«El último combate»

Hecha con mi móvil. Puerto de la Cruz.
Tenía los
grandes guantes rojos enfundados y bien ceñidos a sus muñecas. Los calzones,
que a priori lucían una talla más de la que en verdad llevaba, le daban la
soltura y ligereza que necesitaba para poder moverse con agilidad sobre el
cuadrilátero. Su piel aparentaba sudorosa, húmeda, quizás por culpa de los
repetitivos saltos con la comba que le ayudaba a calentar. Su mirada estaba
perdida, vacía.
            A su alrededor el ruido era
ensordecedor. Pero no había gritos, ni ánimos, no identificaba voces humanas.

           Cuando sonó la campanada supo que el
combate había terminado. Por fin, su alma de boxeador, dejaría de luchar
encerrada dentro de aquel cuerpo de cera.

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