«En una cama de dos por dos»

«En una cama de dos por dos»

Viven en una pequeña vivienda alquilada. Para ellos, lo más importante de toda la casa es el dormitorio, que es lo suficientemente amplio para que la cama de sus sueños, con un formidable colchón de dos por dos metros, quepa con bastante holgura y comodidad. 

Desde hace tiempo, Carmen y Carlos apostaron por la conveniencia de compartir su vida sobre un tálamo de esa medida. En ello pusieron todo su empeño. Lo demás podía esperar. Así lo han conseguido. 

Estos dos se conocieron hace algún tiempo en una conferencia de diseño de interiores, a los que ambos eran aficionados, pues, entre otras cosas, publicaban, casi a diario, en su cuenta de Instagram, artículos, fotos y videos relacionados con ese mundo de la decoración, el minimalismo y la optimización del espacio, que tanto les apasionaba. 

En un principio solo compartían sus publicaciones, después comenzaron a debatir algunas ideas y con posterioridad prepararon y dirigieron proyectos juntos, descubriendo, de esta manera, que tenían mucho en común. 

Transcurrido un tiempo de relación, decidieron mudarse y vivir juntos en ese pequeño apartamento en el corazón de la ciudad. No les costó casi nada ponerse de acuerdo, pues de inmediato se enamoraron del mismo piso, que cumplía con la premisa principal ya expuesta.

Como ya comenté, la pieza central de su hogar era la cama de dos por dos metros. La elección de ese lecho era intencional, ya que querían que fuera el lugar donde compartir momentos íntimos y relajantes. A medida que pasaban los días, la cama se convirtió en un símbolo de su amor y conexión.

Carmen y Carlos descubrieron que la vida en esa cama les permitía estar siempre cerca el uno del otro. Sus cuerpos se entrelazaban por la noche, permitiendo acariciarse y hacerse pequeñas cosquillas en la espalda antes de quedarse dormidos. Además, cada amanecer comenzaba con la risa compartida, un beso en la frente y una taza de café. Por supuesto, todo ello, en la cama.

En realidad, de esos dos metros cuadrados de lecho, sólo ocupaban el metro del lado derecho, pues en ese pequeño espacio, de un lugar tan grande, encontraron una intimidad y cercanía que nunca habían experimentado antes con otra persona, convirtiéndose así, el uno para el otro, en la última persona del día y la primera de la mañana, pues aquel era su refugio y la otra persona el lugar favorito.

Gracias por leerme.

«Una luz para Navidad»

«Una luz para Navidad»

El lugar en el que vivo se ha llenado de luces de Navidad. No importa el frío de la noche, o la suave inclemencia de la niebla baja que todo lo empapa, al caer la oscuridad, y encenderse las bombillas, las personas salen a la calle para recorrer cada esquina y fotografiar cada arco, cada árbol, cada escaparate o cada farola. Tremenda colección de imágenes capturadas con sus teléfonos móviles, queda expuesta en las diferentes redes sociales. La competición está servida. Pero no todos son así. 

Bernardo pasea relajado. Como a todos los que ahora están por allí, le gusta esperar hasta que el arco de luces se conecta. Espera, como uno más, debajo de él hasta que éste se enciende. 

Disfruta del momento de dicho encendido y le gusta escuchar el asombro de los viandantes. Sin duda el momento posee una magia especial. Lástima que ahora está solo.

Como norma general no le gusta sacar fotos para el postureo, como hace la mayoría. Él prefiere empapar su mirada y sus sentidos con lo que aquel momento de luz significa. Por fin la Navidad ha llegado y aquel gesto, aquellas luces, así lo demuestran. 

Por un momento piensa en el significado del acto. Sin duda, para los comercios, es el pistoletazo de salida de una buena época de ventas. Para otros, aquellas luces, pueden significar una buena oportunidad para el disfrute: con fiestas, cenas, comilonas o  bailes. Los habrá que deseen la llegada de sus seres queridos…

Bernardo baja la cabeza y, por unos segundos, entristece. Para él, aquellas luces que ahora todos, incluso él, veneran, son el símbolo de una pequeña separación. Ella no está con él. Los sentimientos derrotistas se difuminan en el mismo instante en el que levanta la vista. 

La ve llegar. Aquellos pensamientos de que no aparecería se convierten en haces de luz que desaparecen ante tanto brillo. 

Llega con retraso, pero con la sonrisa que la caracteriza, “¡Qué bien le sienta esa bufanda!” piensa, mientras se acerca a darle un abrazo y un beso.

–Lo siento, me he perdido el encendido de las luces –comenta ella en cuanto se separan–. Quise llegar a tiempo pero… –él la interrumpe paseando la yema de sus dedos por sus labios. 

–No te preocupes, no pasa nada, la única luz que ahora me importa, eres tú. ¡FELIZ NAVIDAD!

Gracias por leerme.

PD: Este relato participa en el Séptimo concurso de Cuentos de Navidad que organiza www.zendalibros.com, por lo que, si buscas el #CuentosdeNavidad2022, le puedes dar muchos likes y compartirlo. Igual así lo leen más personas. Gracias.

«Las palabras que el viento te lleva»

«Las palabras que el viento te lleva»
¿Qué le pides al viento?

Aunque ya estamos en otoño parece que el viento aún no quiere acompañarlos. Alberto lo necesita, sabe que es así, utilizándolo, como lo hacían los antiguos, la mejor manera que, a partir de este momento, va a tener para comunicarse con Ella. 

Alberto está en su coche, aparcado en aquel mirador que un día significó algo. Está tranquilo, esperando, viendo el cielo y deseando que por fin sople la brisa para poder enviar un deseado mensaje. 

Con los ojos abiertos, y el corazón alterado, como le ocurre cuando están juntos, sueña con que, cuando el suave ulular crepite sobre la ventana de la casa de Ella,  pueda decirle que él está allí, esperándola. Pero el viento no hace caso. Hoy no quiere soplar. 

Sin esperarlo el aroma de su perfume llega a su olfato de manera sutil. Es Ella. Alberto intuye que Ella se ha asomado al balcón. Esa ligera brisa que proveniente del mar se la acerca.

Abre la puerta y se baja para poder hablar mejor. De esta manera espera que cada una de las palabras que quiere decirle le lleguen sin cortes ni interferencias. Confía en el viento, ya no le queda otra forma de hablarle. 

Son muchas las cosas que quiere decirle, pero lo más importante es que, a la melodiosa brisa, le pide que a Ella le permita seguir sintiendo las suaves mariposas que le revolotean en el estómago cuando cada mañana se saludan. Le solicita ayuda para recibir el beso volado o el deseo de una abrazo furtivo, a la espera de encontrar el mejor momento, para hacerlo como a ambos les gusta.

Pero el viento es puñetero y, a veces, sin previo aviso, rola dificultando el rumbo que tenía previsto, o simplemente cesa y dejando al pairo cualquier maniobra. Alberto no sabe si, en esta ocasión, el viento cumplió su trabajo. O si ella sonríe al escuchar su suave susurrar en sus oídos con tantas palabras aún por decir. Tendrá que esperar a que Ella le diga algo. 

Gracias por leerme.

«Un deseo para toda la vida»

«Un deseo para toda la vida»
Hay personas que, sin querer, nos gustaría que estuvieran a nuestro lado.

Las últimas horas del sol de otoño nos permiten acercarnos a la playa a jugar y descansar, sin tostarnos o pasar mucho frío. Eso había pensado MaríCarmen cuando se le ocurrió coger todos los bártulos y llevar a su hija a la orilla del mar aquella tarde. 

La semana había sido agotadora y necesitaba tomar aire a la vez que la niña se entretenía. La playa era la solución perfecta ya que las dos podrían disfrutar de un momento de tranquilidad y, lo normal, era que Sonia jugara con su cubo y su pala, sin dar mucha lata. 

Así fue, según estiraron la toalla sobre la cálida arena, la niña pareció entrar en un trance de felicidad y se puso a construir un castillo de arena mientras su madre se tumbaba sin quitarse la chaqueta del chándal, para así tomar el sol, al menos en las piernas. Ninguna de las dos había reparado en la presencia de aquel hombre que se encontraba tumbado leyendo en la arena. Él sí se había fijado en ellas. 

No hizo falta que pasara mucho tiempo para que la respiración de MariCarmen cambiara. El cansancio había podido con ella y, con la ayuda de la suave brisa y el calorcito del sol, se había quedado dormida. La niña, de apenas tres o cuatro años, a su lado, se dio cuenta, esperó a que estuviera dormida para coger el cubo y, sin decir nada, dirigirse a la orilla para llenarlo de agua. Julián fue tras ella. 

Pasaron apenas veinte minutos. MariCarmen despertó. Adormilada, sin saber muy bien cómo, se encontró rodeada de un círculo de piedras y Sonia no estaba a su lado. Tras el sobresalto inicial, el aturdimiento que provoca despertar de un sueño inesperado y el susto por no encontrar a la niña, escuchó aquella voz masculina: «Tranquila, la niña está ahí cogiendo más piedras.» 

Ella se levantó sin saber qué había pasado. Sonia, al verla, gritó de alegría y corriendo parecía que se dirigía hacia ella. Su madre se agachó para recibirla entre abrazos, pero la niña se lanzó sobre Julián. «Gracias por ayudarme», le dijo dándole un abrazo. El hombre, sorprendido, acarició la cabeza de la niña, miró a MariCarmen y le contó lo maravilloso que había sido aquel rato. 

Julián se marchó con una sonrisa, MariCarmen no salía de su asombro y Sonia contó a su madre que aquel hombre la había salvado, que era su Ángel de la guarda, que quería estar siempre con él.

Los tres volvieron a verse, también en la playa, pero ya la historia avanzó en la relación entre los dos adultos, con la niña de testigo perenne. 

Gracias por leerme.

«Luz verde para alzar la voz contra la ELA»

«Una luz para alzar la voz contra la ELA»

No puedo dejar de pensar en ella. Las aulas, ahora que ya comienzan a estar abandonadas hasta septiembre, guardan un extraño silencio que mantiene retazos de su voz. Palabras que no volverán a salir de su boca, pues su musculatura orbicular ya no le responde. 

La recuerdo como una hormiguita. Siempre iba de aquí para allá, cargando cajas: de regletas, pictogramas, calculadoras…, o con tapas de plástico, que usaba para sus clases. 

El alumnado se chiflaba cada vez que ella llegaba y les presentaba un problema distinto y, cuando al plantear posibles respuestas sin reflexión o al tum-tum, les repetía el mantra “no estoy de acuerdo contigo”. No les quería quitar la razón, solo pretendía que volvieran a pensarlo, que razonaran, que dieran otra respuesta más plausible, más acorde a la pregunta planteada. 

Los maestros que la acompañábamos en sus clases, la mirábamos con ojos enloquecidos. La cabeza parecía que nos fuera a explotar con tanta explicación, con tanto uso del razonamiento y con el conocimiento de la materia que, desde hace unos años, había empezado a dominar y a compartir por otros muchos centros. Esa era su lucha. 

Pero el tiempo ha pasado. El confinamiento la llevó a librar otra batalla de la que es imposible escapar. La que se libra contra una enfermedad, la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) con la que, nada más empezar, sabes que vas a perder, pues es una trilera y el tiempo juega a su favor, las normas las dicta ella y el campo de lucha es tu cuerpo. 

Pero ahí está. Elevando su voz con la mirada, con la expresión de su cara y con el apoyo de toda su familia y amigos que, reunidos en torno al símbolo de nuestro volcán, hemos creado una asociación TeidELA, que busca ayudar y colaborar con todos los enfermos que, como ella, pierden su voz. Entre todos lograremos alzarnos y demostrar que juntos somos más fuertes y más visibles. Seguimos pensando que podemos, porque ella nos da la energía y la luz verde con la que, el pasado 21 de junio (DÍA MUNDIAL DE LA LUCHA CONTRA LA ELA), se iluminaron muchos edificios de color verde, como muestra de que su voz, tu voz, nuestra voz, no se apagará y está llena de esperanza. Sigue luchando, sigue siendo nuestro ejemplo, sigue siendo nuestra luz. Estamos contigo querida Cati. 

Gracias por leerme.

«El recrujir de la madera»

El recrujir de la madera.
Uno de los mejores sitios para vivir y contar historias.

Soy consciente de la primera vez que me senté en este banco. En aquella ocasión me restrepé sobre las duras bandas de madera que lo conforman a la espera de que, según decían las lenguas, alguien llegara. Parece mentira, treinta años después he vuelto y te recuerdo al crujir la madera.

Por aquellos entonces, los chicos y chicas de nuestra edad, contaban que sentarse en un banco de La Rambla, dejando libre el de enfrente, era buena manera de ligar. Supuestamente era una señal. Si alguien pasaba y le gustabas se sentaba en él y ahí podía empezar todo.

Aquel día decidí probar suerte. Yo estaba solo, entretenido con un paquete de pipas. Tu y tus tres amigas, enfilaron el paso de peatones, atravesaron el asfalto a la carrera y fueron directas, por el centro de la amplia acera que caracteriza esta vía, hacia donde yo estaba. Mis sentidos se pusieron en alerta. Apenas tuve tiempo de mirarlas a las cuatro. Tus ojos me apresaron.

Una de tus amigas se sentó fugaz, entre risas y bromas. Tú, con la excusa de que llegaban tarde, le ordenaste levantarse y, de soslayo, giraste la cara para sonreírme. Supe que serías mía.

Han pasado muchos años. Estuvimos juntos una temporada hasta que el destino giró nuestras vidas. La magia del banco hizo su efecto y hoy, como digo, he vuelto a sentarme en él.

Al percibir cierto revuelo, mis anhelos me abandonan y la mirada supera nuestro banco, atraviesa la calle y te veo salir. El banco cruje al levantarme.

En esta ocasión otras maderas rodean tu cuerpo y a mi solo me queda el recuerdo de esa primera vez que te vi. Hoy será última. Te vas abrazada por tu caja de pino. Tu sonrisa quedará conmigo.