«Me gusta que te fijes en mí»

«Me gusta que te fijes en mí»

Me he dado cuenta, me miras de reojo. Sabes que yo también lo hago, pues, en no pocas ocasiones, nuestras miradas se han tropezado y ambos hemos intentado huir del emocionante brillo que sentimos, sí, ese destello que se pone en nuestras pupilas cuando nos acercamos. Ese sentimiento hace que sea casi imposible separarnos, pero en tan solo un par de segundos, nos sonreímos, con cierta picardía, y apartamos la vista. Luego seguro que volverá a ocurrir. 

Hoy has ido un poco más allá. Me has dejado descolocado, pero muy emocionado, me gusta que te fijes en mí. Me gusta que me lo hagas saber, como yo mismo suelo hacerlo contigo. 

Has levantado la vista y te has dado cuenta de que me corté el pelo. Te he gustado y eso se nota. Además, no te has avergonzado de lo que sientes y me has dicho lo guapo que estoy. Gracias. Tú también lo estás. 

Por si fuera poco, al cabo de un rato, tu mirada ha recorrido mi cuerpo y me has piropeado por cómo voy vestido. Sin duda esta forma de vestir, la que ahora le dicen casual, me favorece, y a tí te ha gustado. 

Me asombraste cuando te fijaste en mis nuevas gafas de color. No pensé que te darías cuenta del cambio que hice y, sin duda, estas que ahora llevo son las que más te gustan. 

Además de todo eso, y por si fuera poco, hoy me has felicitado por lo bien que lo he hecho en el trabajo, por lo fantástico que estoy siendo contigo, por lo agradable que ha sido nuestra conversación, por nuestra mensajería cómplice cargada de emoción y, a veces, de erotismo, por nuestras risas y la confianza que tenemos en nuestras confidencias. Me has agradecido el esfuerzo que estoy haciendo. Gracias a tí también. Te las mereces. 

Ahora entiendo el motivo por el que siempre estaremos juntos. Hoy estamos a la par, estamos en paz. Me encanta cuando me cuido, me trato bien y me digo cosas bonitas. 

Gracias por leerme.

«¡Sorpresa!»

«¡Sorpresa!»

Los lunes tienen un sabor especial, ¿qué te voy a contar yo que tú no sepas ya? Aquella mañana, de aquel lunes cualquiera, de aquel mes cualquiera, en una empresa cualquiera, Alejandra se acercaba con resignación a su puesto. 

Ella era una trabajadora incansable que siempre se esforzaba al máximo por sacar el trabajo adelante e intentaba llevarlo al día. Apenas se levantaba de su asiento. Cada lunes, comenzaba una nueva semana de duro trabajo en la oficina, organizaba los pedidos, ordenaba pagos, distribuía visitas, consultas, informes… 

Aunque amaba lo que hacía, a veces la rutina se volvía abrumadora. Pero hoy, nada más acercarse a su escritorio, notó que algo inusual estaba destinado a suceder. Sobre su mesa  había algo fuera de lo común: una pequeña caja envuelta con un papel de regalo azul brillante.

Confundida, miró alrededor. El resto de compañeros y compañeras estaban incorporándose a sus puestos. Nadie parecía haberse dado cuenta de aquella misteriosa caja. Con curiosidad, y de manera cuidadosa, comenzó a desatar el lazo. Al abrirla, se encontró con una nota que decía: «Para Alejandra, para que empieces la semana con una hermosa sonrisa».

Su corazón comenzó a latir de manera acelerada. ¿Quién podría haber dejado ese regalo en su escritorio? No tenía idea. 

Con cuidado, sacó el contenido de la caja y descubrió una sencilla bolsa de caramelos de todos los colores que, sin duda, la habían hecho sonreír de oreja a oreja. No sabía qué hacer, estaba asombrada. No podía creer que alguien se hubiera tomado el tiempo de hacerle ese hermoso y sencillo regalo sólo para verla sonreír. 

Durante el resto de la semana, no dejó de pensar en el misterioso regalo y en quién podría haberlo dejado en su escritorio. La sorpresa y la intriga se habían apoderado de ella, pero también se sintió profundamente agradecida y feliz.

En todas las ocasiones, dar una pequeña sorpresa y hacer sonreír a alguien, es la mejor arma para emocionar y agradecer a los que nos rodean, el gran favor que nos hacen por regalarnos su amistad, confianza y compañía, generando espacios para la felicidad y el bienestar de ambos.

Gracias por leerme.

P.D.: Ya no me quedan del sabor que me gusta.

«Es hora de regresar»

«Es hora de regresar»

Llegó la hora de regresar. Aquel hombre, que había partido en busca de aventuras y aprendizajes, recorrido tierras lejanas, conocido personas de diferentes culturas y enfrentado a desafíos que, casi sin darse cuenta, habían moldeado su personalidad, se encontraba frente a la extraña situación de volver a su consabida cotidianeidad. 

Los nervios le batían el estómago. A pesar de todas las experiencias y vivencias que durante el trayecto había acumulado, le asustaba una única cosa, que nunca pudo olvidar mientras recorría el camino, aquella sonrisa con la que había compartido tantas risas, llantos, secretos, complicidad y sueños. 

Cuando decidió partir en busca de esas experiencias, sabía que la dejaba atrás y que desconocía por completo qué se iba a encontrar a su regreso.

Pero en su trayecto, como bien decía Cavafis, deseaba que su viaje, a esa Ítaca particular, fuera largo y lleno de experiencias, pues sentía que necesitaba descubrir el mundo y encontrar su lugar en él.

Tal y como esperaba, a lo largo del camino, se despertó en él un lado que estaba latente, dormido, que incluso no sabía que tenía. Comprendió que podía luchar contra los propios fantasmas, tomó decisiones difíciles y liberó un lado oculto que lo empoderada sobre sus propios miedos.

Entre tanto, también descubrió que, sin embargo, en su corazón, aún mantenía aquel espacio reservado para encontrar la paz y la intensidad que ninguna distancia ni experiencia podía hacer desvanecer.

La diferencia es que ahora tenía las herramientas para vivir en calma, seguir luchando por lo creía con convicción y comprender que todo tiene su tiempo. Lo que es para uno, el propio camino, el viaje que cada cual necesita recorrer, se lo traerá, envuelto en esa preciosa sonrisa que tantos buenos momentos ha dado y los que aún esperan para ser compartidos. Porque la sonrisa es la que cada uno de nosotros aporta, aunque ya sabes que a mí, me gusta especialmente la tuya.

Gracias por leerme.

«El gilipollas que vive arriba»

«El gilipollas que vive arriba»
El pobre pato no tiene la culpa

Pues no me cabe la menor duda de que el que vive arriba, en muchas ocasiones, es un auténtico gilipollas. Pero tranquilidad, no armemos alboroto, creo, estoy casi seguro al cien por cien, de que él lo sabe. Además se acepta. O se aguanta como puede.  

Como buen gilipollas, parece creerse más que nadie. Se pasea por el barrio, bien arreglado y contoneándose como si en aquel triste paseo le fuera la vida. Camina erguido y colma de caricias a todo aquel que lo alaga y regocija, campando a sus anchas, puede que hasta sin saberlo o sin creerlo, pues piensa que esas lisonjeras palabras y gestos vacíos de contenido son dados por su ser, en vez de por su interés. 

Pero ahí va el gilipollas, caminando entre fantasmagóricas ocurrencias y sueños inalcanzables, a los que él cree que va a poder llegar. Yo lo vigilo desde mi privilegiada situación. Intento avisarle, mandarle mensajes de advertencia para que pueda solucionar esa triste situación, pues considero que es de urgencia hacerle caer en la agónica situación de soledad en la que está inscrito y de la que no se ha dado cuenta, por su propia gilipollez.

Lo peor no es que te traten como si fueras un gilipollas, sino que acabes creyéndote que eres gilipollas. De esta manera, serás un gilipollas.

Créeme cuando te digo que estoy totalmente seguro de que él lo sabe; pues ese gilipollas ya te he dicho que vive arriba, en mi cabeza y lo soporto todos los días. Ya ves, menudo panorama. A ver como coño arreglo yo esto, o al menos, a ver si consigo disimularlo, para que tú no me lo notes, que para gilipolladas ya tengo las mías andando a sus anchas por mi triste totorota.

Gracias por leerme.

«Josué y los muros de Jericó»

Josué conoce las palabras de la Biblia. No cree en ella, pero la ha leído. En sus conversaciones sale a relucir cierto conocimiento de las letras e historias que allí se narran. Ha aprendido de ellas. 

En el momento en el que está, se contempla a sí mismo como si uno de los habitantes del mismísimo Jericó se tratara. Se defiende de sus enemigos con un basto muro de arcilla. Ladrillos que está construyendo con sus manos, a base de amasar su propia confianza, sus deseos y sueños, mensajes positivos y buenos momentos. Pero él no es Jericó y sus intenciones y forma de ser son totalmente distintas a las de esos antiguos seres.

Reconoce que el muro que levanta a su alrededor es invisible. Al menos eso pretende. Aunque es consciente de que ya hay quién ha chocado contra él. 

Por momentos, la pared defensiva, es dura como la piedra. Impide el paso de las malas palabras, de las personas tóxicas, que siempre nos rodean, de los malos recuerdos o de aquellas experiencias que ya amenazan con ser negativas antes de vivirse. Pero entre esas excelentes piedras, se esconde un secreto, y que no era contemplado en el de los habitantes de Jericó.

 Por momentos, entre algunas de las teselas por las que está formado ese muro imaginario, tocando los ladrillos adecuados, o diciendo las palabras correctas, la pared es totalmente permeable, te permite el paso. En esos espacios el muro aparece acuoso, dúctil, maleable. Lo construye así a posta, para que la leyenda pueda cumplirse. Al fin y al cabo, Josúe no pretende aislarse, solo defenderse de unos pocos. Conoce la historia y sabe que, al final, los habitantes de Jericó cayeron vencidos al caer su propio muro. Él no lucha en ninguna batalla contra nadie, bueno, quizás sí, contra sí mismo, se prepara para ser y estar feliz.  

Desde lo alto de la torre principal se puede ver cómo van llegando.  Los que chocan, los que no pueden avanzar, dan vueltas sin saber alrededor del muro. Gritan, chillan, patalean.

También están los otros. Quizás sean lo menos. Pero están. Los ve y los espera. 

En ese grupo Josué te ha colocado. Tú lo sabes. Él puede ver como te apartas del bullicio para que nadie te vea. Con cariño, con cuidado, tal y como sabes hacerlo, haces tocar la trompeta y el muro se abre. Lo hace sólo para tí. Te permite entrar, pues eres de esas personas que valen la pena. Las que aportan, las que a él le importan. 

Josúe te abraza. Tú recoges el calor de su cuerpo, devolviéndole el apretón. Agradeces ese beso en la frente. También le besas. Juntos más fuertes, juntos para siempre. 

Gracias por leerme.

«Si el mar fuera yo»

«Si el mar fuera yo»

Poco hablo de mi. A veces mis historias, estas que lees en esta esquina, intuyen alguno de mis rasgos o de las cosas que hago. Tanto es así que hay quien lee y siempre se pregunta si lo que escribo es real o inventado, vivido en mis propias carnes o imaginado. Sabes que nunca respondo esa consulta. Sobre este respecto estoy convencido de que cada cual debe sacar sus propias conjeturas. 

Creo que por ello, hoy hablaré de mi. Así que sí, lo de hoy puede que sea verdad.

Para empezar debes perdóname si, como dice la canción, en estas líneas me apetece compararme con el mar… Si es así, si disculpas mi atrevimiento, tú serás el cielo. De esta manera ambos seremos igual de azules. 

No puedo mentirte, soy como el mar, calmo o bravío.

Me conoces bien, por lo que no te extraña ver cómo hay días en los que me levanto como una ola espumosa, cargada de energía, fuerza y belleza. Otros, por el contrario, me despierto en calma, acunando al ritmo del vaivén de mis propias olas, ahora convertidas en palabras. En ambos casos, nada garantiza el final de la jornada. 

Hay días que, como todos, en los que jugamos en la orilla, o nadamos sin preocupaciones. Otros, por el contrario, me rompo chocando mis olas contra las rocas o los acantilados de la vida, de la costa. Pero somos agua, somos y soy mar. Tarde o temprano el líquido elemento vuelve a la calma, recupera su espacio y su latir. 

También lloro, a veces me ayuda. Las lágrimas se convierten en esas gotas rebosantes que salpican, que bañan el desasosiego para ocupar el espacio que otros sentimientos han dejado vacío. Pero como el fuerte oleaje también pasa.

Siempre vuelvo al mar. Me gusta buscar la calma, aún cuando está embravecido, buscar la paz en el horizonte con mi mirada, encontrarte en él. Allí estás. Siempre estás.

Sí, me gusta jugar a ser el mar, a mojarnos juntos, mecerte en mis brazos, que notes mis caricias, que me ayudes a calmar la tempestad y que estés conmigo, también en la arena, al refugio del abrazo sobre mi pecho, pues toda galerna pasa. 

Gracias por leerme.

«En una caja de fósforos»

«En una caja de fósforos»

Desde hace tiempo sospecho que tener una caja de fósforos es un bien preciado. Su utilidad no es discutible, sobre todo cuando llega la oscuridad y las cerillas que guarda se hacen necesarias para encender velas, a fin de donar esa pequeña luminosidad cálida, con la que espantar sombras y fantasmas, en las que ya empiezan a ser frías noches de invierno. 

Pero las cajas de fósforos no son todas iguales. Algunas guardan pequeños secretos. Otras grandes sorpresas.

La que yo tengo no solo acoge pequeños deseos que se activan con el rozamiento, en forma de chasquido luminoso, sino que intento conseguir que dentro de ella encienda la flama de la ilusión. La mía propia.

Mi pequeña caja de fósforos se está convirtiendo en un espacio en el que cada pequeña fogata que prende puede convertirse en un deseo distinto, en un momento de paz o en una lucha por seguir adelante, en un sueño por perseguir o una visita inesperada. Cada uno de los oníricos pensamientos que se encienden, en el que puede que me acompañes, se llenan de esperanza por conseguir la felicidad, en la que, la tranquilidad y la paz, sean la tónica reinante.

Creo que cada uno de nosotros somos una caja de fósforos, o al menos llevamos una dentro. Podemos encendernos de manera distinta, y según nos rocen, apagarnos si nos soplan adecuadamente o si la suave caricia de los dedos, pasados por un tibio beso, logra colarse en entre nuestro cuerpo y la llama que alberga.

En mi caso, vivir en una caja de fósforos, es una suerte, ya que el simple roce del estar, hace que la magia se encienda. Eso tiene sus ventajas. Es un espacio que se convierte, que se reconvierte, se transforma, se enciende o apaga según los estados de ánimos, según la visita, la música que suene, o las velas que se enciendan. En mi caso, es una burbuja, un pequeño espacio lleno de paz que aleja el ruido, permite hablar, escuchar y sentir. Sobre todo sentir.

Gracias por leerme.

«El regreso de Chiquita»

«El regreso de Chiquita»
Mi Chiquita, una de mis personas favoritas.

Chiquita es una adolescente bonita, simpática, dicharachera, habladora y muy inteligente. Las distintas demostraciones de tener una memoria prodigiosa, para lo que le interesa, ha hecho que en casa, a veces, la llamen «cerebrito». 

Si hay alguna característica que debo resaltar de su personalidad es, sin duda, el despliegue constante de su felicidad. Es una de esas personas que utilizan su amplia y permanente sonrisa para irradiar energía positiva por donde quiera que se mueve. Ella es y hace felices a los demás.

Como todas las adolescentes tiene sus momentos. Su cuerpo está en proceso de cambio y sus hormonas la hacen llorar, enfadarse, esconderse, encerrarse en su cuerpo…, o tras la pantalla de su móvil. No importa, aún en esas ocasiones, cuando asoma el hocico tras la puerta de su escondrijo, se le siente llegar gracias al aire fresco que forma el aura que la rodea. 

Es un espíritu aventurero, capaz de, tal y como ya ha demostrado en varias ocasiones, enfrentarse a nuevos retos y a cambios importantes que la han hecho crecer, madurar y disfrutar de grandes y nuevas experiencias.

Hace un mes se marchó para experimentar una de esas vivencias en un país extraño, con otras costumbres, en una casa que no es la suya y con unas personas que no son su familia. Su historia es todo un éxito. 

Ahora regresa, con la maleta llena de vivencias, con la cabeza ocupada de nuevas y grandes expectativas de vida y con el corazón trastocado, por dejar atrás a tanta gente que la han acogido como una más de su familia, como una más de la pandilla, y por volver con los suyos. 

Hoy les hablo del retorno de mi Chiquita, la más valiente y preciosa niña. El regreso de una de mis personas favoritas, mi hija. 

Por fin vuelves, ¡te he echado tanto de menos! Estas letras son tu primer abrazo. El otro mañana.

Gracias por leerme.

«Llega la hora de cerrar y salir del laberinto»

«Llega la hora de cerrar y salir del laberinto»
Hora de salir del laberinto

En el interior del laberinto del fauno poco ruido se escucha. Como es evidente y ya te imaginarás, eso ocurre hasta que él mismo, amo y señor lugar, así lo decide. Los que se envalentonan y se adentran en su interior buscan, de manera casi inmediata, la salida más próxima. Todos lo hacen sin suerte, pues la bestia interviene. Nosotros llevamos ventaja.

Un colegio vacío tiene mucho que ver con esa sensación. Las aulas desiertas se convierten en espacios lúgubres. Los pasillos, como los del Laberinto, parecen cambiar de forma y proyectan sombras anónimas y misteriosas que poco o nada tienen que ver con las normales, con las de un día normal. Las escaleras reproducen ecos de pasos inexistentes y voces que ahora ya no habitan entre aquellas paredes. Solo falta que aparezca la bestia.

¿Todos creen que ella no existe? Pero está. Vive y se muestra.

El animal, como si de una especie de alma en pena se tratara, hace su aparición de manera ingeniosa. Lo podemos sentir, a veces oler y otras escuchar, si prestamos atención en esas aulas y pasillos carentes de los seres vivos que normalmente las habitan. 

Pero no desesperes. En estas percepciones, en este laberinto triste en el que ahora se convierten los centros escolares, todas las sensaciones son buenas, pues en poco tiempo, sus puertas volverán a abrirse y a llenarse de nuevas y buenas vibraciones, de fragancias agradables, de momentos de calma y otros de estrés, sin maldad ninguno de ellos, que hacen que nos podamos sentir plenamente contentos, vivos e ilusionados por lo que hacemos.

Así que en esas estamos, cerrando capítulos, cerrando el colegio y, también, cerrando este blog, hasta el próximo septiembre, para poder escapar del laberinto y disfrutar, si el fauno nos deja de un merecido descanso. 

FELIZ VERANO.

Gracias por leerme.

«Hacia el Roque de basalto»

«Hacia el Roque de basalto»
Un roque, un camino (Foto realizada con mi teléfono móvil)

Durante una de esas caminatas, en las que pretende abandonar el ruido y el devenir del día a día, de lo más profundo del bosque emergió una especie de rugido que, en un primer momento, le heló las entrañas. Duró apenas un instante, pero fue lo suficientemente intenso como para ser sentido, hacer parar la marcha y desviar la mirada hacia la dirección de la que provenía. 

Tal y como lo percibió, aquel sonido desapareció. Con algo de dudas, pues no era normal escuchar algo así, decidió continuar la marcha. 

Apenas unos cientos de metros más adelante, un nuevo lamento, surgió de la arboleda. La mirada ágil en aquella dirección le permitió descubrir el movimiento de alguno de los pinos, tras los que, sin duda, algo se escondía. La única solución, acelerar el paso. 

El destino era el Roque de basalto que ya se podía ver al fondo del camino. Todo parecía complicarse. Una ligera bruma empezó a ascender la ladera, ocupando el cauce seco del barranco y amenazando con taparlo todo para dificultar la visibilidad. Para más infortunio, el camino se estrechaba, como lo hacen todos en algún momento de la vida, dificultando el paso. Por suerte, unas barandillas de madera, recién instaladas, brindaban algo de seguridad al caminante, protegiéndolo de una más que probable caída. 

Un nuevo estruendo, seguido de un llanto, de una pena y de un quejido de dolor, hicieron que el paso fuera seguro y cada vez más potente.

El ritmo conseguido y la firmeza del transeúnte hicieron que poco a poco, a cada zancada que daba, aquella situación quedara atrás y es que, a veces, el ruido y el devenir de los días nos absorben tanto que intentan rodearnos y llenarnos de miedos. Basta buscar algo de soledad, algo de libertad, un Roque hacia el que caminar, o un sendero que recorrer, para descubrir que podemos superar todas esas disonancias que nos rodean. 

Por suerte soy de esos que, como terapia, tienen la montaña y, con eso, me ahorro una pasta en psicoanálisis. 

Gracias por leerme.