«El regreso de Chiquita»

«El regreso de Chiquita»
Mi Chiquita, una de mis personas favoritas.

Chiquita es una adolescente bonita, simpática, dicharachera, habladora y muy inteligente. Las distintas demostraciones de tener una memoria prodigiosa, para lo que le interesa, ha hecho que en casa, a veces, la llamen «cerebrito». 

Si hay alguna característica que debo resaltar de su personalidad es, sin duda, el despliegue constante de su felicidad. Es una de esas personas que utilizan su amplia y permanente sonrisa para irradiar energía positiva por donde quiera que se mueve. Ella es y hace felices a los demás.

Como todas las adolescentes tiene sus momentos. Su cuerpo está en proceso de cambio y sus hormonas la hacen llorar, enfadarse, esconderse, encerrarse en su cuerpo…, o tras la pantalla de su móvil. No importa, aún en esas ocasiones, cuando asoma el hocico tras la puerta de su escondrijo, se le siente llegar gracias al aire fresco que forma el aura que la rodea. 

Es un espíritu aventurero, capaz de, tal y como ya ha demostrado en varias ocasiones, enfrentarse a nuevos retos y a cambios importantes que la han hecho crecer, madurar y disfrutar de grandes y nuevas experiencias.

Hace un mes se marchó para experimentar una de esas vivencias en un país extraño, con otras costumbres, en una casa que no es la suya y con unas personas que no son su familia. Su historia es todo un éxito. 

Ahora regresa, con la maleta llena de vivencias, con la cabeza ocupada de nuevas y grandes expectativas de vida y con el corazón trastocado, por dejar atrás a tanta gente que la han acogido como una más de su familia, como una más de la pandilla, y por volver con los suyos. 

Hoy les hablo del retorno de mi Chiquita, la más valiente y preciosa niña. El regreso de una de mis personas favoritas, mi hija. 

Por fin vuelves, ¡te he echado tanto de menos! Estas letras son tu primer abrazo. El otro mañana.

Gracias por leerme.

«El regalo que no podía faltar»

«El regalo que no podía faltar»

Una vez más, un año más, para Luis, la mejor mañana del año es la del 6 de enero. Le hace muchísima ilusión levantarse con cara de sorpresa y dejarse atrapar por el griterío de los más pequeños al ver la pila de regalos que, apareciendo misteriosamente durante la noche, ocupan el suelo del salón de la casa. 

El, como todos los de su familia, se levanta de su cama con una gran expectación, manteniendo así viva la magia, por abrir los regalos llegados desde Oriente. 

Desde lejos, en medio de la algarabía, ve uno de los paquetes con su nombre. Sonríe. Sin llegar a tocarlo, sin decir nada a nadie, sin necesidad de acercarse a él, desde la distancia, con tan solo la eficacia de la primera mirada de alguien que ya ha visto mucho en su vida, sabe a la perfección de qué se trata; ayuda a esta deducción, el hecho de que todos los años le toca uno de esos paquetes.

Ya relajado el ambiente y calmados los nervios de los primeros momentos, todos sentados en corro, ocupando cada silla y cada cojín, aunque sea en el suelo, los más pequeños se ponen a repartir los paquetes. La consigna es que hay que hacerlo de uno en uno, con calma, esperando a que la persona seleccionada abra su paquete y muestre el contenido a toda la familia.

Cuando llega su turno, tal y como era de esperar, aquel paquete fue el primero en llegar a sus manos. 

Lo palpó, escuchó las bromas y los ánimos para que lo abriera y, como no, allí estaban, no podían faltar: tres pares de calcetines. Al menos este año eran con dibujitos. 

Gracias por leerme.

«Una aparición inesperada»

«Una aparición inesperada»

Al parecer él no lo vio venir. Iba vestido con su traje de corbata de color oscuro y su sombrero Fedora, negro y de ala mediana, para más indicaciones. Cruzó la calle sin darse cuenta del coche que, a velocidad ordinaria, subía en dirección a la carretera general, hasta casi colisionar con él. Por suerte no lo hizo. El hombre miró al coche, no hizo ni un gesto de desaprobación o de enfado, tampoco infirió ningún exabrupto o gesto hiriente. Nada, como si no le hubiera importado, solo fijó la mirada en la acompañante del conductor.

Las luces de la noche apenas alumbran la calle. La escasez de estas hace que las sombras superen con creces los momentos de claridad. Conducir así no es fácil.

Tras el grito que dio la acompañante el conductor no tuvo más remedio que frenar. Lo hizo en seco, a lo bruto, en un acto reflejo, sobresaltado por el chillido de su pareja.

No venía nadie detrás, ¡menos mal!, eso facilitó la inoportuna maniobra, que realizó bruscamente tras el susto recibido.

–¡¡Pero…, se puede saber por qué coño…!! –gritó altamente sorprendido.

–¿No lo has visto? –contestó ella con voz temblorosa.

–¿El qué?

–¡A mi padre!

–Pero, ¡qué coño dices!, ¡es que te has vuelto loca!…

El conductor, tras recuperar el aliento y asegurarse de que no venía ningún vehículo, se cayó. Volvió a encender el coche y arrancó, intentando recuperar la calma y la velocidad.

Ella miró hacia atrás. La carretera continuaba a oscuras, con apenas el reflejo de una farola que ahora se alejaba. Estaba segura de lo que había visto. Sus manos seguían temblando. Su estómago se había encogido. Estaba segura que aquel hombre que cruzaba la carretera y la había mirado era su padre. Solo que allí no había nadie y el hombre que suponía haber visto ya hacía más de cuarenta y cinco años que había fallecido.

Gracias por leerme.

«La magia de un día de Reyes»

«La magia de un día de Reyes»
Magia siempre presente.

Las princesas duermen tranquilas hasta que la luz de las estrellas les abren los ojos y pueden empezar a soñar. A compartir su magia.

Esa es la sensación que tuve cuando, el día de Reyes, mi princesa, la pequeña de la casa, la enana…, mi niña, nos sorprendió a todos sacando de la manga, como si de una experta prestidigitadora se tratase, un sobre de regalo para cada uno. En sus ojos estaba ese refulgir característico de la emoción. 

Hasta ahora los Reyes Magos seguían en su trono. Los secretos, las palabras conspiradoras, las señas…, todo se mantenía igual., cuando se acercaba la fecha. Todos creímos que la magia, se mantenía oculta dentro de su botella de cristal, esperando a ser abierta para sorprender, un año mas, a cada uno de la familia.

Fue ella la que este año nos sorprendió a todos, con su entereza, con su sonrisa complice y con sus ganas de compartir la magia que durante todos estos años aprendió. Ahora la utiliza en su favor para mantener la tradición de esta fabulosa noche.

Mi sobre, mi regalo, de color rojo, como el rojo fuego que emana de su gran y potente corazón, o el de los colores que acudieron a matizar y dar vida a sus mofletes, guardaba una frase, que, si me lo permites, me la quedo para mi. Solo te cuento de que, en pocas palabras, expresó todo el amor que lleva dentro, todo el amor que sentimos el uno por el otro. 

No lo pude evitar. Las lágrimas corrieron por mi cara, al igual que ahora que te lo cuento, como el agua de los riachuelos, ladera abajo, dejando ese pequeño surco y la sonrisa de la tierra cuando el líquido elemento esperado llega.

La niña ya no es tan niña. Crece pero con la magia enseñada y con la ilusión de que mantener este bello juego, regalando unas palabras de afecto, es expresar amor y sinceridad a las personas que te rodean.

Gracias por leerme.  

«Una cuestión de bolas»

«Una cuestión de bolas»
¿Bolas?

Pues al parecer la cosa hoy va de bolas; que por cierto viene bien en esta época del año.

Sin duda alguna escuchar que alguien te diga que te va a «coger por las bolas» es muy desagradable, aunque no pegue mucho con los supuestos buenos propósitos que empiezan a inundar el ambiente festivo que empezamos a tener a nuestro alrededor.

Una buena respuesta a ese comentario tan soez, que no pasará desapercibida y que probablemente genere un efecto belicoso por la otra parte, sería «no me toques las bolas». No es la idea de este relato esquinero de hoy.

Parece que hoy me estoy enredando las bolas. Puede incluso que pienses que «no doy pie con bola», ya que al parecer me está costando desenredar este ovillo, por no volver a decir bola, de lana en la que se esta convirtiendo este texto. Puede incluso que hasta me digas que eres tú quien está «hasta las bolas».

Para serte del todo sincero decirte que de las bolas que quiero hablar, no on de esas que se citan o insinúan en esas expresiones. Hoy te quiero nombrar las bolas de mi madre. 

Si la conoces, crees que sabes a lo que me refiero, pero tampoco me refiero a esa bolas, sino lo que en verdad quiero resaltar es una de sus manualidades que, como decía al principio, tienen mucho que ver con estas fiestas.

El árbol de Navidad de mi casa está decorado con las bolas que hizo mi madre. cOn las que lleva haciendo ya unos cuantos años y de las que siempre nos regala alguna para ir aumentando la colección. 

Hechas a mano, una a una, con cariño y precisión extrema, cada una de ellas es distinta a las otras; decorada con piedras, lazos, nudos o cualquier pequeño detalle que ha caído en sus manos durante todo este año. ¿No me digas que no es para «darle bola» y presumir de ello? 

Pues ya plantado el árbol, con tanta bola y tanta coba, como verás sí que tenía que ver con esta época. ¿Como has decorado tu árbol? ¿Tienes alguna pequeña tradición al hacerlo? ¿Te apetece ver mis bolas?

«Una cuestión de bolas»
¡¡¡Por la bolas de mi madre!!!

Gracias por leerme.

«El tío gilipollas vuelve al ataque»

«El tío gilipollas vuelve al ataque»
SOy gilipollas y este un tonto a mi lado.

Hace dos años y unos pocos días que publiqué una entrada en esta esquina titulada «Modo tío sufridor, activado» (Si eres de las pocas personas que no te reíste de mi, por aquel entonces, ahora tienes una nueva oportunidad para hacerlo). 

Debo ser gilipollas. Corrijo, ¡soy gilipollas! Pese a que por aquel entonces aseguré de que tenía una orden judicial, que me eximía de quedarme con mis sobrinos, al menos, durante diez años y un día, mañana volveré a picar ya que me he comprometido ha quedarme con ellos todo el fin de semana. Sí, ¡todo el fin de semana! Después lo que sufrí. Entiendes ahora porqué digo que soy gilipollas. Eso o que en el fondo quiero a los enanos. Bueno, o ambas cosas, que no tienen porque estar separadas. 

Al parecer el plan y las condiciones del préstamo, son menos exigentes que la vez pasada. La celiaquía del pequeño (tres años) está «controlada» —esto significa que ya sabemos qué puede comer y qué no, y, por lo tanto, no vomita como si fuera la niña del exorcista, que fue lo que ocurrió la otra vez, cada vez que le enchufaba el biberón con gofio, o un pedazo de pan…—. Por otro lado, la mayor (cinco años) es consciente de lo que va a ocurrir y la figura de apego a su madre, en teoría, está más superada. «Los niños no lloran» dice la madre… ¡ya veremos! Yo recuerdo verlos, como dice el padre, con la boca tipo buzón y los ojos achinados del esfuerzo por tanto llanto.

De todas formas, no me fío un pelo. Si has leído el escrito anterior —tienes el link más arriba—, la otra vez comencé, según empezó el fin de semana, a escuchar unas risitas en mi cabeza, probablemente fruto de una locura transitoria, que espero ya tener superada, por lo que, esta vez, pienso estar bien atento a todo lo que suceda y, bajo ningún concepto, dejarme liar —(jejeje), ¡ehhhh!,  ¡no empecemos!—. El plan es el siguiente:

Viernes tarde: Recojo a los niños en el cole. Para ello tengo un carnet que me autoriza, pijos que son en ese cole. Vamos a casa. Paseo para cansarlos. Ducha, cena —(jejeje) ¡Sí, lo sé!, que el niño es celiaco!; tortillita francesa y a la cama. —Por cierto no le digan nada a mi hermana pero tengo un bote de jarabe antihistamínico, recomendado por una farmacéutica amiga, que los hace dormir como benditos (jejeje), ¡ups!, pero solo será suministrado en caso de extrema necesidad y por si…, bueno, según indica el prospecto, no para otro fin. 

Sábado: Madrugar. En esto ya estoy sobre aviso, por ser tío gilipollas que lo he admitido. ¡Todos para la playa! Nada mejor que coman un fisco de arena —¿Le hace daño a los celiacos?, (jejeje) espero que no—. Ducha, almuerzo, siesta, parque, ducha relajante, jarabe —¡ups! error del teclado, quise decir ‘a dormir’.

Domingo: Madrugar —¿ves por lo que digo lo de gilipollas? ¡dos días seguidos!—. Se repetirá el plan del sábado. Menos por la pequeña salvedad de que, como la madre de las criaturas llega a las 15:10 es muy probable que desde las 12:00 la esté esperando, cual tío gilipollas,  con los brazos abiertos, en el aeropuerto. Imagino que tendré la suerte de que la compañía aérea adelante la llegada de todos sus vuelos, para así compensar el daño que nos ha causado estos años atrás (jejeje). En caso contrario, (jejeje) es muy probable, que el bote de jarabe me lo haya tomado yo y verás a este tío gilipollas, totalmente dormido en uno de los incómodos bancos de la sala de espera del aeropuerto, mientras mis sobrinos saltan sobre mi. Si llegara el caso, te ruego que les des de comer, pero recuerda que el enano, es celiaco, y yo el tío más gilipollas que has visto nunca.

¡Ya les contaré!

Gracias por leerme.