
Antes de cenar le gustaba sentarse en la terraza.
Repochada en el sillón de mimbre blanco, con las piernas estiradas y colocadas sobre la pequeña mesa de cristal a juego, disfrutaba de esos minutos que le había ganado al tiempo. Además de respirar profundamente, para encontrar un momento de tranquilidad en su ajetreada vida, le gustaba jugar con los efectos ópticos que hacía el vino al hacerlo danzar en el interior de su copa. Habían días que la usaba de prismáticos, algunos como caleidoscopio, intentando cambiar el grosor, tamaño y forma de los problemas del día. Otras veces usaba aquella copa, cargada de ese vino canario afrutado que tanto le gustaba, como un pozo sin fondo en el que intentar ahogar unas penas que sabían nadar.
El ruido del interior de la vivienda hizo que, por un momento, se distrajera de su paz. Con calma, cerró la puerta corredera quedándose fuera. El aire fresco de la noche en la cara y el gusto delicioso de los aromas de flores y frutales, enjuagados en su paladar tras un potente sorbo a aquel néctar, hizo que su corazón volara más allá de ese instante. Se descubrió sonriendo, sintiendo aquellas otras manos, ahora lejanas, jugando entre sus dedos, su cuello, sus labios, sus brazos o sus muslos.
Era feliz, no lo dudaba, pero le faltaba volver a sentir la emoción que él le suministraba. Miro al interior. Su familia se mantenía tranquila.
Cogió el teléfono móvil y presa del deseo se dejó llevar. Mandó un mensaje pidiendo un cita. En aquel instante un rayo de luna pareció descubrir sus intenciones y le indicó un suave guiño. Como si el embrujo fuera así sellado, la respuesta no tardó en llegar. Su preciosa sonrisa recobró tensión y, brindando al cielo, se felicitó por mantener su corazón activo. Apuró la copa. Remojó sus labios y saboreó los del otro en ellos. Pronto lo haría en persona.
Con otro ánimo entró en casa y con la ilusión de volver a verlo, sirvió la cena.
Gracias por leerme.
El corazón a mil por hora. Me encanta!!! Hasta he sentido el aire en la cara y el sabor de ese vino afrutado.
Es curioso, nunca me ha durado tanto un copón de bon vino para experimentar cuestiones físicas de óptica con ella, no te prometo nada, pero igual un día… ¿quién sabe? botellas de vino hay millones.
Deduzco que, al final, te sabe más ese vino que tanto perfume de viñedo, ¡bien!, eres uno de los nuestros.
Nada, primero se separan los Beatles, luego suspenden los carnavales, y ahora ésto, ¡ya no sé en qué creer!
Un achuchón, mardito roedó.