
Pese al calor inmenso de estos últimos días, el cielo comienza a teñirse de gris. Durará poco. Lo que aguante el aliento de los Alisios, en su pugna por mantener su soplo y refrescarnos junto al mar. El sol comenzará a alejarse y las tardes se irán apagando poco a poco, antes de la hora que nos gusta.
Ese aire nos da en la cara, nos acaricia de realidad a la espera de que reaccionemos y superemos el sopor veraniego. Pero nos resistimos a volver. Nos movemos perezosos entre lo que queda de la costumbre de la siesta y el retomar las horas de la tarde para completar tareas y deberes pendientes. Septiembre es un mes de preparación, de organizar citas…, de añorar volver a verte.
El tráfico regresa a apoderarse de las calles. Los centros comerciales publican descuentos y ofertas en libros de texto, materiales y uniformes escolares. Es señal de que septiembre entra con fuerza.
El agobio hace su aparición y empieza a desbancar las tranquilas tardes tumbados en la arena, leyendo junto al mar, o en la avenida, o en el parque o en… Da igual. Septiembre llegó rápido y nosotros nos vamos languideciendo pensando en la fugacidad del verano. Nos hacemos conscientes de que el estío ya pasó. No podemos regresar. Lo vivido allá queda.
Comienza la cuenta de los días pendientes, de los puentes, del deseo de que este septiembre, lento y pesaroso, avance de manera más rápida de cómo ha llegado. Añoramos disfrutar de la tranquilidad de tener el despertador apagado.
«¡Qué rápido se va lo bueno!», pienso ahora que regreso a esta esquina, sin darse cuenta de que lo bueno es todo, septiembre incluido. Pero lo mejor es que, aún teniendo razón en la velocidad en la que se marchó el verano, lo bueno es que septiembre se compone de recuerdos, de esperanzas, de tararear canciones junto al mar, de risas infinitas en las terrazas de los bares…, de que lo mejor de septiembre aún está por llegar.
Feliz regreso a la realidad.
Gracias por leerme.