
Agustín lleva tiempo luchando por una sonrisa. Su vida estaba centrada en el trabajo —ahí pocas alegrías recibía últimamente— y en su casa, donde cuidaba de una madre enferma, las labores del hogar… Poco rato tenía para levantar los labios y esbozar una mueca que se pareciera a ese gesto facial que veía en sus compañeros, vecindario… Reír a carcajadas ya era un recuerdo borrado.
Aquella tarde, al salir de la empresa, se distrajo un poco. Sabía que la señora que tenía contratada como auxiliar en casa, mientras él acudía a su puesto de trabajo, hoy le haría una hora más. Se sentó en la terraza del bar de la plaza. Pidió una cerveza, con la intención de dejar pasar el rato, mientras el aire de daba en la cara.
No pasó mucho tiempo cuando, justo en la mesa de enfrente, se sentó una chica.
Era algo más joven que él: chiquita, rubia, con preciosos ojos y una bonita sonrisa. También pidió una cerveza, pero descartó el vaso, bebía a morro.
No levantó ni un instante la vista de su teléfono móvil. A él ni lo miró, estaba distraída con su pantalla. Agustín no le quitó sus ojos de encima. La observaba con detenimiento.
Ella movía los dedos rápidamente. Respondía mensajes. Después de cada uno de ellos, esperaba unos segundos, los ojos cambiaban de brillo y hacía una simpática mueca con los labios, tras recibir la respuesta, volvía a mostrar la blanca dentadura, y volvía a escribir. Sin duda alguna su interlocutor hacía que ella sintiera ese cosquilleo que terminaba en aquella preciosa sonrisa que él ya reconocía que era lo que le faltaba.
La chica terminó su bebida, justo en el instante en el que él se levantó de la mesa para volver a ver su sombra gris acompañándole de regreso a su triste vida.
Llegó a casa. Nada había cambiado aunque el recuerdo de la chica de la terraza le hizo plantearse que debía de buscar la manera de cambiar algo en su vida para poder volver a sonreír. Pensó en bajarse alguna App, de esas que tanto se usan ahora, pero en la tienda virtual no encontró ninguna que le convenciera. Ese no era el camino. Tendría que seguir buscando.
Gracias por leerme.
Desde la caja de lápices de colores hasta el tío triste, te debo algún comentario atrasado.
Sí, me gusta ser arcoíris en la enseñanza, gracias por tus palabras, esa, precisamente esas, son las que te da pie a pensar que también hicimos algo bueno.
Me alegro que seas parte de ese club de relatores, como sabes, mucha gente, calladitos, te seguimos incondicionalmente.
En cuanto a la madera que cruje, te prohibiría taxativamente el verte rodeado por esa madera tan desalentadora; además, un vitalista como tú, tardará en verse, y como dice el Sabina,
El traje de madera que llevaré,
no está ni siquiera plantado…
En cuanto a la sonrisa, ¡qué decir!, la sonrisa va contigo, y aunque la vida pueda ser dura, ¡no hay mal que cien años dure, ni cuerpo… que lo resista!
Saluditos, mardito roedó