«Una camiseta para dos»

«Una camiseta para dos»

Esta tarde llueve. Lo hace con ganas. Julia llega empapada a casa. En la puerta es recibida por Antón, como siempre, con mucho mimo. Nada más verla le acerca unos calcetines calentitos, para que pueda descalzarse, una toalla para que pueda secarse el pelo y una camiseta de manga larga, de las de él, la que a ella le gusta, para que pueda desvestirse. Esa relación que tienen les permite ciertos privilegios que en otros casos ninguno de los dos se atrevería a asumir. 

Igual de mimada que es recibida en el umbral, también lo es en el resto de la casa. Julia accede al cuarto de baño, no sin antes acariciarle la mejilla a Antón, darle un beso y agradecer la bienvenida, no solo por la ropa para el cambio, sino por haber preparado la mesa y tener todo listo para recibirla: velas, mantel, un centro de flores, dos copas de vino, algo de comer… música ambiente.

Al salir del cuarto de baño, ella se queda parada en la puerta. Lo contempla. Sonríe, mientras asombrada mueve la cabeza negando sus propios sentimientos. Piensa: «Qué voy a hacer contigo». Él, sentado cómodamente en el sofá, anda distraído con el móvil, no se da cuenta de lo sucedido y de que Julia, con su cotidiano sigilo, se acerca. 

Justo cuando está frente de él, Antón contempla aquel par de piernas que la larga camiseta no es capaz de tapar. Sorprendido levanta la cabeza. la mira directamente a los ojos. También le sonríe. La desea y ella lo sabe. 

Julia lo despoja del móvil, que deja suavemente sobre la mesa y, a horcajadas se sienta sobre él. Vuelve a acariciarle el rostro. Él, apocado, se deja hacer. Con suavidad coloca sus manos y acaricia los muslos que ahora han quedado al descubierto. Ella lo abraza con fuerza. Ël responde de la misma manera. Ninguno de los dos dice nada. No hace falta. Saben qué es lo que quieren.

Julia se despega. Con tranquilidad le besa la oreja, el cuello, lame su cachete, para después besarlo con pasión e introducir su lengua en su boca, buscando la humedad de la de él. Antón cierra los ojos. Es incapaz de abrirlos. Quiere disfrutar de ese maravilloso momento en el que ella deja caer su pelo sobre su cara. Le chifla ese hormigueo, le gusta cómo le eriza todo el cuerpo. Sus manos buscan la espalda. La cosquillea paseando las yemas de sus dedos sobre la ahora cálida piel de su pareja. Ella se arquea. Su cuerpo se excita y le deja hacer. Sus manos exploran el cuerpo mientras continúan besándose. 

Los olores y sabores de aquellos dos cuerpos se entremezclan. La única testigo de aquel encuentro será aquella larga camiseta, que a partir de aquel momento, deseará volver a ocupar el cuerpo de su nueva dueña para revivir los apasionados momentos.   

Gracias por leerme.

«Si el mar fuera yo»

«Si el mar fuera yo»

Poco hablo de mi. A veces mis historias, estas que lees en esta esquina, intuyen alguno de mis rasgos o de las cosas que hago. Tanto es así que hay quien lee y siempre se pregunta si lo que escribo es real o inventado, vivido en mis propias carnes o imaginado. Sabes que nunca respondo esa consulta. Sobre este respecto estoy convencido de que cada cual debe sacar sus propias conjeturas. 

Creo que por ello, hoy hablaré de mi. Así que sí, lo de hoy puede que sea verdad.

Para empezar debes perdóname si, como dice la canción, en estas líneas me apetece compararme con el mar… Si es así, si disculpas mi atrevimiento, tú serás el cielo. De esta manera ambos seremos igual de azules. 

No puedo mentirte, soy como el mar, calmo o bravío.

Me conoces bien, por lo que no te extraña ver cómo hay días en los que me levanto como una ola espumosa, cargada de energía, fuerza y belleza. Otros, por el contrario, me despierto en calma, acunando al ritmo del vaivén de mis propias olas, ahora convertidas en palabras. En ambos casos, nada garantiza el final de la jornada. 

Hay días que, como todos, en los que jugamos en la orilla, o nadamos sin preocupaciones. Otros, por el contrario, me rompo chocando mis olas contra las rocas o los acantilados de la vida, de la costa. Pero somos agua, somos y soy mar. Tarde o temprano el líquido elemento vuelve a la calma, recupera su espacio y su latir. 

También lloro, a veces me ayuda. Las lágrimas se convierten en esas gotas rebosantes que salpican, que bañan el desasosiego para ocupar el espacio que otros sentimientos han dejado vacío. Pero como el fuerte oleaje también pasa.

Siempre vuelvo al mar. Me gusta buscar la calma, aún cuando está embravecido, buscar la paz en el horizonte con mi mirada, encontrarte en él. Allí estás. Siempre estás.

Sí, me gusta jugar a ser el mar, a mojarnos juntos, mecerte en mis brazos, que notes mis caricias, que me ayudes a calmar la tempestad y que estés conmigo, también en la arena, al refugio del abrazo sobre mi pecho, pues toda galerna pasa. 

Gracias por leerme.