«Sueño cumplido con sabor a fresa y nata»

Jugar con las fresas y nata

La cena, como cada vez que el grupo se reunía, era la algarabía que todos esperaban. Entre risas y bromas, gritos y retos, terminaron jugando con las fresas y la nata que acompañaban, a modo de decoración, los platos de los postres, activando ciertos sentimientos y miradas ya casi olvidadas. Fuera llovía. Lo hacía con ganas, así que la ronda de chupitos, que suavizaba la llegada de la cuenta, se convirtió en algo más larga de lo esperado. Uno, dos, tres…

Alguno de los asistentes, los que tenían familia en casa esperando, o el coche más cerca, se despidieron con cierta desazón, todo aparentaba que la cosa no iba a terminar ahí. Quedó la cuadrilla de siempre.

Alguien propuso ir a tomar copas a una cafetería cercana, aunque con el palo de agua que caía, era obligatorio ir en los coches. Ellos dos decidieron ir juntos. Él no había bebido casi nada y ella, según sus propias palabras, necesitaba un poco de aire. El alcohol se le había subido, un poco, a la cabeza.

A mitad del camino una llamada alertaba de que la otra mitad de los que quedaban, habían decidido retirarse. Quedaron los dos solos.

—¿Qué hacemos?, ¿dónde vamos? —consultó él.

—A mí así no me dejas. No puedo coger el coche. Necesito que se me pase un poco. Vamos donde tú quieras.

Sin tener muy claro adónde ir, giró el volante para internarse en las calles de la urbanización. A lo lejos había un descampado desde el que se divisa el paisaje, ahora velado por la constante cortina de agua. La música que sonaba en la radio parecía ir acorde al ritmo que la lluvia marcaba.

Nada más parar el motor del coche, ella, sin mediar palabra, lo aferró del cuello, atrayéndole hasta sus labios y su cuerpo. No podía contar las veces que habían soñado con aquella situación.

Gracias por leerme.

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