
Buenos, está bien, no soy yo. Pero casi.
Con ese afán de seguir mejorando, por insistencia de mi torturador, he ido a comprarme los artilugios que pueden ayudarme en el avance: aletas y palas. La conversación con el dependiente fue más o menos así:
—¿Aletas? Sí claro, allí —indicó con el dedo a un lugar impresiso del fondo del establecimiento.
—¿Allí o allí? —dije señalando de igual manera, hacía dos lugares indeterminados en la misma dirección.
En el fondo, el chico, no parecía tonto. Entendió mi sarcasmo.
—Acompáñeme —dijo refunfuñando y de manera apática.
Tras recorrer un par de pasillos, y rebuscar en las estanterías, llegamos allí. Con algo de desprecio me brindó unas cosas color coral, que colocó en mis manos, con mucho parecudo a las extremidades de un ornitorrinco. ¿Cuántos de esos bichos habré visto en mi vida? Creo que uno, en un documental de la 2, mientras hacía la siesta. Pero no tenía dudas.
—Estas son las de Michael Phelps —estoy seguro que mi estupor quedó más que patente por el gesto de mi cara, pues nada más mirarlo, el chico intentó arreglarlo—. Es lo mejor del mercado —para más info.pincha aquí.
Lo siento por él, pero mi respuesta fue cortante. No entiendo que intenten colocar a diestro y siniestro cualquier cosa.
—¿Tú me ves pinta de hombre anfibio, sirena o nadador de élite? ¿Tu sabes quien fue Johnny Weissmüller? Pues casi familia que somos. ¿Aletas normales tienes?
Ante la negativa del dependiente y tras recorrer sin éxito cuatro establecimientos, de esos que llaman «pequeños comerciantes», terminé en la superficie de material deportivo más grande del mercado. Por fin aletas normales y la sonrisa de una encantadora joven dispuesta a ayudarme, imagino que para no perder su trabajo, aunque por un momento pensé que…
Gracias por leerme.