolate relleno de menta.

Se reconocen como un sabroso amor, una pasión, una lujuria, una vuelta a la ilusión, un bombón relleno de esperanza. Por eso se acercan el uno al otro. Por eso, los que somos espectadores de los acontecimientos, nos quedamos embobados intentando descubrir cómo, el sabor a chocolate con menta, deja ese formidable regusto que hace que cada beso que se dan es un deseo apasionado, dulce y tierno, distinto e inigualable que constantemente desean continuar. 

Misterioso sabor. Amor que extraño.

Gracias por leerme.

«Solo quería dibujar un beso»

Parece que no es mentira. Hoy están juntos, muy juntos. Se miran. Lo hacen de cerca, muy cerca; pero no hay distancia que no se pueda recorrer o acortar, así que, se aproximan un poco más, lo justo para que sus ojos se agranden lo suficiente, pero lo suficientemente lejos para no tocarse.

El deseo está. Ella se muerde el labio en un intento de contenerse. A él eso lo mata. Pero se contiene y no la besa. Para ayudarse levanta su dedo índice y con la cálida yema comienza a recorrer los labios de ella. Ahora es ella la que se muere de deseo. Entreabre la boca, cierra los ojos y le deja hacer. Él dibuja su contorno con esmero, como si su propio dedo portara un pincel capaz de rellenar un lienzo lleno de calor, pasión y ternura. La respiración de ambos se acelera. Él asciende la otra mano a la misma posición. Ella, con los ojos cerrados, la recibe con un pequeño sobresalto fruto de la propia excitación. El pulso cardiáco ya no es normal. Emite un suave jadeo.

Con las dos manos posadas sobre su cara, ahora son los dedos gordos los que ocupan los labios. El resto de los dedos toman el camino de las mejillas. Tras remarcar los carnosos e infinitos labios, inician el camino para dibujar su cara. Ella sonríe debajo de las manos que ahora ocupan su cara. Esas caricias le chiflan, la superan, la descolocan. 

Abre los ojos con toda la ternura que su cuerpo le permite mostrar. Descubre los ojos de él que, con la misma ternura, también la mira, la mira de cerca, muy de cerca.

Sus manos siguen recorriendo el rostro hasta enlazarse entre el pelo que protege sus orejas. La atrae hacía sí. En ese mismo instante sus bocas, hartas de la espera, respirando confusas y de manera costosa, se encuentran y luchan por llevar la voz cantante. Los besos se dibujan, se superponen, se muerden, se separan pugnando por dominar la lengua y los labios del otro.  

Las manos siguen hundidas en su pelo. Ella busca la nuca y también le dibuja caricias en la cabeza. Se besan con rotundidad, con suavidad, con pasión y con ternura. Todo a la vez, como quién dibuja un cuadro en el que, el beso, es el protagonista y la saliva de ambos la suave y húmeda pintura, que ahora les dejará ese maravilloso sabor en sus labios.

Gracias por leerme.

«Los suspiros son aire y van al aire»

«Los suspiros son aire y van al aire»

Se le acaba de emocionar el alma. De su boca se escapó un enorme suspiro que, como decía el mismísimo Bécquer: «Los suspiros son aire y van al aire…». 

Pero los suspiros son algo más, algo más que aire insuflado que se acompaña de un pequeño gemido liberador. Los suspiros son sentimientos, estados de ánimo que dejamos escapar para calmar el interior. A ella le sorprendió escucharlo. Algo le pasa.

Con sumo cuidado para no sobresaltarlo se giró. Contemplarlo e  intentar comprender aquellos sentimientos, aquellos suspiros, era un verdadero placer. Lo era para ambos, aunque en muchas ocasiones se miraban sin que el otro lo supiera. Les gustaba hacerlo mientras se acariciaban, o cuando se hablaban en susurros, aunque estuvieran solos y nadie les escuchara. Acariciarse era uno de los placeres que ocurría siempre que estaban juntos.

En aquella ocasión quería volver a mirarlo por si aquello fuera uno de esos espejismos que ocasiona llevar tiempo en la duermevela. Sonrió. Era verdaderamente increíble sentir su cuerpo tan cerca, tan pegado. Otro suspiro de placer llenó el momento.

Abrió un poco más los ojos. Aún no sabía si aquello era real o seguía soñando con estar con él, aunque solo fuera esa noche. Aprovechó para contemplar los hombros que tanto le gustaban. Acariciarlos. Se arrimó. Pegó su cuerpo con cuidado y colocó la mano, ahora caliente, pues cada vez que estaba con él lo estaban, en su brazo. 

Una vez más inhaló su aroma corporal. Aquel perfume que él utilizaba la volvía loca. Él también la miraba. Su mano fue directamente a acariciar su rostro. No hacía falta decir nada, sabían lo que sentían y aquellos momentos lo aseveraban. Ella lo atrajo hacia su pecho, justo al lugar en el que a él le gustaba perderse y posar su cabeza mientras la acariciaba. Colocó su mano en la nuca y se lo dijo: «No suspires, estoy aquí contigo. Siempre estoy».

Gracias por leerme.

«Josué y los muros de Jericó»

Josué conoce las palabras de la Biblia. No cree en ella, pero la ha leído. En sus conversaciones sale a relucir cierto conocimiento de las letras e historias que allí se narran. Ha aprendido de ellas. 

En el momento en el que está, se contempla a sí mismo como si uno de los habitantes del mismísimo Jericó se tratara. Se defiende de sus enemigos con un basto muro de arcilla. Ladrillos que está construyendo con sus manos, a base de amasar su propia confianza, sus deseos y sueños, mensajes positivos y buenos momentos. Pero él no es Jericó y sus intenciones y forma de ser son totalmente distintas a las de esos antiguos seres.

Reconoce que el muro que levanta a su alrededor es invisible. Al menos eso pretende. Aunque es consciente de que ya hay quién ha chocado contra él. 

Por momentos, la pared defensiva, es dura como la piedra. Impide el paso de las malas palabras, de las personas tóxicas, que siempre nos rodean, de los malos recuerdos o de aquellas experiencias que ya amenazan con ser negativas antes de vivirse. Pero entre esas excelentes piedras, se esconde un secreto, y que no era contemplado en el de los habitantes de Jericó.

 Por momentos, entre algunas de las teselas por las que está formado ese muro imaginario, tocando los ladrillos adecuados, o diciendo las palabras correctas, la pared es totalmente permeable, te permite el paso. En esos espacios el muro aparece acuoso, dúctil, maleable. Lo construye así a posta, para que la leyenda pueda cumplirse. Al fin y al cabo, Josúe no pretende aislarse, solo defenderse de unos pocos. Conoce la historia y sabe que, al final, los habitantes de Jericó cayeron vencidos al caer su propio muro. Él no lucha en ninguna batalla contra nadie, bueno, quizás sí, contra sí mismo, se prepara para ser y estar feliz.  

Desde lo alto de la torre principal se puede ver cómo van llegando.  Los que chocan, los que no pueden avanzar, dan vueltas sin saber alrededor del muro. Gritan, chillan, patalean.

También están los otros. Quizás sean lo menos. Pero están. Los ve y los espera. 

En ese grupo Josué te ha colocado. Tú lo sabes. Él puede ver como te apartas del bullicio para que nadie te vea. Con cariño, con cuidado, tal y como sabes hacerlo, haces tocar la trompeta y el muro se abre. Lo hace sólo para tí. Te permite entrar, pues eres de esas personas que valen la pena. Las que aportan, las que a él le importan. 

Josúe te abraza. Tú recoges el calor de su cuerpo, devolviéndole el apretón. Agradeces ese beso en la frente. También le besas. Juntos más fuertes, juntos para siempre. 

Gracias por leerme.