
Es muy normal que el sentimiento de desilusión comience cuando alguien, te deja solo, te abandona, no te hace la llamada que tú esperabas, o no te manda el mensaje deseado. Están los que te desilusionan de manera inesperada, pero también hay quien tiene entrenamiento y lo hace poco a poco.
Como animales sociales que somos hay personas que sin esperarlo se nos vuelven necesarios; como la comida, el aire, el agua, el calor. Su compañía, sus palabras, su complicidad…, se nos ofrece desde el minuto uno que las conocemos, creando a su alrededor un mundo lleno de complicidad y dependencia. Lo peor llega cuando, a veces sin saber muy bien como, se van como si nada hubiese ocurrido, en silencio, alejándose con una excusa u otra y te dejan esperando, mirando el teléfono, o la esquina en la que solían quedar… Te dejan con los brazos extendidos. Es aquí donde la desilusión llega y con ella los malos momentos.
La vida no solo consiste en victorias también hay derrotas, quizás hay más de estas que de las primeras, que cada uno supera como puede. En esos casos es cuando debemos empoderarnos e intentar salir del desasosiego lo antes posible.
¿Qué produce la desilusión? Sin duda muchos factores pero es muy común sentirla por culpa de una amistad desleal, un amor que nos decepciona, un proyecto interrumpido, un familiar que nos falla…
hablando en general, es muy fácil que las cosas no salgan como queremos, pero es muy probable que siempre que sintamos esa desilusión de la que estamos hablando es porque previamente nosotros mismos nos habíamos creado ciertas expectativas alejadas de la realidad. De esta manera, una forma de evitar la desilusión —o la respuesta fácil que darían muchos— sería intentar no esperar nada. ¡Caray! No soy, para nada así, y se que tú tampoco. Nosotros preferimos vivir con esperanza, con ilusión, buscando la magia y la felicidad en cada esquina. Por desgracia en ocasiones con lo que tropezamos es con esa desilusión que siempre intenta neutralizarnos.
El mayor problema que creo que puede tener la desilusión, es que es un sentimiento que podemos llamar de doble pena: nos desilusiona una situación o persona y, por otro lado, nuestra actitud la perpetúa, llevándonos a la depresión o la renuncia.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la aceptación de la situación como vía de solución. Aceptar es reconocer lo que ya está ahí, acoger el mundo tal y como es, en vez de exhortarlo a que sea como debería ser. Por lo tanto también es importante aceptar la decepción, reconocer tranquilamente que esperábamos algo distinto y que nos equivocamos, es vivir en lo real y no en una sucesión de ilusiones y desilusiones. Aceptar no es resignarse, ni someterse, no es renunciar, ni esperar, ni no actuar.
La desilusión se combate con la aceptación de que la vida siempre será una sucesión de alegrías y decepciones, sin crearnos falsas expectativas ni logros inalcanzables, y en esa lucha debemos mantenernos atentos, pero felices. Y en esa lucha estamos.
¿Qué te desilusiona? ¿Cómo la combates? ¿Has desilusionado ha
alguien?
Gracias por leerme.
Aceptar la vida con alegría es para mí lo prioritario, el resto que pase de largo junto a mí.
Muy buena reflexión Guillermo!!!!
Efectivamente, la alegría no puede abandonarnos, es un arma formidable para combatir cualquier inconveniente. Gracias por estar ahí.