«Cuando ser feliz es fácil»

«Cuando ser feliz es fácil»

Como es normal Carla desea ser feliz, quiere que llegue la hora de la salida de su trabajo. Su cabeza está a punto de explotar con tanta información. Lleva levantada desde las siete de la mañana, son cerca de las ocho de la noche y ya no puede más. Además, para terminar el día, tiene esa reunión, de cerca de tres horas de duración, que la agota. Menos mal que el pacto inicial había sido no hacer descanso para poder terminar antes. El cansancio le puede. Ya termina. los asistentes se despiden y ella recoge su bolso y papeles con parsimonia, aunque por dentro desea salir corriendo. 

Baja las escaleras despacio, haciendo un breve repaso mental de las cosas que ha dicho para asegurarse de que cumplió con el objetivo propuesto. Todo en orden. 

Por fin llega a la calle. El paseo hasta el coche le vendrá bien, pues el aire en la cara, las luces, el bullicio de la ciudad le ayudará a desviar su mente del estrés, las tareas pendientes, la compra pendiente, la cena que hay que preparar, la tarea de los niños, lavarse el pelo, la ropa de mañana… Todo agotador.

Por un momento enciende el móvil, quiere descubrir si hay alguna novedad en casa. El estómago se le encoge, no tiene ganas de problemas, ni de más complicaciones, necesita algo de tranquilidad. La luz de su teléfono, por un momento, le ciega la vista y no lo ve llegar.

Aquella voz le sorprende. Escucharla la hace feliz. ¿No puede ser? Levanta la vista y el corazón se le acelera. Se pone nerviosa. Es él: «¿Qué haces aquí?» «Vine a verte».

Olvida las tareas anotadas en su cabeza, la gente que pasa por su lado, el cansancio y todos los problemas. De forma espontánea y acompañada de una gran sonrisa de felicidad le da un abrazo. Un beso en el cachete, aunque quisiera que fuera en la boca. Lo agarra por la cintura. Ríe nerviosa.  Caminan con calma, sorprendidos, felices

Ella pensaba que aquella era una tarde más de cansancio y la vida le ha dado una sorpresa. La completan con una copa de vino y… Todavía hay otra sorpresa. 

La felicidad les besa en la frente. 

Gracias por leerme.

«La insidiosa»

«La insidiosa»

Él: Divorciado. Enamorado de ella.

Ella: Casada. Loca por Él. Incapaz de dejar a su marido.

Amiga: Con necesidad de cariño.

Marido: Tu amigo es guay. Me cae bien.

Ella: Quiere pasar más tiempo con Él, pero sin que su marido se entere.

Él: Necesito verte más. 

Amiga: Pues a mi me gusta. 

Ella: Los presenta.

Él: La idea le gusta.

Marido: Hacen buena pareja. (No se entera de lo que pasa.)

Ella: Me encargo.

Él: ¿Cuándo quedamos?

Amiga: ¿Una cena? ¿Los cuatro?… ¿Qué me pongo?

Ella y Marido: Los dejan solos tomando copas.

Él y Amiga: Se enrollan. 

Ella: Se pone celosa. Queda con Él.

Él y Ella: Se enrollan.

Ella: No me importa si la haces feliz. Si eres feliz.

Marido: Queden ustedes, no puedo.

Amiga: ¡Qué bien me siento! Que bueno tenerlos en casa. Ahora vengo. No tardo.

Ella y Él: Se enrollan.

Todos felices, o casi.

Gracias por leerme.

«Empañar los cristales del coche»

«Empañar los cristales del coche»
Confiesa, ¿cuántas veces has empañado los cristales de un coche así?

Ser cómplice de otra persona no es algo fácil de lograr. Hacerlo sin verse o hablar todos los días, reuniéndose de uvas a peras…, pone su granito de dificultad.

La complicidad de la que está pareja disfruta se consiguió con años de amistad. Se forjó a base de miradas, de roces de manos, de besos robados, de bromas que una lanzaba y que el otro recogía, de secretos compartidos, de momentos íntimos. 

Es esa misma complicidad la que les acercó, de manera inmediata, a mantener una tensión sexual evidente para ambos que, en muchas ocasiones, les impedía guardar una mínima y exigible distancia social.

Aquella noche era una de esas ocasiones.

Como tantas otras veces, habían quedado para verse. Los dos se echaban de menos y tenían la necesidad de compartir un rato de tranquilidad, aunque fuera en el pequeño espacio, no idílico, que habían creado.

Su coche tenía los cristales tintados, muy útiles para protegerlos de mirones. Además, colocar el parasol, siempre les daba un plus de confianza. 

No tardaron en lanzarse sobre el asiento trasero, en busca de la ansiada intimidad y de una mayor comodidad. El primer abrazo no se hizo esperar. Lo estaban deseando.

Su bolso se había quedado en el asiento delantero. Guardar los pendientes, antes de que se soltaran y perdieran, entre el furor del encuentro, resultaba perentorio. Al incorporarse para intentar llegar a él, su culo quedó al descubierto bajo el corto vestido. El no pudo contenerse y lazó una pequeña, delicada y suave dentellada sobre la nalga derecha. Ella, sorprendida, se excitó. 

El negro de los cristales se reforzó con las exhalaciones de ambos. Ahora no se veía nada, ni de dentro ni desde fuera. Todo era pasión, jadeos y deseo.

Gracias por leerme.